El editorial de Jorge Fontevecchia

 Día 296: El aprovechamiento político del masoquismo

Una de las causas del sorpresivo triunfo de La Libertad Avanza tiene que ver con el aprovechamiento electoral de cierta melancolía masoquista que caracteriza la cultura argentina. Muchas veces se tiende a desvalorizar nuestro país, olvidando que Argentina tiene muchas cosas buenas, como su educación.

Javier Milei Foto: AFP

“Argentina tiene cinco premios Nobel, dos de la Paz y tres en Ciencias. Todos estos profesionales distinguidos con el máximo galardón que tienen sus disciplinas fueron a la universidad pública. En este punto, es probable que haya una clave para pensar el país y su potencial desarrollo. Argentina es un país con altos niveles de cultura general y educación universitaria. La universidad pública en Argentina posibilitó que el nivel intelectual y cultural de buena parte de la sociedad sea alto y que haya muchas personalidades distinguidas mundialmente”, expresó Jorge Fontevecchia en el editorial de Modo Fontevecchia, por Net TV, Radio Perfil (AM 1190) y Radio Amadeus (FM 91.1) del martes 1 de octubre de 2024.

 

Es esperable que, en momentos de crisis, la autoestima de un pueblo se vea golpeada. En el 2001 se repetía una frase muy poco feliz: “El problema de Argentina es que está llena de argentinos” o la otra frase también bastante nociva que hace años circula en las redes sociales y que reza que “la salida de Argentina está en Ezeiza”.

 

Sin embargo, estos momentos de autopercepción negativa se apoyan en una suerte de creencia en un esencialismo negativo, según el cuál hay algo malo en el gen argentino de los últimos años, en las bases estructurales de nuestra sociedad que nos lleva a agudas crisis cíclicas, por ejemplo, uno de los funcionarios de La Libertad Avanza justificó el veto de la movilidad jubilatoria culpando a los jubilados de haber sido los que “votaron mal” en distintas elecciones. 

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Estos discursos y percepciones deben contemplarse con un conjunto de datos y de esta manera desarmarse. Por eso, en el formato de radio y televisión, decidimos empezar la columna de hoy con el clásico tango Cambalache de letra y música del genial Enrique Santos Discépolo, una canción que tiene 90 años, por lo tanto, queda claro que aquella Argentina de hace 100 años que cuenta Milei no parece ser tal, porque la letra de Cambalache evidencia que hay cierto goce en la queja que hacemos los argentinos de nuestra propia sociedad.  

Placer y goce son palabras que habitualmente se usan como sinónimos. Sin embargo, en psicoanálisis y particularmente en el psicoanálisis lacaniano quieren decir cosas distintas. El placer es la liberación de una tensión. Hay una tensión sexual por ejemplo que encuentra su canalización, en el caso sexual, en el coito y en otros aspectos podría ser un éxito profesional, y se experimenta placer tras la liberación de la tensión. El goce es lo contrario, la experiencia de la acumulación de la tensión, hay un cierto gusto, en la perpetuación y desarrollo de la tensión. 

Si trasladamos estas nociones a la realidad social y política, es decir a los problemas colectivos, podemos encontrar que hay un goce argentino en la queja y autocrítica como sociedad frente a los problemas que seguimos repitiendo en nuestra historia. Un género entero como el tango, reconocido mundialmente por su singularidad, está compuesto por letras que destilan una suerte de destino determinado por la desgracia y el desconsuelo. 

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Gigantes de nuestra literatura como Jorge Luis Borges dieron cuenta de esta suerte de goce en la relación con nuestro país. En un poema Borges habla de Buenos Aires y en un verso célebre dice: “No me une a ella el amor, sino el espanto, será por eso que la quiero tanto”. Probablemente tenga que ver con que somos una de las sociedades con mayor cantidad de psicoanalistas del mundo. Todo esto leído en clave de tratar de entender por qué Milei surgió en la política argentina, uno de los costados que consciente o inconscientemente trabajó es el masoquismo casi narcisista, nadie sufre como los argentinos.

Lacan ubica al masoquismo como el proceso que consiste en acercarse al goce absoluto, que no existe, por medio del objeto A como plus de goce. Es decir, el masoquismo es por excelencia la actividad de mayor suma de tensión, pero persigue un objeto ilusorio que es el Objeto A. Este concepto explica que cuando ingresamos en el lenguaje hay algo que perdemos para siempre y esto es el motor de todo deseo. A eso la teoría lacaniana le llama objeto A.  

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Sin embargo, es importante que esta suerte de masoquismo estructural no nos lleve a escuchar discursos que nos pueden perjudicar como sociedad y que nos hagan votar en contra del pasado reciente. Ese discurso masoquista podría llevar a votar en contra de los partidos tradicionales.

