El editorial de Jorge Fontevecchia

Día 324: Locura al poder, ¿rasgo o estrategia?

Durante siglos, distintos mandatarios alrededor del mundo ejercieron la locura en el poder, o decidieron usarla como estrategia más allá de las consecuencias que dejen sus decisiones en el pueblo.

El presidente Javier Milei Foto: Pablo Cuarterolo

“Sea que un gobernante se haga el loco, esté loco o se vuelva loco durante el ejercicio del poder, los resultados son nocivos para el pueblo de un país. Las instituciones de una nación deberían prevenir, como dice Gustavo González, pidiendo un test psicotécnico a sus funcionarios, como se le pide a cualquier trabajador. Si esto no se hizo, deberían poder evaluar la salud mental de sus gobernantes y ayudarlo a estabilizarse para que pueda ejercer sus funciones, y si esto no fuese posible, debería poder tener los mecanismos para prescindir de sus capacidades al ejercicio del poder”, analizó Jorge Fontevecchia en el editorial de Modo Fontevecchia, por Net TV y Radio Perfil (AM 1190) del martes 29 de octubre de 2024.

En la República del Zaire, actualmente República del Congo, en un país ubicado en el centro sur de África, entre 1965 y 1996 gobernó Joseph-Désiré Mobutu, quien al llegar al poder se cambió el nombre a “Mobutu Sese Seko Nkuku Ngbendu wa Za Banga”, que significa "El guerrero todopoderoso que, debido a su resistencia y voluntad inflexible, va a ir de conquista en conquista, dejando el fuego a su paso". Con este nombre, es obvio que Mobutu era un gobernante bastante particular. 

Mobutu prohibió a su pueblo usar sombreros de leopardo, para poder usarlos él solo como signo de estatus. Además, obligó a los canales de televisión a que pusieran un video de él bajando de las nubes como un mesías cada vez que empezaba el noticiero. En el Zaire de Mobutu no se podía llevar un nombre que no fuera africano. Si alguien tenía un nombre de raíces europeas o de otro lugar, iba directamente preso. 

Como era de esperar, Mobutu fue corrido del poder y terminó sus días en el exilio en Marruecos. Su era terminó cuando quiso expulsar a la población Tutsi, la que enfrentó el genocidio en Ruanda en 1994 y fue corrido del país, pero también habría que decir por el proceso de desgaste de tantos años de excentricidades. 

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En el mismo continente de África, más particularmente en Zambia en 1964, un extravagante funcionario, Edward Mukuka Nkoloso, ministro de Asuntos Estelares y Director del Programa Espacial, le enviaba insistentes cartas a la NASA y a las autoridades del Programa Espacial Soviético para explicarles que los hombres de “raza negra” eran superiores para ir al espacio y que tenía toda la predisposición para iluminarlos en los avances en conocimiento espacial que había desarrollado en su cuartel de entrenamiento de astronautas. Lo único que le pedía a cambio era combustible para poder viajar al espacio o en su defecto, que incluyan a sus astronautas en sus viajes siempre que fuese la bandera de Zambia la primera en izarse en el territorio alcanzado. 

Rápidamente, Edward Mukuka y el gobierno del Zaire fueron ridiculizados en varios países y obviamente las cartas nunca fueron contestadas. Hubo canales de televisión que hicieron notas de color viajando hacia este país y filmando cómo entrenaban los doce astronautas de Mukuka. Estas notas fueron utilizadas por los políticos europeos que se oponían a la independencia de los países africanos basados en algún argumento racista. 

Con el tiempo, la prensa y el resto de los países se olvidaron de esta excentricidad y el programa espacial fue desarticulado. Tiempo después se supo que los cuarteles espaciales de Zambia eran campos de entrenamiento para militantes de los movimientos de liberación en los países vecinos que aún estaban bajo dominio colonial: Angola, Mozambique y Rhodesia del Sur, la futura Zimbabwe. Mukuku había inventado un camuflaje para montar la usina anticolonialista más importante de África Central. 

En estos dos ejemplos se puede ver cómo la locura en el poder a veces es un rasgo de gobernantes, como el primer caso, y, otras, es una estrategia de distracción o incluso una táctica de negociación para alcanzar objetivos políticos. 

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Vamos a analizar fragmentos de algunos ejemplos históricos de gobernantes que estaban locos o se hacían los locos para alcanzar sus objetivos y cómo les iba con esta táctica. 

El primer ejemplo más notorio de la historia es el caso de la locura del poder del emperador romano Calígula. Clamado como un salvador cuando ascendió al trono, Calígula prometía dar continuidad a una era dorada, pero las cosas dieron un giro oscuro rápidamente. Las historias cuentan que después de sobrevivir a una grave enfermedad, su comportamiento cambió drásticamente, sumiendo a Roma en el terror y la incredulidad. El poder y la paranoia pronto se entrelazaron en su mente. 

