RADICALIZACIÓN DE IDEAS

El periodista José Benegas ve a sus parientes Benegas Lynch como "fascistas del franquismo"

"El fascismo no se trata solo de violencia, que es una consecuencia, sino de una idea de absolutismo en el poder y una relación con los individuos mediada a través de corporaciones", sostuvo el ensayista.

José Benegas Foto: Cedoc

El abogado José Benegas, pariente de los Benegas Lynch, comparó la ideología de Donald Trump con la de Javier Milei, y concluyó que "ambos representan la idea de un pasado ideal". A su vez sostuvo en Modo Fontevecchia, por Net TV, Radio Perfil (AM 1190) y Radio Amadeus (FM 91.1) que "tanto en el fascismo como en el comunismo tenemos que hablar de totalitarismo".

José Benegas es abogado, ensayista, periodista, especializado en temas filosóficos, políticos, institucionales y económicos. 

A pesar de compartir el apellido, usted ha advertido que su pariente Bertie Benegas Lynch y su familia tienen actitudes cercanas al fascismo. ¿Podría ampliar esta idea?

En mi libro "Lo impensable: el curioso caso de los liberales mutando al fascismo", del 2018, analizo esto como un fenómeno internacional, no solo el caso de los Benegas Lynch. En realidad, soy primo segundo del padre, y esto se relaciona con una narrativa en la que participé sobre libertad individual y preferencias personales, fundamentales en la teoría económica para conocer el valor económico. 

Sin embargo, esta corriente empezó a asociarse con posiciones teocráticas y religiosas moralistas, que parecen conservadurismo, pero en realidad buscan retrotraer la sociedad a un pasado mediante una intervención jurídica y un cambio político revolucionario.

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Por eso lo asocio a las ideas del fascismo, ya que implica una acción directa del Estado para moldear la sociedad, la llamada "batalla cultural". Este término oculta la intención de imponer normas religiosas y morales, y una identidad nacional, alejándose del verdadero liberalismo. 

Desde que escribí el libro, noté un cambio abrupto de alianzas y de asociaciones de ideas. Los Benegas Lynch representan el capítulo argentino de este movimiento, que tienen un vocabulario liberal en Milei y que, en mi opinión, es superficial y mal comprendido, pero que forma parte de este fenómeno global.

Usted comparaba con Trump y la idea de volver hacia atrás, el "Make America Great Again", volverla a "ser grande" sobre la base de una nostalgia del pasado. Ahora, más allá de compartir ese deseo de volver a un momento de gloria pretérito, pareciera ser que el modelo económico de Trump es opuesto al de Milei. De hecho, nuestro presidente es un universalista y Trump es un nacionalista. ¿Es correcta esta lectura?

Creo que el modelo económico no es lo que nos une. En mi libro sobre Milei, publicado en España, menciono que la ideología de Milei es expresada en términos marxistas. Es decir, de boca para afuera utiliza ciertos términos, pero en realidad expresa un proyecto de poder que es diferente. 

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Hay una identidad clara entre Trump y Milei. Más allá de los criterios racionales, estamos acostumbrados a pensar la política en términos de ideas y conceptos, pero la política históricamente ha sido un problema de identidad y miedo al otro, con una división entre buenos y malos.

Tanto en el proyecto de Milei como en el de Trump, se presenta la idea de "ellos contra nosotros" y la representación de un pasado ideal. Esto se asemeja al populismo de izquierda, con un enfoque en el "nosotros" como la gente de bien, con comportamientos familiares adecuados y roles de género tradicionales. Sin embargo, es curioso porque quienes promueven esto no siempre practican lo que predican. 

El caso de Trump, por ejemplo, muestra que no representa ningún tipo de santidad, siendo condenado recientemente por un hecho bochornoso. Esto se parece al chavismo, que es una izquierda nostálgica que ha olvidado el ideal y se enfoca en los beneficios del absolutismo y el abuso del poder. Esta derecha actual, al hablar de un pasado de santidad familiar, no refleja una vida presente coherente, sino que busca una legitimidad ilimitada.

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¿Cuánto tiempo lleva en Estados Unidos usted? ¿A qué se dedica allí?

En total llevo 13 años. Y lo que hago es escribir y hacer consultoría privada. 

