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Las fake news existen porque nos gusta la mentira

Según diferentes informes a la gente le gusta transmitir noticias y sobre todo cuando saben que no es verdad lo que se dice.

Noticias falsas Foto: Wokandapix / Pixabay

Como toda moda, el fenómeno de las llamadas fake news, es planteado como novedoso y excepcional: no hubo algo así en el pasado.  La aparición de una plataforma distinta, en este caso las redes sociales, permite abrir el ropero de la abuela y sacar vestidos de hace treinta años, ahora bajo el calificativo de “vintage” son “cool”.

Generalmente, la cuestión de las fake news es planteada desde la oferta:  unos perversos manipuladores nos quieren llevar a que creamos en mentiras. Nosotros, ciudadanos angelicales, somos fácilmente sojuzgables. Eso en parte es verdad. En parte. Que hay proyectos de manipulación, los hay. Ahora, el problema es los usos que nosotros le damos a las cosas,  aquello que los economistas llaman demanda.

Hay crecientes trabajos de investigación con base empírica que lentamente van demostrando que el poder de las fake news es limitado. Por supuesto existe  gente predispuesta a aceptar una mentira como verdadera y personas que son proclives a ser engañadas. Pero no es de lo que queremos hablar aquí. Las fake news nos gustan y nos son útiles, porque a nosotros, los ciudadanos angelicales… ¡nos gusta mentir!

Las fake news nos gustan y nos son útiles, porque a nosotros, los ciudadanos angelicales… ¡nos gusta mentir!

Dan Ariely es un psicólogo conductista y best-seller en Estados Unidos y Europa. Trabaja con datos, escribe ameno y se dedica a investigar sobre negocios, empresas y  ejecutivos, lo cual lo vuelve fácilmente un autor de renombre en el New York Times y en el Wall Street Journal.  Lleva escritos muchos libros sobre nuestro comportamiento y sus trabajos están basados en experimentos.  Pretende desmontar el supuesto de que somos ciudadanos iluministas y racionales. Muy a menudo somos pasionales e irracionales.

Desnudando el (i)lógico comportamiento frente a las fake news

Un libro particularmente útil para analizar las noticias falsas es “Por qué mentimos… en especial a nosotros mismos”.  El subtítulo engancha más: “La ciencia del engaño puesta al descubierto”.  Allí muestra algo presente en reuniones de amigos avanzado el segundo vaso de cerveza: alardeamos de ser los mejores para los negocios,  cancheros y atractivos, de conocer atajos para pagar menos impuestos, “tener la posta”.  Es decir, mentimos. Y lo que hacemos comúnmente es mentirnos a nosotros mismos.

Las fake news no son realmente tema de estudio sino a partir de su propagación. Chisme o rumor por redes sociales teléfono de baquelita da igual. El cambio tecnológico es sólo un ropaje de moda. En tanto practiquemos la mentira, las fake news seguirán existiendo. En el futuro quizás con otro nombre.

Las mentiras están y en todo caso nos sumamos a la ola. Ser un eslabón más en vez de cuestionarlas

Ariely desarrolla un breve experimento en base al uso de anteojos de sol.  A un grupo de personas se les da unos de una marca cara, auténticos; a otro grupo se les da unos anteojos, pero se les dice que son réplicas falsas; a un tercer grupo se les da los anteojos sin decirles marca.  

A todos se les da unas tarjetas con una serie de números del  1 al 10, cada número con dos decimales. Las personas deben decir, sin usar calculadora, en cuáles de estas tarjetas hay dos números cuya suma da 10.

¿Cuál fue el resultado reiterado? Quienes usaban anteojos falsos y que sabían que lo eran, mentían más sobre estas tarjetas/matrices que quienes usaban auténticos o quienes no sabían su marca. Los que sabían que usaban anteojos “truchos” pretendían alardear de su agilidad en matemática. Mintiendo. Pareciera que cuando sabemos que hay trampa, nos gusta. Y nos sumamos. Y la reproducimos hacia otras esferas.

La tolerancia o glorificación de La Salada, “La Mano de Dios” o “El Bidón de Bilardo” nos muestra que gustamos de las mentiras y las trampas. Somos en parte realistas. Las mentiras están y en todo caso nos sumamos a la ola. Ser un eslabón más en vez de cuestionarlas. Como con Humpty Dumpty, la cosa no pasa por la mentira en sí, sino por quién la dice. Y si nos conviene o no.