Más que literatura

Elogio de los mayores que no renuncian a desear

Mientras tantos adultos se preservan de la adultez, hay mayores que no renuncian a su dorada vejez. Así es la novela de Silvia Plager, apta para cualquier edad y, en especial, para las mujeres aterradas por el paso del tiempo y los hombres cegados por estereotipos.

Adultos mayores paseando por el campo Foto: cedoc

Mientras tantos jóvenes se preservan de los dolores de la adultez en una rara adolescencia sin fin, hay mayores que renuncian – es un eufemismo- a su “dorada” vejez. O sea, que sin querer queriendo la torta se va dando vuelta. Pero no se trata del elogio al “pendeviejo” que, luciendo músculos, cúmulo de cosas o despliegue de un raro erotismo que no se llama amar, se cree eterno, o al menos lo simula. No se trata de eso. 

El que pasa –digamos- los 65 o incluso arrima a los 95- un amplio espectro del ser “mayor”-  puede estar tomado por la curiosidad y la búsqueda, la conversación verdadera, la vivencia de habitar grupalidades vivas, estarse creativo, gozar de la candidez pícara de los nietos y no entregarse al estuporoso aire de fatiga y desinterés, bien llamado senectud. 

La palabra que corresponde es otra, pero no llego a nombrarla: quizás pueda el lector. Se trata de no renunciar a desear y quizás, como nunca lo había hecho. Como si se pudiera, como si no se debiera pedir permiso a nadie: bajo la severa y sórdida mirada del reproche y la culpa. Como si no fuera obligatorio tornarse en el estereotipo que enseñan los libros escolares a los párvulos: los abuelos, bobamente (¿viene del yddisch bobe: abuela?) sonrientes, de fatigadas espaldas, vacilante voz y mal sostenidos por sórdidos bastones o andadores. Viejos de incorregible vetustez.

Se trata de no renunciar a desear y quizás, como nunca lo había hecho"

Leí de a poco Símale, de Silvia Plager. Necesitaba darle su tiempo pues en la liviandad de un relato de sutil humor, hay mucho peso. Quizás por la presencia del Padre que sostiene la tensión del misterio. Es que resolver el enigma del padre es tarea de toda la vida, a veces llega la solución cuando éstos ya no están. Pero en el caso de Síimale, es evidente que el misterio de la madre quedó bien resuelto, de modo que cumple con la orden que siempre le dio: “¡Ahora es ahora!” y emprende su peregrinaje a la ciudad de Rosario.   

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Cuando el personaje de la historia es el autor, la historia es otra cosa. Comparte y arriesga una intimidad, que resulta deliciosa: una muchacha en apuros: así aparece, con un toque de ingenuidad lúcida. Es que Símale tiene un alma joven.  

El sentido del humor es permanente - es una historia divertida - y las conversaciones con el padre son imperdibles: un padre perdido a recuperar. Si estaba exilado, vuelve de Rosario con él adentro (disculpen el “spoileo”) y se torna en un personaje con el peso que nunca dejó de tener, aun en el silencio o el olvido. Dibuja Símale unos personajes de avería queribles y la increíble espirita augur y vidente que, cual coro griego de los fondos de su existencia, la signa con lo que ya sabía y lo que siempre fue. 

'¿Porqué yo debería huir de mis marchitados anhelos?', para descubrirse poniéndose bonita  para bajar al hall del hotel"

Increíble la escena avanzada en la novela pues súbitamente estamos navegando el Nilo en una novela de Agatha Christie. Sin embargo, lo más importante es la insistencia de Símale en su ser mujer. Una femineidad jovial que desafía el lugar de depósito de lo viejo, con que la cultura “regreprogresista” ha querido arrumbar a las personas de más edad, como si eso fuera a pura pérdida. 

Pero no. Un poema titulado El tiempo pasa también para vos concluye en: “…Pero ahora sé, muchacho / que el tiempo pasa / pues tengo un pasado / que no sabía tener”. Pura ganancia.

Y allí entra la muchacha que se pregunta, “¿porqué yo debería huir de mis marchitados anhelos?”, para descubrirse poniéndose bonita  para bajar al hall del hotel, de “solero de faldas amplio y tacones” y así, espléndida fémina, merece y le agrada que en el ascensor  “me miraran como se mira a una mujer”. Se eleva a la dignidad femenina. 

El libro es también para los hombres embriagados de los estereotipos de la “potra” rellena de curvas y la mamada infinita, figura retórica que se reitera en los encuentros de bramidos de testosterona y birra. Pero no saben lo que quiere la mujer, drama que ya preocupaba al amigo Freud"

Una vez un conferencista, para seducir y doblegar a un público, les descarga con: “Una mujer es bella si es deseada por alguien.” Empezaron a chisporrotear en ellas más las dudas que las consistencias. Él mentía pero la frase era cierta y lo sigue siendo para el hombre y también, por qué no, en todas las identidades de género.

Entrar en el registro del deseo y erguirse en la sensualidad es cosa también de gente de cierta edad, de toda edad. Por ello, el libro es para las que cumplen los 70, para descubrir que se puede amar, jugar, desear, a diferencia de su propia juventud que “no sabía tener” un pasado. ¿Pero será sólo así? 

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Me parece que el libro es más bien para las mujeres aterradas con el paso del tiempo, la caída de todo y la supuesta llegada a ser la misma nada para los hombres, siquiera una “trinchera”.(Si no sabés qué es, preguntale a tu chico). ¿Descubrirían que el deseo amoroso, pese a los cambios en el cuerpo, o gracias a ellos, es eterno?

Pero no: el libro es también para los hombres, para ellos, embriagados de los estereotipos de la “potra” rellena de curvas y la mamada infinita, figura retórica que se reitera en los encuentros de bramidos de testosterona y birra. Pero no saben lo que quiere la mujer, drama que ya preocupaba al amigo Freud. ¡Sepan y escuchen, antes de que sea  tarde!: “Hoy, igual que ayer, soy la joven amante y no la vieja autora que recrea una pasión de juventud”. Piensen en el misterio de la mujer que tienen al lado.

¿Fue una novela o su autobiografía? Eso no se sabrá y poco importa, pero se descubre que todo esto sucedió, pues “una cosa es escribir y otra padecer cada letra en carne propia”.  Y sí, con los aforismos que multiplica Símale, se podría escribir otro “Voces” (Antonio Porchia). Se  descubren en cada página porque te hablan a vos. Es que “nunca es tarde para saber”.

¿En qué esquina de qué “rioba” porteño o del Universo  – que no encuentro ni querría encontrar -  queda la estación de la vejez sin esperanza?