Podríamos pensar que Javier Milei dio cuenta de esta suerte de masoquismo estructural argentino y lo invocó en su propia campaña. Javier Milei, y en alguna medida Patricia Bullrich, construyeron la idea de un pasado decadente responsable de un presente crítico. Esta autopercepción de la propia historia como una tragedia sin matices habilita, según ellos, a votar en contra de todo lo hecho. Pero como vamos a demostrar en esta columna, hay cosas de nuestra sociedad, fundamentalmente como la universidad pública, que se hicieron bien y que hay que conservar. 

Saber el lugar exacto en el que estamos y la proporción real de nuestro problema es una de las primeras condiciones para empezar a resolverlo.

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Primero vamos a dar cuenta de algunos discursos que circulan en este sentido y luego trataremos de contrastarlos con datos y análisis. Existe un compilado en el que periodistas y políticos, en distintos momentos televisivos, dicen que “Argentina es un país de mierda” o hablan mal del país en distintas circunstancias. Por ejemplo, Mauricio Macri afirmando que Argentina es “la sociedad más fracasada de los últimos 70 años”, o el periodista Jonatan Viale diciendo que Argentina no es un país “normal”, sino uno “tóxico”. También los periodistas Martín Liberman, Baby Etchecopar o Viviana Canosa, que en distintos momentos, aseguraron al aire que Argentina es una “mierda”. Por su parte, como es de esperar, el Presidente también ha calificado a Argentina como un “país de imbéciles”.

En el año 2018, en una declaración radial, Javier Milei les recomendó a los jóvenes que “se vayan de este país de mierda”: “Si están en torno a los 30 años todavía tienen posibilidad de armarse una vida afuera”.

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Para contradecir esta presunción de que Argentina es un país de mierda. El doctor en sociología, Daniel Schteingart, desmintió esto con interesantes argumentos. “Argentina es un país que, mires cómo lo mires en casi cualquier métrica de desarrollo, es un país de mitad de tabla para arriba. Es un país de más de PBI per cápita de la media mundial, donde el acceso a la educación es mayor que la media mundial y regional. La esperanza de vida es cuatro años más alta que en el mundo. La pobreza, que en Argentina es altísima, de todos modos, es menor a la media mundial”, explicó el sociólogo en una entrevista en A24 en julio de este mismo año.

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Además, Argentina tiene cinco premios Nobel, dos de la Paz y tres en Ciencias. Todos estos profesionales distinguidos con el máximo galardón que tienen sus disciplinas, fueron a la universidad pública. En este punto, es probable que haya una clave para pensar el país y su potencial desarrollo. A diferencia de lo que se dice en el compilado que mencionamos al principio, Argentina es un país con altos niveles de cultura general y educación universitaria. La universidad pública en Argentina posibilitó que el nivel intelectual y cultural de buena parte de la sociedad sea alto y que haya muchas personalidades distinguidas mundialmente. 

El primer galardonado de nuestro país, probablemente el más desconocido, es Carlos Saavedra Lamas

En un documental de TV pública, se cuenta que Lamas, en 1936, se convirtió en el primer argentino en recibir el Premio Nobel de la Paz por su mediación en la Guerra del Chaco, sostenida entre Bolivia y Paraguay. Su bisabuelo fue Cornelio Saavedra, presidente de la Primera Junta en 1810. Saavedra Lamas se graduó de abogado en la UBA, dedicándose al derecho laboral y a las relaciones internacionales. Además, fue diputado nacional y en 1915 se lo designó como ministro de Justicia e Instrucción Pública. En la presidencia de Agustín Pedro Justo, el galardonado tuvo una destacada participación como canciller, oficiando como mediador en el cruento conflicto paraguayo-boliviano. Evitando la injerencia norteamericana, en búsqueda de una solución regional, Carlos Saavedra Lamas, condujo las negociaciones que llevaron a la firma del protocolo de Buenos Aires el 12 de junio de 1935.

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Más cerca en el tiempo, en 1960, el entonces Canal 7 entrevistó al galardonado Bernardo Houssay, que con una declaración que podría aplicarse hoy en día, sostuvo que “Sin investigación científica y técnica ningún país moderno puede sobrevivir”.

Emociona escuchar las palabras de Houssay en un contexto en el que el gobierno nacional y algunos de sus seguidores hablan de “ñoquicet” para hablar del CONICET. Es importante poner en valor estos profesionales que han salido de nuestra sociedad para dotarnos de anticuerpos contra estos discursos desmoralizantes. No solamente por un problema de autoestima colectivo, por así decirlo, sino porque no valoran los aspectos positivos de nuestro país como la universidad pública o el CONICET, que hacen que se le otorgue a la ciencia y a las políticas en general este carácter de cinco premios Nobel, tres de ellos en ciencia.  

Otro premio Nobel de ciencias duras es Luis Federico Leloir, que aunque nació en París, afirmó ser “argentino por opción”.

