“prudente optimismo” opositor

Los venezolanos van a las urnas con la ilusión de conquistar al fin una verdadera democracia

Por primera vez en mucho tiempo, los sectores opositores albergan la esperanza de que las elecciones que se realizan hoy sean razonablemente libres, pese a los antecedentes de un régimen que controla la justicia electoral, encarceló opositores y colocó todo tipo de obstáculos para impedir el voto de los millones de exiliados. No deja de haber temores ante la falta de observadores extranjeros, tras la prohibición a los de la UE y la decisión de Colombia y Brasil de retirar a los suyos por críticas del chavismo. Hay diez candidatos, pero solo dos reales: Nicolás Maduro y Edmundo González Urrutia.

Últimas horas. El chavismo es consciente del desgaste que ha provocado la crisis y moviliza a través de los distintos planes sociales. La oposición se organiza para llevar electores a los centros de votación. Foto: afp

Los venezolanos viven hoy la que debería ser una jornada histórica, que podría representa el final de dos décadas de una revolución que comenzó con expectativas de transformación, pero que rápidamente derivó en un régimen autocrático, con abiertos rasgos dictatoriales, que incluyó crueldades represivas como el Cono Sur conoció en tiempos de las dictaduras militares, ampliamente documentadas por los organismos de derechos humanos de Naciones Unidas y de la OEA, los mismos que denunciaron los horrores de aquellos procesos. 

A lo largo de los años se fueron generalizando el cierre de medios y la persecución de periodistas, la cooptación de la Justicia al servicio del régimen, apresando opositores, denuncias y más denuncias de conspiraciones internacionales que justifican más arrestos, violentas represiones en las calles a los estudiantes, con un saldo nunca determinado de muertos, y el lado más oscuro: los centros clandestinos de detención, las torturas, las desapariciones, que figuran, nítidas, en los informes del Mecanismo Especial de Seguimiento para Venezuela, de la ONU, que llevó a la denuncia múltiple por crímenes de lesa humanidad que enfrenta el gobierno de Nicolás Maduro ante el Tribunal de La Haya. 

La simpatía inicial y el silencio posterior, por aquello de “no hacerle el juego a la derecha”, de gran parte de la izquierda o el llamado progresismo latinoamericano, fueron cediendo y en los últimos meses aliados del régimen, como Lula Da Silva, Gustavo Petro o Andrés Manuel López Obrador, fueron tomando distancia, pidiendo “reglas de juego claras” o, como en el caso del brasileño, expresando abiertamente su temor ante aquel “baño de sangre” anunciado por Maduro si hoy pierde las elecciones. 

En ese contexto, los venezolanos van hoy a las urnas, sin poder contar con el aporte mayoritario de los al menos ocho millones que debieron emigrar ante las infinitas trabas puestas por el gobierno frente a lo que sabe es un “voto cantado” por el cambio. 

Últimas horas. “¡Convencer para vencer!”, repite Oslainer Hernández, que tiene como tarea conseguir a diez votantes a favor de Nicolás Maduro en la presidencial de hoy. Monik Bule ofrece traslados gratuitos a quienes voten por el opositor Edmundo González Urrutia, en una dura lucha electoral.

Hernández, dirigente de base del oficialista Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) de 41 años, vive en Maracaibo, ciudad históricamente opositora. Debe cumplir con el tradicional 1x10 del PSUV (un militante del partido busca diez votantes). Pero en esta ocasión se llama 1x10x7, pues al anterior esquema agregó como “pescadores de votos” también a los beneficiarios de siete planes sociales y pequeños partidos políticos que apoyan a Maduro. El siete evoca además –con un guiño a la buena suerte– los 70 años que cumpliría el domingo el expresidente Hugo Chávez, fallecido en 2013.

“Sí convencemos”, afirma Hernández, al explicar su estrategia: “Humildad sobre todo, mucha humildad, y ponerse en los zapatos del que tratamos de convencer”. “Es también tratar de solucionarle (sus problemas) con las herramientas que tenemos, porque al pueblo le gusta que lo atiendan”, continúa esta mujer.

Hernández guarda con celo la información de los votantes que ha captado. En su lista debe figurar al menos un nuevo votante joven y un antiguo opositor. “La maquinaria 2024 es la más extendida, más organizada y más poderosa que jamás hayamos tenido en 30 elecciones de las cuales hemos ganado 28”, se felicitó Maduro en un acto de campaña la semana pasada, sin dar cifras. En estos comicios aspira a un tercer mandato consecutivo de seis años. 