Calígula comenzó a creerse un dios viviente, llegando al punto de pedir que las estatuas de los dioses en Roma sean reemplazadas por su imagen. La extravagancia y la crueldad se convirtieron en el sello distintivo de su reinado, desde declarar la guerra al mar ordenando a sus soldados que atacaran al agua con sus espadas, hasta nombrar a su caballo como cónsul de Roma. La locura de Calígula lo convirtió en una figura que sería recordada y analizada por generaciones. 

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Otro ejemplo es el sultanato de Ibrahim en el imperio otomano en el siglo XVII, que era llamado “el loco” en 1640. Como verán, no hay nada nuevo bajo el sol.

A pesar de las dudas sobre su capacidad para gobernar, Ibrahim fue proclamado sultán, comenzando así su breve y tumultuoso reinado. 

El joven sultán había pasado la mayor parte de su vida confinado en el kafes, una sección del palacio reservada para los príncipes otomanos. Este encierro, aunque diseñado para protegerlo de posibles asesinos y complots, tuvo un efecto devastador en su salud mental. Al ser liberado de su encierro, Ibrahim encontró un mundo lleno de intrigas y peligros que sólo alimentaron sus miedos y paranoias. 

Una vez en el trono, Ibrahim se entregó a una vida de lujos y caprichos extravagantes. Gastaba una enorme suma de dinero en fiestas y en la adquisición de objetos exóticos y valiosos, pero su extravagancia más notoria fue su fascinación por las mujeres obesas. La leyenda cuenta que Ibrahim ordenó a sus funcionarios que buscaran en todo su imperio a la mujer más grande para convertirla en su concubina favorita. 

La elegida, apodada “la montaña", pesaba más de 150 kilos y fue llevada al palacio en una carreta. Ibrahim llegó a construir un palacio especial para ella, donde le proporcionaba abundante comida y bebida para mantener su enorme tamaño. No todo fue lujo y diversión, su paranoia y comportamiento errático lo llamaron a tomar decisiones violentas e impulsivas. En una ocasión, ordenó ahogar a 280 de sus concubinas porque sospechaba que estaban siendo infieles. Este acto de crueldad indiscriminada dejó una huella imborrable en la historia otomana. El sultán también desconfiaba de sus propios consejeros y funcionarios, lo que llevó a la ejecución de numerosos líderes militares y políticos. Estas purgas y la inestabilidad en el gobierno debilitaron el poder y la influencia del imperio otomano. 

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Ahora pasemos a un ejemplo de hacerse el loco. En este sentido, recordamos un fragmento del presidente estadounidense Richard Nixon, el famoso del Watergate y la teoría del loco, porque, en determinados momentos, desde el punto de vista de la estrategia militar, hay una teoría del loco. 

La teoría del loco fue una estrategia de política exterior implementada por Richard Nixon. La idea central de esta teoría era hacer creer a los líderes de otros países que Nixon estaba loco y que su comportamiento era irracional y volátil. Nixon quería que los líderes de otros países, especialmente del bloque comunista, temieran una respuesta impredecible de los Estados Unidos, evitando así provocar al país. La teoría se basa en que un líder pueda ser amenaza más efectiva si se percibe como impredecible e incluso demente.

Sin embargo, los académicos generales de relaciones internacionales han mostrado escepticismos sobre la efectividad de la teoría del loco como una estrategia para lograr el éxito en las negociaciones.

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Es interesante, alguien podría entender en esta teoría de hacerse el loco que Santiago Caputo la haya leído y de una explicación de la actualidad,  podríamos trasladarlo al presente, hacerle creer a los demás que está dispuesto a cualquier cosa, como esas fotos tatuándose la espalda con reminiscencias míticas.  

El final del fragmento explica que los expertos en relaciones internacionales desaconsejan el uso de la teoría del loco. Recordemos que a Nixon no le fue muy útil ya que Estados Unidos perdió la guerra de Vietnam. Evidentemente hacerse el loco, solo le sirvió a Mukuka con su programa espacial del Zaire. 

El otro caso, el caso de tener rasgos de locura o directamente estar loco, es más categórico. Es imposible que un gobernante que está loco pueda traer nada bueno a su pueblo. ¿Qué debe hacer un pueblo si esto le sucede? ¿Cómo una persona que padece problemas mentales serios, como puede ser la locura o su nombre técnico, la psicosis, puede tener la clave para acceder al poder? 

