Día 411: Trump y César, los hipotéticos beneficios del autoritarismo
Un mundo en el que un nuevo emperador occidental concentre más y más poder con una actitud avasallante en el plano de la geopolítica no puede ser algo deseable. ¿Vale la pena el orden macroeconómico con esta pérdida gradual de calidad institucional?
Hoy Donald Trump asume su segunda presidencia de los Estados Unidos. Probablemente este sea uno de los hechos más importantes de los últimos años y tendrá un impacto decisivo en el futuro. Para analizar el mundo que se abre tras la asunción del líder de la extrema derecha republicana norteamericana, empezamos la columna de Modo Fontevecchia, por Net TV, Radio Perfil (AM 1190) y Radio JAI (FM 96.3) con una versión actual de Y.M.C.A cantada por los propios Village People en el mitin del triunfo de Trump, celebrado ayer en Washington.
En la obra Julio César de Shakespeare, se presenta una contradicción total entre los medios y los fines. Julio César asume el control de Roma en un momento de profunda crisis y ofrece un orden a cambio de la instauración de un poder concentrado en su propia persona que dispone con total tiranía.
Por otro lado, los senadores que lo ejecutan para poder volver a la república y al respeto a las instituciones, lo hacen a través de una conspiración violenta en la que lo terminan matando a cuchilladas. Los llamados Idus de Marzo. Además, esto se produce, en medio de una traición, la de su protegido, una especie de hijo adoptivo, que César había amado durante toda su vida, Marco Junio Bruto. Autoritarios fueron los métodos para estabilizar Roma y autoritarios fueron también para deshacerse del César. ¿Será verdad que a veces los fines justifiquen los medios?
Por ejemplo, en el caso de Julio César, él ensayó la idea de una dictadura correcta. Es decir, un régimen autoritario en beneficio de las mayorías. Una muestra de esto fue cuando repartió dinero público (denarios en moneda) entre los sectores populares para mejorar su nivel de vida. César también se encargó de mejorar la urbanización por así decirlo, la higiene, seguridad y condiciones de los barrios populares. ¿Existe algo así como la dictadura correcta o el autoritarismo popular? ¿Se puede ser autoritario en beneficio de las mayorías? ¿El wokismo es una suerte de ultrademocracia en beneficio de las minorías intensas o ideologizadas?
En la última tapa de la revista The Economist, se aventura con una hipótesis muy catastrófica sobre el futuro del mundo en la nueva era Trump.
La imagen de Trump pisando el planeta es una clara alusión a una posición expansionista norteamericana. Es decir, según gran parte de los analistas más serios de la política internacional, no solo habrá un problema hacia el interior de la democracia norteamericana, el famoso enemigo interno, sino que también se deberá esperar una actitud avasallante en el plano de la geopolítica, cambiando el abstencionismo clásico norteamericano de una persona como Trump que estaba provocado por los problema internos. Esto obviamente está respaldado, entre otras cosas, en las propias declaraciones de Trump que dijo que recuperará el canal de Panamá, comprará Groenlandia e impondrá aranceles de 25% a Canadá y de 60% a la propia China.
Hace dos días se publicó un reportaje que le hice a los dos últimos embajadores argentinos en China sobre la relación que creen que Trump tendrá con el gigante asiático. Uno de ellos, Diego Guelar, expresó que todos los anuncios pre asunción tienen un sólo destinatario: Xi Jinping y China. “Cuando habla de que va a anexar a Canadá, comprar Groenlandia, recuperar el canal de Panamá, aplicar 60% de impuestos a China y castigar a Europa, el destinatario es Xi Jinping y le dice: ‘Eres un autócrata en términos filosóficos, pero en la práctica tienes una concentración espectacular de poder. Si hay un emperador de oriente, yo soy el de occidente’’”. “Trump le muestra a Xi Jinping que va a manejarse como un autócrata”, agregó.
En línea con lo que plantea Guelar, así tratan a la más mínima disidencia en China. En 2022, el expresidente Hu Jintao fue expulsado del Congreso del Partido Comunista. Sin saber que le dijeron las demás autoridades del partido para que el jefe de Estado se retirara sin oponer resistencia, se puede conjeturar que su expulsión fue un símbolo de ruptura con la era anterior, o para evitar que votara en contra.
