El día que George Clooney no pudo elegir al presidente de EEUU
En las elecciones del 5 de noviembre perdió el partido que desde hace décadas se aleja de grandes sectores populares de Estados Unidos. Perdió el partido que deja que un actor famoso decida quién puede o no puede ser candidato.
Hace muchos, muchos años, las primeras temporadas del programa cómico estadounidense Saturday Night Live (SNL) eran una panzada de sketches delirantes a cargo de gente genial como John Belushi, Dan Aykroyd y Gilda Radner. En aquellos primeros tiempos del show que arrancó en 1975, esa pandilla de comediantes se burlaba de todo, se hizo legendaria y abrió camino a los humoristas televisivos del futuro. Cuando se acercaban a la política, se mofaban de todos, de demócratas y de republicanos. Un poquito más de los republicanos, claro, porque eran artistas progresistas. Pero la ligaban todos.
Fast forward al sábado previo a las elecciones presidenciales del martes de esta semana. La divertida Maya Rudolph (al fin y al cabo no es su culpa parecerse a la vicepresidenta) hacía su imitación cuando apareció su imitada, Kamala Harris. Se rieron juntas, nada de críticas en un último intento por capturar el voto de los pocos millones de liberales estadounidenses que todavía miran SNL. Para los comediantes del programa, las críticas y el sarcasmo están reservados solamente para la gente de derecha, que se lo merecen, claro, pero aburre cuando son exclusivamente ellos los blancos de los chistes (salvo que sea burlarse de la senilidad de Biden, que eso sí lo hicieron).
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¿Cuántas veces uno se puede reír de Alec Baldwin diciendo "huge" con la boca haciendo piquito al estilo Trump? ¿O con los insufribles sketches donde los cada vez menos talentosos comediantes de SNL se divierten a costillas de los norteamericanos pobres y menos educados del sur del país, los mismos a los que Biden habría presentado como "basura"?
Cuando los republicanos despotrican contra Hollywood tienen bastante razón. En las últimas décadas se desarrolló una extraña simbiosis entre el universo del espectáculo y los demócratas. Al mismo tiempo que el partido le daba la espalda a los trabajadores asalariados y a los habitantes del interior blanco y pobre, crecía su dependencia de las élites culturales de Nueva York y Los Angeles. Mientras los sagaces republicanos se apoderaban del voto redneck (los estadounidenses blancos, cristianos y conservadores de los estados del centro y el sur del país, con el "cuello rojo" por el impacto del sol mientras trabajan en el campo), demócratas como Barack Obama se mostraban confortables en las fiestas y reuniones de los famosos y millonarios estilo Beyonce.
Lo peor de todo esto es que se trata de una tendencia que viene siendo señalada desde hace décadas. Un libro señero en este sentido es What's the Matter with Kansas, del periodista e historiador Thomas Frank (él mismo un liberal de izquierda), que explicaba con maestría en el ya lejano 2004 el proceso de alejamiento entre esas importantes capas populares norteamericanas y los demócratas, el partido que alguna vez fue sinónimo de sindicatos y trabajadores.
Obama, el capitán del barco de donde salieron Biden y Kamala Harris, fue un claro ejemplo de ese proceso. En la noche de su asunción, el 20 de enero de 2009, después de los discursos y las festividades, este reportero recuerda haber visto a jóvenes afroamericanos llorando frente a la Casa Blanca, emocionados por la posibilidad de que, finalmente, un presidente negro pusiera un poco de orden en el caos de la injusticia racial de Estados Unidos.
Más allá del Obamacare, la reforma sanitaria que pudo imponer para hacer un poco más equitativo el muchas veces cruel sistema de salud nacional, el presidente cumplió sus ocho años sin mayores logros. Y dejó a los negros de Estados Unidos castigados por más o menos las mismas marcas raciales de retraso social y educativo. Eso sí, Obama se destacó por alcanzar cifras récord de deportación de inmigrantes indocumentados: se estima que el "primer presidente negro" de Estados Unidos expulsó a cerca de 2,5 millones de "ilegales" en el periodo 2009/2015. ¿Un precedente de los planes de Trump para su segundo mandato?
George, el amigo de Joe y de Barack
Volviendo a Hollywood, justamente uno de los amigos de Obama, el actor George Clooney, protagonizó en julio de este año uno de los capítulos más bizarros de esta historia de desconexión que tiene a los demócratas de rodillas, perdiendo frente a personajes como Donald Trump, y por goleada.
Ya a principios de este 2024 estaba claro que el pobre Biden no estaba en condiciones de seguir en campaña y mucho menos de aspirar a un segundo mandato. Las voces de alerta eran tímidas al interior del partido pero ya existían. Parecía que nadie se animaba a pedirle al abuelo que fuera buscando una linda residencia para adultos mayores.
Sin embargo, ningún dirigente de peso tomó las riendas del problema: Biden, obstinado, seguía mirando a las cámaras con sonrisa de candidato. ¿Y cuál fue la voz que se impuso en medio de esa cobardía política? Sí, la del actor de Ocean's Eleven, que publicó en julio una columna en el New York Times titulada "Amo a Joe Biden, pero necesitamos un nuevo candidato".
"Joe Biden es un héroe, salvó la democracia en 2020 -escribió Clooney-. Ahora necesitamos que haga lo mismo en 2024".
Increíblemente (en la opinión de este cronista), ese fue el revulsivo que sacó a Joe de la carrera y lo remplazó con Kamala, elegida prácticamente a dedo cuando quedaban apenas cuatro meses para las elecciones presidenciales. No sería muy exagerado decir que el actor sacó a Biden y le abrió el camino a Kamala.
Enfrente, los republicanos festejaron. Encima, el disparó que le rozó la oreja en el atentado del 13 de julio en Butler, Pennsylvania, terminó de consolidar la figura de Trump entre los conservadores y los millones de estadounidenses que -con poca o mucha razón- están cansados de Hollywood y no tienen la menor idea de quienes forman parte del actual elenco de SNL.
Ahora, a llorar la Meca... del cine.