Los expertos, sin embargo, ponen en duda lo robusto de esa maquinaria. “No se tienen registros públicos sobre si lograron su ejército electoral”, dice Oswaldo Ramírez, de ORC Consultores. “Es difícil llegar a algo tan ambicioso como 10 personas”, estima. 

El sociólogo Héctor Briceño describe al PSUV como “un partido con mucho dinero, con muchos recursos, pero que enfrenta grandes retos de insatisfacción interna”. “El electorado del chavismo está molesto y decepcionado y el liderazgo medio también (...) Eso va a incidir en la propia movilización”, señala. 

Líderes comunitarios chavistas han reconocido que a veces les cuesta conseguir el voto porque no tienen suficientes recursos o beneficios que ofrecer a cambio. Opositores además denuncian que el oficialismo busca manipular a los votantes con la entrega de bolsas de alimentos, equipos médicos o medicinas.

“Yo te llevo”. La oposición –que intenta poner fin a 25 años de gobiernos chavistas– apela a la movilización espontánea, convencida de que la insatisfacción jugará a su favor. “Lo he visto: gente de partidos que eran progobierno sumándose porque sencillamente la realidad actual no cumple sus expectativas”, asegura Bule, quien votará a favor de González Urrutia, el representante en la boleta electoral de la líder María Corina Machado, impedida de postularse debido a una inhabilitación decidida por la justicia electoral, controlada por el chavismo.

Arquitecta de profesión y sin militancia política, Bule, de 40 años, se ha dedicado desde 2015 a trasladar con su moto a votantes opositores en cada elección y celebra que en esta ocasión la oposición lo promueva con el lema “Yo te llevo el 28”. 

“Es una campaña hermosísima porque demuestra la conciencia que hay en los venezolanos de que esto es una causa común”, dijo Machado hace cinco días, al promover la iniciativa. “Si tienes moto, carro, autobús o camión, puedes llevar a un vecino o conocido”, enfatizó la dirigente opositora. 

Bule ya tiene un primer traslado: una joven de 19 años que votará por primera vez en un colegio lejano a su casa, pese a que seleccionó uno cercano. “Es una comunidad popular que ella me dice que no conoce”, explica. 

La oposición también estructuró lo que denominó como “comanditos”, pequeños grupos que llevarán alimentos a los votantes en fila y serán testigos en los centros de votación.

Briceño apunta que no se debe subestimar la capacidad de los partidos opositores. “Saben hacer elecciones, saben competir con recursos escasos, saben organizarse para competir en los procesos electorales principalmente en las grandes ciudades”. Bule se muestra esperanzada. “No tenemos nada que perder,  hay una convicción de que si es masiva (la participación) lo vamos a lograr”, refiere.

Hernández, de su parte, se dice “tranquila”. “Estoy segura de que vamos ganar este 28 de julio, no tengo ninguna duda”, afirma.

 

Nicolás Maduro

El “gallo pinto” indestructible

Agencias

Ungido por Hugo Chávez como su sucesor, Nicolás Maduro ha gobernado Venezuela con mano de hierro por más de una década. Acusado de violar derechos humanos, insiste en mostrar una imagen de hombre común, de “presidente obrero”.

En el poder desde 2013, busca un tercer mandato de seis años que lo proyecte a 18 al frente del país: sería el jefe de Estado que más tiempo ha gobernado Venezuela después del dictador Juan Vicente Gómez, que lo hizo por 27 años (1908-1935).

Alto, con un espeso bigote que luce con orgullo, este exchofer de bus y dirigente sindical de 61 años explota los estereotipos de “hombre de pueblo”, de “presidente obrero”, como se hace llamar, para su beneficio político. Evoca un pasado de vida sencilla en largas veladas televisadas junto a Cilia Flores, su esposa y “primera combatiente”, dirigente muy poderosa tras bastidores.

Formado en Cuba, la educación de Maduro, que fue parlamentario, canciller y vicepresidente de Chávez (1999-2013), va mucho más allá del volante del bus que condujo en su juventud.

