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Estados Unidos necesita un límite de edad para sus políticos

Ancianos. Hasta la irrupción de Kamala Harris, dos protagonizaban la campaña. Foto: afp

El ejército estadounidense tiene edades de jubilación obligatorias para sus altos mandos porque debe garantizar que quienes comandan a los soldados y las armas de Estados Unidos están en pleno uso de sus facultades. Pero sin duda el listón debería ser aún más alto para los hombres y las mujeres que controlan el ejército y redactan las leyes estadounidenses.

La retirada de Joe Biden de la carrera presidencial estadounidense de 2024 sigue siendo una de las grandes noticias del año. Criticado por su actuación en el debate de junio y mostrando claros signos de envejecimiento, el presidente de 81 años reconoció finalmente lo que mostraban las encuestas y cedió las riendas a su vicepresidenta, Kamala Harris, de 59 años. De repente, el candidato republicano, Donald Trump, de 78 años, ha pasado de ser el candidato algo más joven a ser el mucho más viejo.

Aunque Estados Unidos no tiene límites de edad para los políticos electos, quizá debería. El Servicio Exterior estadounidense exige a sus oficiales que se jubilen a los 65 años, y el ejército estadounidense impone la jubilación a los oficiales de bandera a los 64 años, aunque los generales de mayor rango pueden ver aplazada su jubilación hasta los 68 años por el presidente. Estos límites de edad garantizan que quienes mandan a los soldados y las armas de Estados Unidos estén también en pleno uso de sus facultades. No pueden flaquear como lo hizo Biden en el escenario del debate, pues se les confía la toma de decisiones agudas y lúcidas ante situaciones física y mentalmente exigentes.

Sin duda, estas exigencias deberían ser aún mayores para los hombres y mujeres con más poder. Sin embargo, ni el presidente ni ninguno de los funcionarios que desempeñarían ese papel (el vicepresidente, el presidente de la Cámara de Representantes, el presidente pro tempore del Senado, etc.) se enfrentan a tales requisitos.

Alrededor de un tercio de los cargos electos que controlan la mayor economía y el mayor ejército del mundo –35 de los 100 senadores estadounidenses y 91 de los 435 miembros de la Cámara de Representantes– superan con creces la edad permitida para la cúpula militar del país; y lo mismo cabe decir del Tribunal Supremo de Estados Unidos, donde tres de los nueve magistrados –los árbitros últimos de la legislación estadounidense– tienen 70 años o más. En cambio, solo 28 directores ejecutivos de Fortune 500 tienen 70 años o más.

El argumento habitual para permitir dirigir a estadistas de edad avanzada es que son los que tienen más experiencia. Pero incluso si esto se considera una ventaja, su valor debe sopesarse frente a todos los riesgos que conlleva la edad, desde dolencias físicas como derrames cerebrales y fracturas hasta el deterioro cognitivo. Las mentes mayores pueden ser más capaces de reunir información dispar e interpretar la “visión de conjunto”, pero no está claro que esta capacidad perdure hasta los 70 u 80 años.

Otro argumento es que el liderazgo cada vez más envejecido de Estados Unidos refleja simplemente el envejecimiento del electorado. Con cerca del 30% de los votantes estadounidenses mayores de 65 años en 2022, podríamos estar asistiendo simplemente al funcionamiento de la democracia. Pero los datos no muestran ninguna relación evidente entre la edad de un cargo electo y la edad de sus votantes. Los cargos electos de mayor edad no proceden de los estados más envejecidos.

Pensemos en la senadora Dianne Feinstein, que se mantuvo en el cargo durante años a pesar de su mala salud antes de fallecer a los 90 años, pocos meses después de jubilarse definitivamente. Su estado, California, tiene el décimo porcentaje más bajo de votantes de 65 años o más. De los diez estados con menor proporción de votantes mayores de 65 años, siete tienen uno o más senadores de más de 70 años.

Una razón más probable del envejecimiento de los líderes estadounidenses es que las normas se han quedado obsoletas a medida que se alarga la esperanza de vida. No hay restricciones de edad para los magistrados del Tribunal Supremo, y la Constitución de EE.UU. solo establece edades mínimas para presidentes, senadores y representantes: 35, 30 y 25 años, respectivamente.

La ausencia de edades de jubilación obligatorias para los cargos federales electos y designados reflejaba un mundo en el que la mayoría de la gente no vivía lo suficiente como para experimentar la demencia, y en el que pocos podían esperar sobrevivir a un ataque al corazón o a una grave fractura ósea. La vejez no era un problema en la mente de nuestros predecesores de los siglos XVIII, XIX y principios del XX. Pero la esperanza de vida de las personas que alcanzan los cinco años ha aumentado en más de 20 años desde que se redactó la Constitución, y el deterioro funcional viene con el envejecimiento.

El hecho de que los cargos electos se aferren a sus puestos hasta una edad avanzada no es el resultado del funcionamiento de la democracia. Al contrario, según Freedom House, es más probable que los estadistas de más edad dirijan países menos democráticos. En EE.UU., muchos siguen en el poder porque el cargo confiere una ventaja electoral, sobre todo en el Senado. Las recientes experiencias de Feinstein y Biden ponen de relieve la escasez de mecanismos formales e informales para destituir a un líder en funciones.

Las encuestas del año pasado indican que el 79% de los estadounidenses estaría a favor de una edad máxima para los cargos electos en Washington, y el 74% apoyaría una para los jueces del Tribunal Supremo. La mitad de los estadounidenses preferiría un presidente de unos 50 años, y aunque los estadounidenses de más edad prefieren presidentes mayores, solo el 5% de los encuestados de 70 años o más quiere un presidente de su edad.

Cuenta la leyenda que cuando el primer presidente de Estados Unidos, George Washington, tenía seis años, cortó un cerezo y no pudo mentir cuando lo confrontaron. Es una fábula encantadora, pero los estadounidenses deberían centrarse en un hecho más importante sobre Washington: se negó a buscar un tercer mandato, que habría ganado fácilmente, porque sabía que era hora de hacerse a un lado.

* Profesora de Economía en la Northwestern University, donde dirige el China Econ Lab. Copyright Project-Syndicate.