¿Pero qué tipo de régimen autoritario impulsará Trump? Hay quienes aseguran que podría esperarse una suerte de bonapartismo, un término que proviene de la teoría marxista. La producción de este programa habló con el licenciado en Filosofía y director de la revista Jacobin, Martín Mosquera, una publicación de alto nivel teórico de difusión marxista y le hizo algunas preguntas en este sentido.
Ante la consulta sobre qué es el bonapartismo, Mosquera sostiene que el término proviene del texto El 18 Brumario de Luis Bonaparte de Karl Marx, clásico de las ciencias sociales, en el que analiza el ascenso al poder de Napoleón III en Francia. “El término describe un régimen político en el que el Estado parece elevarse por encima de las clases sociales, actuando como un árbitro entre ellas”. Según Marx, esto ocurre en contextos de crisis muy profundas cuando ninguna clase social logra imponerse con claridad.
Según Mosquera, el bonapartismo se diferencia de las dictaduras militares, que se basan en el control del poder político por parte de las Fuerzas Armadas, y con el fascismo, que incluye “una movilización autoritaria de las masas”.
Sobre si efectivamente podemos esperar que Trump lleve adelante un régimen bonapartista, el director de Jacobin sostuvo que, aunque hay que evitar las generalizaciones, “en principio hay algunos puntos en común”. “Trump aparece como un outsider del sistema político tradicional, aprovecha las tensiones sociales y económicas y las divisiones internas de clase, e intenta estar al mando de un Estado fuerte ejerciendo un liderazgo concentrado del poder”, explicó”.
A su vez, explicó que el republicano construyó su legitimidad política apelando a sectores sociales específicos, como la clase trabajadora blanca, lo que tiene “algún punto de contacto con las posibilidades de emergencia del bonapartismo”.
En cuanto a las diferencias entre el fenómeno de Trump y el bonapartismo, Mosquera detalló que en Estados Unidos no hay “un equilibrio entre la burguesía y el proletariado, aunque sí hay una crisis de hegemonía en la dimensión consensual de un régimen político y hay fuertes divisiones internas en las clases dominantes”.
Según el análisis de Diego Guelar, Trump justificaría su impulso de un régimen antidemocrático y bonapartista de nueva clase para poder competir con China y ofrecerles una mejor vida a los estadounidenses.
Tratando de mirar por un segundo la realidad desde la óptica del presidente electo de los Estados Unidos, algo que nos puede servir para entender la lógica antidemocrática creciente en la coyuntura mundial actual, podemos pensar en los tigres asiáticos de los años setenta. Taiwán, Corea del Sur, Singapur y Hong Kong tuvieron un espectacular crecimiento en 30 años que los llevaron de ser países con pobrezas similares a algunas naciones de África a verdaderas potencias mundiales.
Los regímenes antidemocráticos tuvieron un fuerte peso en esos desarrollos económicos. La poca tradición democrática junto a los débiles y casi inexistentes sindicatos proporcionaron una mano de obra abundante, disciplinada y barata. Las ventajas fiscales atrajeron al capital extranjero, y predominaron las industrias manufactureras, la construcción naval, la electrónica, el comercio y los servicios. Vale agregar que los tigres asiáticos fueron el modelo que siguió luego después de Mao, Deng Xiao Ping, para el proceso de apertura y el desarrollo de la China capitalista.
Volviendo a Shakespeare y a Julio César, hubo una adaptación teatral de Orson Welles de 1937, con la particularidad que los vestuarios referían al ascenso del nazismo y el fascismo en Europa. Es decir, el mismo drama entre los medios y los fines que nosotros traemos aquí extraído de Shakespeare se reeditó en el ascenso del fascismo. En la obra de Welles, los mismos senadores que asesinaron a Julio César estaban vestidos de fascistas, de un lado y del otro.
Hay un punto en todo esto y es que no puede haber política sin una visión ética del mundo y de la vida. Sin una visión ética no hay utopía, lugar donde apuntar, objetivo de un mundo deseable. Un mundo en el que una suerte de emperador de occidente, siguiendo el análisis de Guelar, condenado por delitos de abuso sexual, es decir, una persona que cada vez que tiene poder se autoriza a utilizarlo de manera abominable, concentre más y más poder, no puede ser algo deseable, más allá de algún tipo de rédito económico.