El segundo premio Nobel de la Paz, alguien que tenemos la suerte de tenerlo vivo y en actividad, es Adolfo Pérez Esquivel, que defendió los derechos humanos en la aceptación de su premio en 1980. Pérez Esquivel fue galardonado por ser un defensor de los derechos humanos inclaudicable frente a gobiernos dictatoriales. Aún continua alzando la voz por cada violación de los derechos humanos sin importar bajo que gobierno se produzca. 

Nuestro último premiado, César Milstein, señaló en 1994 que después del golpe militar que tiró a Frondizi, debía elegir un lugar para irse. Hay un hermoso documento de Milstein en el Aula Magna de la Facultad de Medicina hablando sobre la curiosidad y el ojo de la curiosidad como motivo fundamental para el desarrollo de la ciencia y el pensamiento. César Milstein fue galardonado con el Nobel por haber hecho una investigación que repercutió en un avance de conocimiento mundial sobre los anticuerpos monoclonales. De hecho, él no patentó su descubrimiento, si lo hubiese hecho, él y sus herederos hubiesen sido multimillonarios. 

Argentina, tiene además una personalidad de primera línea en los asuntos internacionales, que es el Papa Francisco. El Papa es el máximo líder de la religión más importante del mundo y además es un actor que interviene en favor de la paz para frenar los conflictos bélicos y fomentar políticas que terminen con la desigualdad y el hambre. Francisco es un importante actor contracíclico en la radicalización hacia la derecha de buena parte de la población mundial.

Un exprensa del Papa habló de la sencillez de la personalidad de su santidad, donde además, contó en una entrevista televisiva una anécdota cercana con el Papa, donde Bergoglio se reía por un chiste con un sacerdote cercano a él, que hacía referencia a que el Papa no se reía en su país natal. Es verdad que Bergoglio siempre estaba con cara seria y enojada. Rodolfo Terragno decía que ese efecto es producido por el poder, pero sí es cierto que cuando asumió, el Papa se reía, pero no lo hacía en Buenos Aires. Sin embargo, parece que ahora se ríe menos

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Argentina tiene una particularidad bastante inusual. Somos una democracia, no tenemos monarquía,  pero tenemos una reina que ejerce su reinado en otro país, la reina de Holanda. El cronista y periodista Robertito Funes mostró dónde está el departamento de Máxima Zorreguieta en Buenos Aires en un fragmento televisivo. Más allá del cholulismo, en Argentina está la casa donde vivió la reina.

Por otra parte, Argentina también es un ejemplo de desarrollo empresario en las llamadas economías de plataformas. Actualmente se hizo famoso el término Unicornio para hablar de empresas que fueron creadas hace menos de diez años y valen mil millones de dólares. Argentina posee varios ejemplos de este fenómeno. Empresas como MercadoLibre, Despegar.com, Globant, OLX y otros son referencias mundiales de innovación y creatividad empresarial.  Muchos de los jóvenes que empezaron estos unicornios fueron educados en la universidad pública. Uno de ellos es Matías Woloski, creador de Autho, una app que se dedica a la validación y autorización de sitios webs y aplicaciones informáticas. Este joven empresario explicó en La Nación + que llegar a ser un unicornio es una “validación muy importante”.

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Probablemente, el momento de mayor autoestima colectivo, haya sido luego de que el seleccionado argentino de fútbol se consolidara como campeón en el Mundial de Qatar. 

En ese momento, el discurso del director técnico Lionel Scaloni revalorizó la identidad de los argentinos. Evidentemente un país no llega a ganar un campeonato mundial de fútbol si independientemente de las individualidades, no hay atrás un sustento de otro tipo. Incluso, tengo entendido que hay una enorme cantidad de jugadores de fútbol de la zona núcleo pampeana que plantea relaciones con el tema de alimentación y educación. 

En el pase a la final del mundial en el año 2022, Lionel Scaloni aseguró estar en “el lugar soñado para cualquier argentino”. “Nosotros sentimos el apoyo de la gente, y eso es inigualable. En la Selección existe que todos tiremos para el mismo lado, todos queremos el bien común. Somos todos hinchas de la celeste y blanca”, expresó en su momento el director técnico. 

Probablemente, esto último que dice Scaloni sirva como actitud para poder afrontar la crisis. La idea de tirar para un mismo lado, de sobreponerse a las diferencias. Como sociedad tenemos pocos consensos y los pocos que tenemos no queda claro que sigan, como ha sido, en su momento, el tema de los derechos humanos, de Malvinas o, como es ahora, el tema de la educación pública. En síntesis, el compilado de periodistas y políticos calificando a Argentina como un “país de mierda” explica que ese discurso es el que nos ha traído una búsqueda de irrupción, la utilización política del masoquismo natural de la historia argentina, que viene de hace largo tiempo, que no inhibe que sea una sociedad con cosas para cuidar, pero tiene muchas cosas buenas para reconocer. No es verdad que Argentina es un país de mierda. 

Producción de texto e imágenes: Daniel Capalbo, Pablo Helman y Matías Rodríguez Ghrimoldi.

VFT