Maduro, a quien la oposición tilda de dictador, fue designado por Chávez como su heredero el 9 de diciembre de 2012, antes de que el entonces presidente viajara a Cuba para tratar un cáncer que lo llevó a la muerte tres meses después. Desde entonces eliminó toda la resistencia interna en el gobernante Partido Socialista de Venezuela (PSUV). Durante su gobierno, masivas manifestaciones fueron duramente reprimidas en 2014 y en 2017 por militares y policías, con centenares de muertos. La Corte Penal Internacional abrió una investigación por crímenes de lesa humanidad en contra de su gobierno por las de 2017. Supo también maniobrar entre una batería de sanciones internacionales tras su reelección en 2018, boicoteada por la oposición y desconocida por medio centenar de países. Sobrevivió además a una crisis económica sin precedentes en esta nación de casi 30 millones de habitantes, con un PIB que se redujo en 80% en una década y cuatro años seguidos de hiperinflación. Recortó el gasto público, eliminó aranceles para impulsar importaciones que acabaran con el desabastecimiento y permitió el uso informal del dólar, que hoy reina en un país donde tiendas y restaurantes de lujo reaparecieron, aunque solo para el disfrute de unos pocos. “Es el capitalismo más desigual de América Latina”, dice Rodrigo Cabezas, exministro de Finanzas de Chávez y crítico de Maduro.

Escándalos de corrupción, supuestos atentados y Maduro sigue en la silla presidencial, “indestructible”, como reza el eslogan del dibujo animado de propaganda “Súper Bigote”, que lo muestra en la TV estatal como un superhéroe que combate monstruos y villanos enviados por Estados Unidos y la oposición venezolana. Ahora se hace llamar el “gallo pinto”, de raza pura y de pelea.

 

Edmundo González Urrutia

La tapa que se volvió frasco

Agencias

Hasta hace poco, Edmundo González Urrutia conversaba de balcón a balcón con sus nietos, vecinos en un edificio contiguo. Pero su tranquila vida familiar quedó inesperadamente desplazada al ser ungido candidato presidencial de la oposición. En un instante, sin buscarlo, este discreto diplomático de carrera de 74 años cambió su anonimato entre el gran público por camiones destechados y luces de campaña, postulado in extremis después de la inhabilitación de la carismática líder María Corina Machado y vetos contra otros posibles sustitutos.

“Nunca, nunca, nunca había pensado estar en esta posición”, dijo meses atrás. “Esta es mi contribución a la causa democrática, yo hago esto con desprendimiento, como una contribución a la unidad”.

Su postulación por la coalición Plataforma Unitaria en principio era temporal, lo que se conoce en Venezuela como “candidato tapa”. La alianza había elegido en primarias a Machado, a quien le devolvería el lugar Urrutia, pero ello nunca se pudo concretar.

“Estaba en mi casa un sábado por la tarde cuando me llamaron para decirme que tenía que firmar una carta para el CNE”, el Consejo Nacional Electoral, recordó. “Cuando escuché mi nombre dije: ‘Pero aquí hay otra cosa distinta’. A mí me llamaron para firmar una carta y lo que estoy oyendo es un comunicado donde se está poniendo mi nombre como tapa para conservar la tarjeta de la Mesa de la Unidad Democrática” (MUD, alianza que antecedió a la actual Plataforma Unitaria). “Lo que no sabían ellos era que esa ‘tapa’ se iba a convertir en frasco, y aquí estamos hoy”, refirió con una sonrisa.

Ramón Guillermo Aveledo, exsecretario de la MUD, lo retrató como “un venezolano decente, demócrata y servidor a la República”.

Nació en La Victoria, pequeña ciudad cerca de Caracas. Se graduó en Estudios Internacionales en la prestigiosa Universidad Central de Venezuela (UCV) para luego ingresar a la Cancillería. Entre sus destinos fue embajador en la Argentina, entre 2000 y 2002.

Hablar ante multitudes no se le da fácil. Suele leer sus discursos en un tono monótono y muy rara vez improvisa. Prefiere que las cámaras y los micrófonos apunten a Machado, desbordante de carisma y alma de la campaña. Las encuestas lo dan ganador por amplia ventaja. El analista José Toro Hardy lo describe como “la antítesis del chavismo, del madurismo y del politiquero tradicional. Es un hombre culto, honesto, familiar, sin dobleces y sin pizca de populismo”.

Desde el chavismo lo cuestionan por su edad, dificultades de movilidad y cierto temblor, en contraste con la agilidad de Maduro, de 61 años, que salta y baila en sus actos de campaña.

Ha sabido moderar el discurso opositor con llamados a la reconciliación y menciones a posibles amnistías en aras de una transición. Su actitud y sus palabras le permiten ahora ser más que el simple “presta nombre” de Machado. Este abuelo se asume como candidato pleno en consonancia con su lema de campaña: “Edmundo para todo el mundo”.