opinión

El tren de la economía verde

Río Paraná. Registra una bajante histórica, afectando a la producción de alimentos. Foto: na

El último informe del Grupo de Expertos que conforma el Panel Internacional sobre el Cambio Climático de la ONU compartió recientemente sus conclusiones sobre los alcances de esta crisis. Las dos ideas centrales que arroja el relevamiento son las siguientes: que siguen incrementándose los fenómenos naturales y sociales que deterioran el ambiente y las condiciones de vida de las personas; y que todo esto es responsabilidad de la actividad humana. Así de contundente es la ciencia sobre el estado de situación de esta problemática global, pero también lo es sobre la capacidad que tenemos las personas de intervenir para detener y mitigar el impacto del calentamiento global en cualquier lugar del mundo. 

Por un lado, es necesario reflexionar sobre la necesidad concreta de destinar recursos que puedan revertir algunas de las consecuencias más directas de esta crisis. Transformar la matriz productiva de un modelo de desarrollo con un grado tan alto de emisiones de carbono puede llevar tiempo, pero fundamentalmente lo que implica es el inicio de un proceso de reasignación de recursos y la elaboración de políticas públicas que lo acompañen. En este sentido, el mercado internacional avanza en exigencias ambientales que generan condiciones inapelables para la inversión y para comercialización de productos. Y por supuesto, los consumidores van incrementado sus patrones de selección respecto al cuidado que las marcas tienen a la hora de producir, distribuir y vender. El tren de la economía verde llegó para quedarse y es importante comprender que no sólo se trata de un deber moral con la protección de nuestros ecosistemas. La rentabilidad de las empresas y también de los Estados, está atada a las estrategias de impacto que permitan un desarrollo humano sostenible. En la globalidad que habitamos, no será posible que solo algunos países hagan una transición ecológica de sus economías, porque todos estamos conectados de una u otra manera.

Para acercarnos de manera concreta a la problemática, basta con mencionar lo que ha señalado el IPCC sobre cómo el ritmo del calentamiento global ha intensificado el ciclo del agua elevando las temperaturas y con ello la humedad en el aire. En Argentina esto se traduce en un aumento de precipitaciones para la región centro y nordeste (Buenos Aires, Santa Fe, Mesopotamia y Córdoba). Sin embargo en el noroeste Salta y Jujuy en particular tendrán largas temporadas de sequía aumentando la aridez del suelo, y recibiendo fuertes lluvias concentradas en una o dos semanas del año. Esto aumentará las distintas problemáticas vinculadas a las inundaciones como pueden ser las pérdidas de materiales de infraestructura familiar y comunitaria, y un sin fin de trastornos que impactan en la calidad de vida de las personas. En la crisis del agua, la interconexión que tenemos todos los actores del sistema es muy evidente. Somos corresponsables en cada acción, en cada inversión, en cada elección que hacemos. Detener la emergencia social y ambiental actual forma parte de una cadena de decisiones cotidianas. En los últimos tiempos en Argentina hemos visto cómo los humedales caen en forma de ceniza por los constantes incendios que los asedian, mientras que el río Paraná registra una bajante histórica, afectando no sólo a sus ricos ecosistemas sino también a la producción local de alimentos de la que viven miles de familias y consumen millones de personas. Si además consideramos la deforestación imparable de los últimos 40 años en estos reservorios de carbono irremplazables, sabemos que no hay más tiempo que perder.

Pero entonces, en concreto ¿qué podemos hacer? Reducir el impacto. Reparar el daño. Invertir en soluciones verdes. Aceptar que si no modificamos integralmente nuestra forma de producir y consumir, pronto no tendremos dónde hacerlo. Los fenómenos climáticos incrementados por la crisis ambiental afectan especialmente a los sectores más vulnerables y el acceso al agua como a otros derechos, se transforma poco a poco en un privilegio para pocos. Entender por ejemplo, que mitigar la huella hídrica es una tarea de primer orden, fundamentalmente en las zonas de escasez como la provincia de Mendoza, donde paradójicamente registran un derroche del 62% de agua para consumo. Invertir en proyectos que acompañen la transición hacia una economía del bienestar global. Construir alianzas que dejen siempre huellas positivas en las comunidades y sus entornos, que apuesten por la educación, por la restauración y el desarrollo sostenible. Transformar la perspectiva de crecimiento en donde el valor del impacto positivo para el mundo y las personas sea el corazón de cualquier proyecto.

*Dir. Ejecutivo Proyecto Agua Segura.