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Celulares fuera del aula: ¿y dentro, qué?

La prohibición de utilizar dispositivos electrónicos en a escuela refuerza “el axioma de que la educación se constituye de aulas del siglo XIX, docentes del siglo XX y alumnos del siglo XXI”, sostiene el autor. Eso los deja sin lo más preciado de su actual vida social.

Más colegios le dicen adiós a los celulares en el aula. Foto: reperfilar

La corriente de prohibición de los teléfonos inteligentes en el aula iniciada en Gran Bretaña, Francia, Noruega y Países Bajos llega a la ciudad de Buenos Aires, a instancia de una orden del Ministerio de Educación. Se extiende tanto al nivel inicial y jardín como a la escuela media. Solo en esta última es admisible su uso en tanto incumba a una actividad planificada con fines pedagógicos.

Ante el posible debate sobre la importancia o no de incluir los celulares en la dinámica del trabajo educativo, refiramos en primer lugar a experiencias pasadas que podrían mostrar algunos aspectos comunes.

En los años 90, los docentes tendían a plantear batalla con el televisor y los reproductores de VHS. Resignadas a su efecto cultural avasallante, las instituciones educativas decidieron incorporar la nueva tecnología. La escasez de recursos impedía tener un artefacto por aula, por lo cual la práctica consistía en trasladarse con el grupo durante una o dos horas a un espacio especial que con ciertas pretensiones denominaban “sala de video”.  

Escuela, alumnos y celulares

Para los estudiantes la actividad era parecida a salir de excursión. Es decir, los fines pedagógicos se cohibían ante la excitación de abandonar el aula y hacer algo parecido a lo que hacían en casa después del colegio, una experiencia por lo normal placentera. 

No obstante, la propuesta de sumar contenidos de televisión a los instrumentos didácticos era vista como un factor de distracción que desnaturalizaba el acto educativo. Por supuesto que, a diferencia de los celulares, los docentes tenían potestad en la elección de los contenidos y el momento en que serían recibidos -debían durar no menos de una hora para que se justificara la visita y la espera de la sala-. Aun así, el material proveniente de ese medio se consideraba un lenguaje menor que quitaba dimensión a los conocimientos. 

De ningún modo se pueden desdeñar las sólidas razones que justifican la medida. No obstante, con la salida del celular del aula es trascendental que nos preguntemos qué queda dentro de ella. O más bien, ¿cómo se activa eso que quedó?"

Con el avance de las tecnologías digitales, década después el mensaje audiovisual ingresó más fácilmente a las aulas, en dosis breves y oportunas, según el plan de clases. Finalmente, ese mismo repertorio conquistó los celulares y la vida individual de los estudiantes. Uno de los principales hábitos y máximos placeres de la cotidianeidad se extendía al aula. Ya no había que esperar a llegar a casa. Todo estaba en la mano y en cualquier sitio: la tele, la radio, las reuniones con amigos, las fotos, los videos, la cámara para tomar imágenes o la música, inclusive en el lugar menos pensado para todo ello, la escuela. 

Más colegios restringen el uso del celular en el aula

El pedido de que el celular sea apagado y guardado responde a la necesidad de los docentes de que el estudiante se concentre en la clase y, en el caso de que deba realizar un trabajo o rendir un examen, evitar que fragüe sus respuestas mediante la inteligencia artificial.

Visto desde la existencia actual de los jóvenes, la proscripción de esos dispositivos equivale a cancelar una parte importante de su vida social y dejar en pie solo una: las horas en el aula con el docente, lamentablemente de las menos apreciadas. 

El celular es una extensión de su cuerpo, de sus emociones, de su capacidad para motivarse. Su proscripción afianzaría el axioma de que la educación se constituye de aulas del siglo XIX, docentes del siglo XX y alumnos del siglo XXI.

La respuesta desde la provincia de Buenos Aires por los celulares en las aulas: "Si cada alumno tuviera una netbook, no se necesitarían"

Desde la perspectiva de los objetivos de la educación formal, de ningún modo se pueden desdeñar las sólidas razones que justifican la medida. No obstante, con la salida del celular del aula es trascendental que nos preguntemos qué queda dentro de ella. O más bien, ¿cómo se activa eso que quedó? ¿Cómo lograría el aula equiparar los estilos de vida de los jóvenes fuera de ella, matriz en la que los dispositivos electrónicos, especialmente los celulares, tienen un lugar privilegiado? 

Los profesores requeriremos de una gran inspiración para hacer que las explicaciones sean tanto o más coloridas y atractivas que la de los tutoriales virtuales"

Las rápidas innovaciones en tecnología generan tanto vértigo en nuestras vidas que solo es posible advertir el proceso de transición hacia un paradigma distinto, no así las características de ese paradigma. De tal modo, nuestro trabajo de docentes, por definición proyectado hacia el futuro, deberá capitalizar los encantos del eterno presente en que, a instancias del mundo digital, niños y jóvenes viven a diario. 

Cuando no encontremos la manera de integrar el celular al plan de actividades en el aula, los maestros y profesores requeriremos de una gran inspiración para hacer que las explicaciones sean tanto o más coloridas y atractivas que la de los tutoriales virtuales. Demandará conocimiento técnico y creatividad hacer que las propuestas de interacción sean dinámicas y llenas de imprevistos como en los chats. 

Solo desde el conocimiento de la esencia del acto educativo será posible hacer foco en los intereses existenciales compartidos, de canalizar las evidentes necesidades de protagonismo de los nacidos en el nuevo milenio. Nuestra vocación, autoridad y maestría, con o sin celulares en el aula, estimulará la atención y compromiso del grupo, a partir del contagio de la propia pasión por el conocimiento.

director del Departamento de Ciencias Sociales y Humanidades de UADE