crítica

Mejor que lo real

Pasaron veinte años del fallecimiento del autor de la poco levreriana La novela luminosa, otra broma de un gran bromista del otro lado del charco, y La ciudad, la novela debut que aparecía simultánea a los cuentos de La máquina de pensar en Gladys en 1970.

La ciudad. Foto: cedoc

“Yo defino lo estético como algo contrapuesto a lo ideológico. Como otro orden del universo, que no tiene nada que ver con la lógica, con los objetos materiales conocidos. Como las palabras cruzadas, es otra forma de ver la realidad”, sentenciaba el inclasificable, nunca raro, Mario Levrero. Junto a Juan Carlos Onetti el mayor novelista del Uruguay del siglo XX. La reedición de La ciudad por la oriental Criatura Editora, de quien justamente se ganó la vida en Buenos Aires creando juegos de ingenio y crucigramas, tal vez solo sean un laberinto húmedo de “sucesos actuales con cosas pasadas, trozos de conversaciones, paisajes olvidados”. Que está tan lejos de la realidad aunque sea más y mejor Real.

Con un link directo a El astillero, el camino del opaco Giménez de Levrero al Viejo Petrus de Onetti es bien corto, la novela empieza con una casa inhumana, como otras novelas o cuentos del mismo Levrero, Desplazamientos o “El sótano”, que expulsa a un hombre a los caminos de mujeres que cargan a babuchas un poblado en brumas, con la estación de servicio cegadora, almacenes de zapatos fuera de caja y bares de hombres en sombras. Las ilustraciones de Alfredo Soderguit de esta edición especial por los 300 años de Montevideo montan una nueva escena, demostrando el nombrado cineasta sus ojos bien despiertos, y la lente enfoca un interruptor rosado, o la cabeza de oveja, en el horizonte negro. Y Levrero brota aún más, con libido, que con tinta.  

Pasaron veinte años del fallecimiento del autor de la poco levreriana La novela luminosa, otra broma de un gran bromista del otro lado del charco, y La ciudad, la novela debut que aparecía simultánea a los cuentos de La máquina de pensar en Gladys en 1970, continúa marcando un vagón desenganchado de cualquier referencia, de cualquier género o grupete, “usted no conoce a nadie, y muy posiblemente ellos ignoren todo acerca de usted; pero créame que esa gente lo odia. Al mismo tiempo le temen, por eso su odio es más peligroso”. Y la nave semialucinada va a construirse un iglú, en el Ártico, o en esa zona que no tiene cartografías, que puede más en el goce. Y en el temblor.  

Pero Levrero no es Kafka. Se sienta en cambio, con comicidad rioplatense, en la mesa de Macedonio Fernández, quien aspiraba a que el lector busque escritura como necesidad vital –algo que se desarrolla mejor en la siguiente novela del uruguayo, El lugar, parte de la Trilogía Involuntaria junto a La ciudad y París–, escape de las “últimas novelas malas”, y acceda a la comunicación alma-alma, a lo trascendental. Y así, al final del túnel, surge una esperanza sin rémoras kafkianas. El loop terminal de este pintor en fuga de la novela reeditada, que inventa pasajes mentales a cada vuelta de página, lo llevará a nuevos andenes, “como un mar inmenso y tibio, sin imágenes, sin palabras, sin pensamientos”. Con una sonrisa en los labios. Hacia la ciudadela del deseo mientras afuera se oye otro disparo en la oscuridad.

 

La ciudad

Autor: Mario Levrero

Género: novela

Otras obras del autor: La novela luminosa; La máquina de pensar en Gladys; Fauna; La ciudad; París; El portero y el otro; Caza de conejos; Dejen todo en mis manos; Nuestro iglú en el Ártico; Manual de parapsicología 

Editorial: Criatura, $ 24 mil