En una de sus columnas, Gustavo González, presidente y CEO de Editorial Perfil, planteaba algo muy atendible. ¿Por qué cualquier persona que empieza un trabajo debe hacerse un test psicotécnico y un presidente no? ¿Hay algo en la jerarquía del puesto de presidente que prescinda de ser evaluado psicológicamente? Parece, más bien, que la enorme responsabilidad que un presidente tiene, debe hacer que se lo evalúe con más puntillosidad. Sin embargo, esto no sucede. Probablemente debamos empezar a pensarlo como sociedad, pero sin ninguna duda, hay enorme cantidad de ejemplos de cierto grado de “psicología especial”, como dijo el expresidente Macri. 

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Hubo un presidente que se declaró insano psicológicamente y fue destituido del poder. En una nota del diario colombiano El Tiempo de 1997 se tituló: “Destituido por loco presidente de Ecuador”. Se refería a  Abdalá Jaime Bucaram Ortiz, quién había sido destituido por Juicio Político en el Congreso con 44 votos a favor, 34 en contra y dos abstenciones. Mientras el Parlamento votaba la destitución de Bucaram, se sucedían enormes manifestaciones afuera del palacio legislativo. 

Bucaram fue “declarado mentalmente insano para gobernar” debido a la excentricidad de sus declaraciones y el carácter errático de sus acciones. Este gobernante que había implementado un plan de ajuste y de convertibilidad entre el sucre y el dólar, basado en las ideas de Domingo Cavallo, había implementado un plan de alimentación para los chicos carenciados de Ecuador que incluía una leche a la que él mismo la había hecho llamar Abdalact, un acrónimo entre su propio nombre y la palabra lácteo. Esta leche, además, no pasó los controles de calidad y se encontró contaminada. Las casas de los planes de vivienda que su gobierno realizó, estaban mal hechas y había evidencias de múltiples desvíos de fondos. 

El gobierno de Bucaram, además de ser reconocido como una gestión conducida por alguien que no está sano psicológicamente, enfrentó múltiples denuncias por corrupción. 

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¿Hay enfermedades mentales que pueden ser producidas por el poder? Si una persona, que no tiene como rasgo la estabilidad emocional y posee dificultades para relacionarse con el resto, accede al poder político, con todas sus exigencias, adversidades y presiones, ¿puede desarrollar alguna falencia mental? 

Hay una patología, que es muy conocida y que ya se repitió en Argentina frente a otros presidentes, como Cristina Kirchner, que se llama el Síndrome de Hubris, que se le atribuye a algunos presidentes y que es conocido como una enfermedad del poder. 

En el 2013, el médico y periodista Nelson Castro le atribuyó esta patología a Cristina Kirchner. En aquel año, Nelson Castro explicó qué es el Síndrome de Hubris, y sostuvo que tiene 6 características que se exhiben en la vida pública, por lo tanto, quienes lo padecen están expuestos al diagnóstico público. 

El primer síntoma es que la persona que ejerce el poder es el centro del mundo, el segundo es que la persona cree que la historia del mundo empezó con él o con ella. El tercero es que la persona hace un abuso del “yo”, el cuarto que cree que todos a aquellos que piensan distinto los considera ignorantes. El quinto, es que la persona no escucha a nadie y el sexto que toma decisiones creyendo que sabe todo sin medir las consecuencias. 

En la época en la que Nelson Castro lo explicó, Milei todavía no era conocido, y en este caso aplicaba, según Nelson Castro, a Cristina Fernández de Kirchner, para quien muchas de las personas que están cerca de ella también tienen rasgos de una psicología especial, parafraseando a Mauricio Macri. Esa psicología especial no inhibe que la persona pueda tener rasgos de brillantez al mismo tiempo. 

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Lejos está el presidente Milei de las características de bipolaridad, pero sí se hablaba de eso en el caso de Cristina. Churchill era otro ejemplo de personas que pueden tener rasgos de genialidad como producto de su psicología especial.

Sea que un gobernante se haga el loco, esté loco o se vuelva loco durante el ejercicio del poder, los resultados son nocivos para el pueblo de un país. Las instituciones de una nación deberían prevenir, como dice Gustavo González, pidiendo un test psicotécnico a sus funcionarios, como se le pide a cualquier trabajador. Si esto no se hizo, deberían poder evaluar la salud mental de sus gobernantes y ayudarlo a estabilizarse para que pueda ejercer sus funciones y si esto no fuese posible, debería poder tener los mecanismos para prescindir de sus capacidades al ejercicio del poder. 

En nuestro formato radial y audiovisual, cerramos este editorial con Balada para un loco, de Roberto Goyeneche y Ástor Piazzola, la misma que eligió el presidente Milei para su noche de gala en el Colón el 10 de diciembre del año pasado. Lo interesante es ver cómo la historia nos muestra aquello que le hizo decir Nietzsche a Zaratustra: nada nuevo bajo el sol, lo que ha sido será. 

Producción de texto e imágenes: Daniel Capalbo, Pablo Helman y Matías Rodríguez Ghrimoldi.

VFT