Elogio al silencio

Silencio Foto: Agencia Freepik

Incómodo. Extraño. Denostado. Nunca fue la opción preferida en un contexto que lo marginó, al competir en desventaja frente al dominio de lo inmediato y su velocidad. Las pantallas, sus estímulos e intensidad convirtieron al silencio en una rareza o un ejercicio mal interpretado. En una extravagancia privilegiada o en un acto de locura. A veces por genuina incomprensión, otras por desdén, el silencio siempre suscitó reacciones aunque no siempre las que merecía.

Con el tiempo tuvo muchas apreciaciones, pero pocas que lo hayan conocido. Antes más ponderado, y en estos días más despreciado, al silencio se lo ha criticado por reducirlo a la ausencia de algo. A un faltante. Siempre recibió el estigma de aburrido y a veces presumido porque se creía que poco podía hacerse con él. Se lo trató como una consecuencia indeseable en las conversaciones y un momento eludible en la soledad. Su aparición era señal de peligro, de que algo no funcionaba y debía revertirse.

El prejuicio contra quienes lo disfrutaban terminó por convertirse en un señalamiento irreversible. ¿Cómo es posible que alguien prefiera el silencio? Se convirtió en una crítica injusta que soslayaba lo evidente. El silencio, inevitablemente, siempre planteó un interrogante de difícil respuesta porque su enigmática presencia interpelaba. Se convirtió en una amenaza por lo que, paradójicamente, debía valorarse.

El silencio siempre fue la oportunidad para que los momentos más maravillosos sucedan. Una compañía esencial para el instante de reflexión y la contemplación. Para la inspiración y el descubrimiento. Para el arte y la creación. Para la imaginación. Para un abrazo o una sonrisa cómplice. Se convirtió en un momento distinto que sólo podría incomodar a quienes no están dispuestos a explorar la profundidad que ofrece esa dimensión humana, desconectada de tanto estímulo superficial. El silencio se transformó en un espacio en el que las palabras redundaban, y en el que la curiosidad y sensibilidad adquieren todo el protagonismo. Se equivocan quienes lo han juzgado por su apariencia.

En estos días que atravesamos el silencio representa, más que nunca, una oportunidad que no debemos resignar. Un desafío en la era de los gritos y las pantallas. Por las noches o madrugadas, a veces más sencillo y otras no, su presencia nos propone indagar una dimensión íntima. En la soledad, nos ofrece un espacio para conectarse con los deseos y los pensamientos. Para desarrollar y explorar la propia individualidad a través de la escritura, la lectura, la pintura o la composición. Un espacio para perseguir nuestras inquietudes. En la compañía, una pausa constructiva que permite mejores entendimientos, un momento de tranquilidad e, incluso, un vínculo más profundo que las palabras jamás podrían construir. Por eso, tolerar el silencio siempre significó compartir y respetar la libertad de quienes lo disfrutan y valoran. Acompañar a quienes encuentran en su ejercicio un momento de plenitud y serenidad. Elogiar al silencio, finalmente, siempre significó un acto de gratitud por lo mucho que nos dio.