Por otro lado, en Europa las socialdemocracias impulsaron el Estado de Bienestar y la ampliación de derechos sustentados en la democracia y el pluralismo durante gran parte del siglo XX. Mismo fue el caso de Brasil. Durante los gobiernos de Lula ganando elecciones, sin perseguir opositores ni cerrar medios de comunicación, salieron de la pobreza cerca de 40 millones de personas y Brasil se convirtió en la octava economía mundial.
Es decir, la dicotomía entre democracia y progreso que haría Trump, no necesariamente se cumple y en Argentina los militares que liquidaron a todo aquel que opina distinto con los peores métodos dejaron el país hundido en el endeudamiento, la destrucción de la industria e instalaron la pobreza como un problema central que antes no teníamos.
En una reunión convocada por un think tank conservador, nuestro presidente, Javier Milei, también se opuso al republicanismo, lo asoció al gradualismo consensual y planteó que no tiene miedo porque ahí reside la fortaleza de sus políticas. “Hasta ahora, ninguna experiencia había podido hacer la transición del colectivismo empobrecedor al capitalismo redentor de los pobres”, agregó.
“Con excepción del gobierno de Menem, ninguno se había animado a aplicar las recetas del liberalismo de cuajo y sin temor. Esto sucede por miedo: miedo a perder apoyo, a perder acuerdo, a la protesta social o a perder las próximas elecciones”, remarcó.
Cuando Milei dice “no tenemos miedo”, refiere a una suerte de autoritarismo light en el que el ajuste se hace sin consensuar con los sectores que lo sufrirán, ni sobre los plazos de este sufrimiento, ni las condiciones de recuperación. ¿Vale la pena el orden macroeconómico con esta pérdida gradual de calidad institucional?
La respuesta no puede ser un cálculo económico, debe provenir de la ética y de la visión de país a la que queremos alcanzar ambos objetivos simultáneamente. En nuestro caso, sigue siendo que no vale la pena perder la democracia para conseguir competir con un sistema no democrático o para simplemente detener la inflación.
Javier Milei fue reconocido como "Campeón de la Libertad Económica" en Estados Unidos
Por la asunción de Trump, el New York Times publicó una editorial muy interesante. Estos son los primeros párrafos.
“‘El poder real —y ni querría usar la palabra— es el miedo’
Donald Trump les hizo ese comentario a los periodistas Bob Woodward y Robert Cosa en marzo de 2016. El miedo, por supuesto, es una herramienta favorita del presidente electo norteamericano. La ha utilizado para intimidar a sus opositores, críticos y aliados para que se rindan, se dobleguen o se vayan. Construyó su imperio inmobiliario a fuerza de demandas judiciales y amenazas contra sus competidores y sus socios por igual.
Acobardó y demolió a sus opositores políticos a través de la humillación y la invectiva. Consolidó su control sobre el Partido Republicano y acalló a sus detractores internos con tácticas de presión y amenazas de acabar con sus carreras políticas. Y ya como presidente, usó el poder de su cargo y de las redes sociales para arruinarle la vida a quien quisiera.
Su objetivo con todo eso ha sido empujar a la gente a controlarse a sí misma en vez de controlar su ejercicio del poder. Y ahora, mientras se prepara para volver a instalarse en el Salón Oval, Trump está usando el miedo no solo contra el Congreso, sino también con otras instituciones independientes esenciales, como la Justicia, las empresas, la educación superior y los medios de comunicación. El objetivo general es el mismo: disuadir a funcionarios electos, jueces, ejecutivos, empresarios y otros, de cumplir con su deber de maneras que impliquen un desafío a su poder o lo hagan rendir cuentas. Trump quiere que la disidencia les cueste tan cara que les resulte insoportable”.
Foucault decía que el poder necesita una legitimidad más allá de la fuerza, que la fuerza solamente no alcanza y que todo poder basado en la fuerza necesita de un relato que de legalidad al ejercicio. El ejemplo de los tigres asiáticos es bueno porque, finalmente, evolucionaron y terminaron en democracias. Es de esperar que lo mismo suceda en China en algún momento y que Estados Unidos tenga la fortaleza para no rendirse al miedo, como le dice el New York Times a los empresarios, a los periodistas, a los intelectuales y a los universitarios. Finalmente, la democracia y la razón van a triunfar. Rezamos para que el mundo no pase a ser tan diferente de lo que era para peor con Trump.
Producción de texto e imágenes: Daniel Capalbo, Pablo Helman y Matías Rodríguez Ghrimoldi.
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