Universidad de Belgrano

Cuando la política deja de ser una brújula

Gracias a miles de “subespecies”, a la política le llegó lo que Ortega y Gasset llama “la barbarie de la especialización”, pero los giros lingüísticos no pueden amortiguar el malestar que provoca cuando pierde valores, racionalidad y globalización.

Rafael, La escuela de Atenas Foto: Cedoc Perfil - Wikipedia.org

Desde hace unos nueve lustros, mi principal preocupación académica se refiere a las palabras técnicas de la Ciencia Política y de la Filosofía Política, y puedo decir que en las últimas décadas he advertido modificaciones en el uso de algunos términos que constituyen y acompañan a estas disciplinas.

Hace unos treinta años, en los inicios y auge de la mundialización, ciertas palabras de la política se marchitaron para dar lugar al florecimiento y robustecimiento de otras; y, en realidad, la que más se restringe es la misma palabra “política”, y su espacio es ocupado y ensanchado por la expresión “política de”.  

Datos sustantivos en que se sustenta tal afirmación son los siguientes: al buscar en Google “definición de política” el resultado es de 6.390.000 páginas, en cambio, si se busca “política de” se comprueba que se han acumulado 4.530 millones de páginas

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Entre tantos millones puede verse que aparecen expresiones de las más disímiles y con ninguna relación aparente entre ellas, tales como ‘política de los chimpancés’, ‘política de la música’, ‘política del aceite’, ‘política de la privacidad’, ‘política de gobierno digital’, etc., etc. 

Esto muestra a las claras, que a la política le ha llegado eso que Ortega y Gasset llama “la barbarie de la especialización”, lo que equivale a reconocer que se ha segmentado y fragmentado.

 

Cuando la política deja de ser una brújula

En la actualidad, el tema de la mundialización ya no se encuentra en el epicentro de la reflexión y el punto sobre el que más escriben y hablan eruditos, expertos y legos gira alrededor del desencanto, la desilusión y la falta de esperanza en la política y sus decisores, y puede verse también un esforzado intento por instalar nuevas palabras, entre las que se destacan, por ejemplo, arquipolítica, parapolítica, metapolítica, ultra política, pospolítica.  Esto dice que ahora, a la política, no se le agrega un complemento determinativo como en la década de los noventa y la primera década del siglo XXI, sino que lo que se hace es ponerle un prefijo. 

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Esas palabras, generalmente acuñadas por pensadores de la izquierda política educada de Europa, no penetran en la sociedad, sólo giran dentro de las restringidas moradas dedicadas a las altas cumbres del intelecto y no reflejan el malestar que producen dichos y hechos que se generan en diversos ámbitos con la acción política. 

De qué política hablamos

Si se reconoce el alto grado de rechazo de la sociedad para con la política, es probable pensar en la oportunidad de la política para retomar y dinamizar características que le son propias y de las que no se puede desprender. Vale la pena entonces recordar aquí las principales características que le adjudicaron a la política grandes pensadores y autores destacados. Se resumen aquí en las tres siguientes:   

  • La globalidad, que nace del carácter de la unidad social en que se enmarcan las decisiones y de la manera en que estas afectan a la sociedad en su conjunto. Aunque, si bien la sociedad puede ser dividida en sectores, de hecho, las medidas tomadas o los cambios producidos en un sector cualquiera influyen o se proyectan en otros sectores, ya sea a través de efectos buscados y previstos o por consecuencias no esperadas.

En este sentido, y como consecuencia de la globalidad, la política es de por sí supra sectorial, la sectorialización o, lo que es lo mismo, la “política de” y la “política con prefijos” la empobrecen y disminuyen en su natural amplitud.

  • La segunda nota característica de la política es la racionalidad teleológica, la cual nace de compatibilizar los sectores como fruto de la deliberación en torno a determinados fines.

En nuestro hoy candente la deliberación se ha convertido en debate y, entonces, lo importante no es convencer sino vencer. Es un debate en el que la comunicación se transforma en un concurso por la construcción de relatos paralelos. El olvido de la verdad hace que la deliberación sea sustituida por una concepción de la política como una forma de guerra, una guerra de la información por alcanzar y mantener el poder, que se transforma en el principal fin o ‘telos’ político.

 

  • La tercera característica es aquella que refiere a los valores, a los presupuestos axiológicos que, más o menos implícitos se hallan bajo toda acción política. Esa presencia de valores se encuentra en la selección de medios y la fijación de objetivos o fines.

Se hace necesario desplazar a la “frontera antagónica” o si se prefiere a la “guerra de posiciones” y buscar consensos axiológicos que sirvan de brújulas para marchar hacia un futuro en que la política mantenga un espacio donde el respeto de la dignidad humana y el mejoramiento de la sociedad no se pongan en discusión.

Se puede afirmar, y hacerlo casi sin poner peros, que intentar volver sobre la globalidad, la racionalidad teleológica y ciertos presupuestos axiológicos no significa someter la política a un espíritu conservador, pues debe tomarse en cuenta que la política es movimiento, dinámica, cambio, mutabilidad que permiten la adaptación a los requerimientos de la época y la reorientación ante las crisis y, por ello, apoyarse en tales fundamentos es parte de la tarea para devolverle a la actividad política el prestigio del que pudo hacer gala en otros tiempos. 


* Profesor de “Teoría Política Contemporánea” en la Carrera de Ciencia Política de la Universidad de Belgrano y titular del Doctorado en Ciencias Políticas.