Blitz-economics

No pongo en duda que Argentina tiene que encarar reformas profundas, y muchas contra la resistencia de grupos corporativos. Ahora bien, hasta la fecha los afectados son jubilados, pymes o producciones regionales. La velocidad, a veces, prescinde del cuidado.

La inflación de diciembre fue de 2,7% Foto: Noticias Argentinas

La suerte de cualquier programa económico, en una democracia, está dado por su validación social. Con mayores o menores “turbulencias de mercado” por medio, serán los ciudadanos/electores los que sostendrán o repudiaran el mismo, de acuerdo a un juicio en el que se ponen a consideración elementos de los más diversos, sobre todo dos: la comparación con experiencias recientes y los impactos en los ingresos personales. El oficialismo goza de una ventaja: el experimento kirchnerista ha sido una ruina que solo pudo maquillarse en los años de precios internacionales extraordinarios. Ese fracaso explica (en parte) la reacción que estamos viviendo.

Sin embargo, no alcanza con el ordenamiento de las cuentas públicas, la fe desregulatoria y pro-mercado, para producir una economía más competitiva, y que goce de respaldo social, con todas sus consecuencias (deseadas y no deseadas).

La idea base que parece impregnar toda la acción de gobierno es sencilla: “hagamos las cosas rápido”. Hay una confianza en que si la “Blitz-economics” (economía relámpago) funciona, la sociedad se aceptara pacíficamente el nuevo escenario.

No pongo en duda que Argentina tiene que encarar reformas profundas, y muchas contra la resistencia de grupos corporativos. Ahora bien, hasta la fecha los afectados son jubilados, pymes o producciones regionales. La velocidad, a veces, prescinde del cuidado.

El supuesto de que “rápido es mejor”, se contradice con la perorata oficialista en torno a que se ha producido un cambio cultural que entiende la necesidad de una economía menos amañada por regulaciones y abierta a la competencia. Si lo segundo es cierto, no debería haber problemas para gestionar procesos, de modo tal que los agentes económicos puedan adaptarse de modo razonable.

La experiencia de transformaciones exitosas llevadas adelante en países comparables con Argentina por tamaño y complejidad económica, han requerido además de cierta sostenibilidad en algunos criterios (por ejemplo, un presupuesto aprobado de manera regular por el Congreso), salvaguardas para aquellas actividades o sectores que podrían adaptarse a las nuevas condiciones, aunque no automáticamente. Al contrario, si las reformas soslayan o minimizan las condiciones de la “economía realmente existente”, el intento o bien fracasará o bien se impondrá a un costo innecesariamente alto.

No se trata de preservar privilegios, ni de obstaculizar cambios. Se trata por un lado de reivindicar una conversación madura sobre temas complejos, y además evitar los típicos problemas que generan los sesgos que se consolidan en momentos de optimismo.

Las empresas, los inversores y consumidores de argentina no son catálogo de conductas virtuosas o ruinosas, simplemente se han adaptado a una macroeconomía montaña-rusa. Una nueva adaptación debe tener por objetivo hacerlos parte de un futuro económico menos traumático.  El ejemplo de esta situación se puede observar cuando frente a la apreciación cambiaria los industriales locales señalan que desearían poder competir bajo en esquema de presión fiscal similar.

Un chiste viejo hablaba del lamento de un pastor frente a la muerte de su burro “justo que lo estaba acostumbrando a no comer se me viene a morir”.  Las transiciones son un arte repleto de complejidad. En el caso argentino, esa complejidad se multiplica y tiene nombre: dólares. Veremos en los próximos meses como evoluciona el intercambio comercial, de cara a un año muy difícil en materia agropecuaria.

Los consumidores, las empresas y en especial las pymes argentinas lo han atravesado todo: arbitrariedades, cambios de reglas de juego, ajustes estrepitosos, cierres y aperturas intempestivos, condiciones financieras insólitas, extorsiones sindicales, proveedores monopólicos, cortes de energía, etc. No imagino una economía floreciente sin un amplio, diverso y calificado tejido empresarial. Su opinión es valiosa, son la voz de la economía real.

Procrastinar reformas puede ser tan lesivo, como creer que se puede enmendar la economía argentina soslayando las particularidades de los actores económicos locales .
Cualquiera que sea el imaginario de llegada que este en la cabeza del oficialismo, se necesita que en el camino quienes trabajan, invierten y crean riqueza de verdad sean parte de la solución.

El gobierno ha dado un paso importante al equilibrar gastos e ingresos públicos. Ese es un punto de partida (no de llegada), y de aquí en más no se trata solo de velocidad. Así como sin presupuesto equilibrado es difícil funcionar a largo plazo; sin empresas, no hay recaudación ni empleo, el horizonte de estabilidad será menos atractivo y por lo tanto políticamente frágil.

La transformación económica no debería sonar como un relámpago, sino como una marcha de liberación que contente a quienes creen, sueñan y apuestan por el país.

(*) Diputado Nacional por la UCR