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Yo entrevisté hace 10 días al filósofo holandés Rob Riemen, que es crítico de los movimientos de ultraderecha, especialmente en su país, ya que en Holanda la ultraderecha accedió al gobierno. Cuando hizo la presentación de uno de sus libros respecto al regreso del fascismo, el New York Times le pidió una columna de opinión y él planteó que Trump era fascista, pero el editor del New York Times dijo que estaba en desacuerdo de calificar a Trump de fascista porque el fascismo era violento y Trump no lo era. Vale destacar que todavía no habían sucedido los hechos de la toma del Capitolio y que el New York Times es bien crítico de Trump. ¿Hay en Estados Unidos cierta inhibición de llamar fascismo a lo que representa a un partido político centenario como es el republicano en el país del norte?

Sí, la palabra fascismo a menudo se usa en exceso, pero en realidad el fascismo no se trata solo de violencia, que es una consecuencia, sino de una idea de absolutismo en el poder y una relación con los individuos mediada a través de corporaciones. Estas ideas caracterizan al fascismo. Podemos hablar de sus acciones criminales, pero también debemos alarmarnos por las ideas que llevan a considerar al individuo como algo disponible.

Esta ultraderecha se vincula con el fascismo principalmente porque adoptan una política de identidad. Promueven una pureza cultural que se percibe como en peligro, identificando a "extraños" dentro y fuera del país que deben ser eliminados. Estos extraños no encajan con el ideal de familia tradicional que defienden. Esta ideología es la que subyace al trampismo y conecta estos movimientos en Latinoamérica y Europa, incluso con figuras como Vladimir Putin.

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Lo complicado es que quienes promueven estos valores tradicionales no los representan en sus vidas. Esto los vincula con el fascismo, aunque podríamos llamarlo absolutismo, totalitarismo conservador, o un tipo de fascismo con elementos religiosos, similar al franquismo de España.

Pero hay otros absolutismos. De hecho, la revolución cultural la hizo China. O sea, usted podría decir que también hay un absolutismo en las economías planificadas. ¿Qué caracteriza, entonces, al absolutismo fascista para poder hacer esa taxonomía de colocar a Trump y a Milei dentro de esta familia política?

Básicamente lo que llaman la batalla cultural, una lucha para que la cultura sea de determinada manera. Ya en la década del 60, en Estados Unidos, durante la rebelión contra las leyes de Jim Crow y la segregación, surgió un movimiento supremacista blanco similar. Estos supremacistas consideraban que la igualdad ante la ley para la gente de color era marxismo, izquierda o progresismo, y siempre lo identificaron de esa manera.

Cuando aparecieron los movimientos feministas y de defensa de la mujer, también se los catalogó como de izquierda o marxismo. En ese sentido, han inventado su propia izquierda y su propio marxismo, viendo las libertades personales como parte de un plan marxista cultural, lo que, según ellos, justifica su intervención en la cultura. Entonces, dar la batalla cultural es, en esencia, una lucha contra la actividad privada, ya que la cultura es una actividad privada.

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Al escucharlo, estoy tratando de construir las categorías, tratando de ser lo más didáctico posible, encontrar los invariables, descartarlos y encontrar la variable para encontrar allí la singularidad. La revolución cultural también la llevaron adelante, Mao Tse Tung y el caso de Cuba con el “Hombre nuevo". La diferencia sería que en las batallas culturales que llevaron adelante los gobiernos comunistas era de cambiar la sociedad pero hacia adelante, hacia algo que no existía, mientras que en el caso del fascismo es cambiar la sociedad para volver a valores del pasado. Uno sería valores que ya existieron y que son nostálgicos y otros valores que a su juicio deberían existir y no existen. ¿Es correcto esto?

Totalmente correcto. Yo también lo relaciono mucho con la Revolución Cultural, que también es un significante vacío para intervenir políticamente y tiene un fin utilitario. La nostalgia también está falsificada, como siempre. Esas nostalgias son un recorte de cómo era la vida en la cual yo me sentía superior. Así que sí, hay una relación directa con eso. 

Tanto en el fascismo como en el comunismo tenemos que hablar de totalitarismo. Puede parecer muy exagerado, pero la idea es totalitaria, por más que esto no esté instalado todavía. Eso de que hay que intervenir en la cultura y moldearla para adelante, para atrás, para arriba o para abajo, es una visión totalitaria del poder político.

AO FM