Facundo Manes y Santiago Caputo: el pícaro profesional contra el funcionario matón
El gobierno desoye consejos y se atrinchera en su propia narrativa, rechazando cualquier sugerencia externa. La comunicación oficial, marcada por errores y confrontaciones, profundiza la tensión política.
Cierta o no, la cita alude a José, el menor de una familia judía que fue vendido por sus hermanos a unos mercaderes egipcios dedicados al comercio de esclavos. En ese tiempo, el Faraón se había obsesionado por dos sueños que se le repetían, uno sobre las 7 vacas gordas y 7 vacas flacas, y otro sobre una espiga espléndida, robusta, y otra marchita. No podìa lograr que nadie le interpretara ese fenómeno inconsciente, repetitivo y, ante la desazón de la búsqueda, uno de sus consejeros le dijo tímidamente: “Tengo encadenado un esclavo judio que se dice capaz de traducir esas imágenes nocturnas, pero no me atrevía a proponerlo”. Sin dudar, el Faraón convocó al esclavo y, cuando le ordenaron hincarse ante la máxima autoridad, se negó a esa genuflexión por razones religiosas. Era la muerte para José. Brillaron cimitarras y alfanjes para descabezarlo por la insolencia. Pero el Faraón, por el contrario, se abstuvo del castigo y afirmó: “Quien no tiene temor a la muerte, dice la verdad. Por lo tanto, merece la vida”. Concluida esa etapa, le pidió al judio que le esclarezca la torturante pesadilla que lo consumía. Y la interpretación fue: es un solo sueño, no dos, habrá siete años de vacas gordas y siete de vacas flacas, y otros tantos años de buenas y malas cosechas. Frente a la advertencia del esclavo, volvió a preguntar: “¿Y cómo me preparo para la crisis de los 7 años, para la falta de carne y pan?”. Respondió José: hay que nombrar un administrador que ahorre reservas durante los periodos de abundancia y no haya hambruna en los años de sequía. Agradecido por la interpretación y la sugerencia administrativa, lo designó Virrey y a cargo de economizar para los tiempos difíciles.
La primera parte de esta anécdota histórica, mantener una convicción y decir la verdad, viene a cuenta de una versión: el llamado de algún funcionario justamente a un judio ortodoxo, especializado en actividades vinculadas a la comunicación, para que opinara sobre la política oficial al respecto. Parece que el convocado señaló diversas objeciones sobre el tratamiento con los medios, los falsos o ciertos mensajes diseminados en las redes, algunos equívocos y la reconocida falta de filtros a la palabra presidencial, en ocasiones alterada por las sucesivas contingencias que afectan a la gestión. Larga la lista en los últimos 20 días, de las faltas cometidas por el escándalo de las cripto a la última fricción provocada por alguien experto en conductas sociales (Facundo Manes), conocedor de la cabeza humana, contra un advenedizo en esas lides, Santiago Caputo, exaltado contra el diputado neurólogo que lo hizo salir de las casillas arrojándole besitos y mostrándole un ejemplar de la Constitución mientras Javier Milei daba su segundo discurso para inaugurar las sesiones ordinarias en el Congreso.
La primera imagen: un pícaro profesional del comportamiento contra un funcionario matón que masca chicle como la mayoría de los futbolistas argentinos (le falta escupir). Hubo corrección posterior gracias a los videos y Caputo pasó de victimario a víctima, quedando en el espacio una denuncia de Manes que cualquier juez apartara por falta de substancia. Pequeñas miserabilidades legislativas que lucran sobre las audiencias televisivas o en Internet más que el renovado fallo condenatorio de la norteamericana jueza Preska por el caso YPF, que los argentinos habremos de obrar por la intemperancia y terquedad de un gobierno sospechado (Cristina Kirchner) y la escasa habilidad jurídica de otro (Mauricio Macri), petulante e incapaz de negociar ante una probable estafa que no se pudo probar.
Las sugerencias del judio José de estas épocas, al parecer, no tuvieron cabida en el gobierno, le dieron puerta: en la Casa Rosada se rechaza todo tipo de sugestión, no sólo en comunicación, exigen un alineamiento militar, no se acepta una rayadura en el auto aunque este aparezca con rayaduras por un pésimo estacionamiento. Debe parecer intacto, a pesar de que el primer detalle a observar por un eventual comprador sea la carrocería del vehículo. En todo caso, se refugian detrás de un escudo cinematográfico atacando con megáfono al gobernador Axel Kiciloff por la dramática situación de inseguridad que no sabe controlar y a Jorge Macri por la incompetencia de anular policías que se distraen con la fugas simultáneas de presos hasta provocar renuncias y colocar a un comisario como ministro. Ni que fuera premeditado. Mientras al intendente porteño, como forma de defensa, en el gobierno activan disparos de distintos lugares, hasta del pasado, por costumbres semejantes a las de Alberto Fernández con el celular cuando no se podía dormir. Son fotos, testimonios, videos a poblar las redes con impunidad y sin decoro. Golpe a golpe. Ni hablar de la trastienda, aún en suspenso, con la designación de ministros para la Corte Suprema, un capítulo que merece consideraciones más extensas, superan esta semana, aunque Manuel Garcia Mansilla ya haya jurado en el cargo.
La liberación de Santiago Caputo
Estos tropiezos han contribuido a la volatilidad de los mercados, en alguna medida importada y sin aranceles por un Donald Trump de errático manejo con la economía. Con buena voluntad, en cambio, habrá que aceptar peleas internas en el Gobierno y la inmadurez de un equipo —suele decirse: quien se acuesta con chicos, amanece mojado— de irreprochable fidelidad canina. Las situaciones se multiplican y, por ejemplo, anécdotas menores como la separación de un ministro de su pareja se torna una complicación para los voceros. En particular por si ese contrato amoroso viene acompañado por denuncias contra la hermana del Presidente, acusada de exigir sobornos o dádivas para conceder audiencias y, como única excusa, hubo una réplica en torno a banalidades presuntas en la compra de aviones promovidos por el gobierno de los Estados Unidos más la particularidad de realizar obras públicas de magnitud para que esos aparatos militares puedan despegar y aterrizar en el país. No deben ser las obras públicas que reclama el arzobispo de Buenos Aires, Garcia Cuerva, quien parece no haberse enterado nunca del taladro delictual que asoló a la Argentina con el cartel izado sistema de obras públicas. Ni siquiera leyó los Cuadernos de la corrupción cuando, se supone, por no trabajar demasiado y no tener mujer ni hijos, tiene tiempo para esa tarea.
LT
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