Efemérides 6 de diciembre

Buenos Aires, ciudad sitiada

En 1852, 12 provincias se unieron para bloquear el puerto porteño hasta la calle Callao, en protesta contra el repudio rosista al Acuerdo de San Nicolás. Fue una de las tantas confrontaciones entre federales “ricos” y provincianos “pobres” por los ingresos de la Aduana. La coima al estadounidense Coe y el balazo en la cabeza de Mitre.

Sitio a Buenos Aires, el 6 de diciembre de 1852; flota de Justo José de Urquiza al mando de John Halstead Coe. Foto: CEDOC

Más de una vez Buenos Aires estuvo rodeada por tropas enemigas. Después del desastroso fin de la experiencia de Pedro de Mendoza, pasaron casi tres siglos hasta que los invasores británicos la sitiasen en julio de 1807.

El coronel Pagola lo hizo otra vez en los primeros días de octubre de 1820, y Rosas volvió a sitiar la ciudad durante el breve gobierno de Juan Lavalle, entre abril y agosto de 1829, después del fusilamiento de Dorrego. Durante la revolución de los Restauradores, en 1833, las fuerzas insurgentes rodearon la ciudad exigiendo que don Juan Manuel asumiera el cargo de gobernador con plenos poderes.

Entre octubre y noviembre de 1859, antes de concretarse el Pacto de San José de Flores, también se impidió el ingreso y egreso a la ciudad de los porteños.

Sin embargo, cuando se habla de “El sitio de Buenos Aires”, nos referimos al impuesto por el entonces coronel Hilario Lagos, que comenzó el 6 de diciembre de 1852. Esto ocurrió después de que el gobierno del general Manuel Pinto, y posteriormente Valentín Alsina, repudiaron el Acuerdo de San Nicolás y enviaran al general Paz a invadir a Santa Fe.

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Se había desatado, una vez más, la confrontación entre porteños y provincianos por los dineros de la Aduana de Buenos Aires, la razón no tan oculta de  discordia entre argentinos, que cada tanto estallaba (¿o estalla?) en violentas convulsiones.

Los porteños no estaban dispuestos a repartir “sus ingresos” con las “doce hermanitas pobres”, como llamaban a las provincias reunidas en la Confederación bajo el mando de Urquiza.

Este se valió de un antiguo oficial rosista, el coronel Hilario Lagos, para domar a los porteños. Estos, con más medios, se pusieron bajo la conducción política de don Valentín Alsina, quien se valió de la enorme experiencia de un general fogueado como la era Paz, antiguo jefe de la sitiada Montevideo que, por diez años, fue la Troya del Plata

La mano derecha del “Manco” Paz –si es que vale la expresión– era el fogoso coronel Bartolomé Mitre, quien con su verba encendida y actitud combativa convenció  a la juventud de Buenos Aires de defender este porteñismo separatista.

Ese 6 de diciembre, las tropas de Lagos avanzaron hacia la Plaza de las Victorias, aprovechando la sorpresa y la falta de organización de las fuerzas locales que rápidamente fue asumida por Mitre, liderando a la juventud de la ciudad, una extraña mezcla de rosistas de pura cepa –que incluía a los propios sobrinos del Restaurador– y los hijos de los exiliados unitarios como los Varela, todos unidos por esa misteriosa “clave porteña” de la que hablaba Mitre.

Esta improvisada reacción evitó el asalto de las fuerzas de Lagos, quien debió organizar el sitio de la ciudad. Por entonces esta se extendía hasta la actual avenida Callao –llamada Calle de las Tunas– pasaba por lo que hoy llamamos la Av. 9 de julio y se extendían del Retiro a la Concepción (Constitución) pasando por del Parque (Plaza Lavalle) y Montserrat. 

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El arroyo Maldonado y el Riachuelo habían quedado en manos enemigas completando el sitio con el bloqueo del puerto por una flota confederada al mando del comodoro John Halstead Coe, un norteamericano de larga experiencia en la conducción naval durante nuestros conflictos civiles.

Con esta encerrona, los urquicistas pretendían ahogar al fervor porteño. Sin embargo, los habitantes de Buenos Aires se organizaron en doce batallones, dos regimientos de caballería y contaron con el apoyo entusiasta de inmigrantes italianos y españoles, además de las delegaciones de marinería de Gran Bretaña, Francia, España, Brasil.

El 16 de diciembre, Lagos organizó otro asalto a fin de romper la resistencia en la plaza de la Concepción pero fue enérgicamente rechazado. Desde entonces, Buenos Aires fue hostigada por fuego de artillería, que causaba más daño psicológico que físico. 

Las tropas porteñistas del sur de la provincia encabezadas por el coronel Rosas y Belgrano (el hijo de don Manuel, pero criado por Rosas porque era hijo de su cuñada Josefa Ezcurra) se dirigieron a la ciudad sitiada con la intención de sumar refuerzos, pero fueron derrotadas en la batalla de San Gregorio –el 22 de enero de 1853–. Los hermanos José y Rafael Hernández, a la sazón de apenas 20 años, salvaron su pellejo escapando a todo galope del campo de batalla. De allí quedó eso de que “los hermanos sean unidos…”

Quien también salvó su vida de milagro fue el coronel Mitre. Este recibió el impacto de una bala en la cabeza. Por suerte el golpe fue atenuado por un escudo de metal que esa mañana su esposa había cosido al quepí.
De todas maneras, Mitre, mientras era sostenido por dos sobrinos de Rosas (Ezcurra y Bond) dijo una de esas frases para la posteridad: “Déjenme morir de pie como un romano”. No sabemos de dónde había sacado el militar y poeta que los romanos elegían esta forma tan incómoda para morir...

Mitre debió ser operado ese mismo día y desde entonces lució una cicatriz estrellada en la frente que se hinchaba cuando se expresaba con vehemencia.

La ciudad pudo sobrevivir por meses gracias a que algunas naves podían burlar el bloqueo de la flota confederada, conducida por John Halstead Coe, gracias a sobornos que le permitía “hacerse el distraído”.

Bajo la consigna que cada hombre tiene su precio, las autoridades de la ciudad encomendaron a Mariano Billinghurst entrar en tratativas con Coe a fin de llegar a un arreglo para que los porteños adquiriesen la flota confederada, transacción que se hizo a un buen precio (22000 onzas de oro).

Sin el bloqueo el sitio perdió su sentido y las tropas de Lagos y Urquiza fueron retirándose, permitiendo que la ciudad retomase su antiguo ritmo.
Buenos Aires había demostrado determinación además de los medios para triunfar bajo la consigna que la guerra es un intercambio comercial violento y en este caso habían usado oro en lugar de plomo. 

Algunos estudiosos sostienen que la palabra “coima” proviene del latín 'calumnia' (engaño), para los porteños el término evoca el doblez del comodoro Coe, quien después de pasar unos años en su país, volvió a Buenos Aires donde vivió sin ser molestado, murió y fue sepultado en el cementerio de la Recoleta.