Entrevista

Eduardo Blanco: “Soy una persona partidariamente independiente”

El actor protagoniza, con Luis Brandoni, Parque Lezama, la obra que lleva más de 1.200 funciones, a diez años de su estreno. Celebra su vínculo con la obra, su camino y sus miradas.

Estilo. Blanco se considera un actor popular. Es dueño de un recorrido particular, por varios medios y diferentes países. Foto: GZA. PRENSA PARQUE LEZAMA

Como el “Yo hago puchero, ella hace puchero, yo hago ravioles, ella hace ravioles” de Esperando la carroza, también “Dale, Cristina, bancate este amor” podría estar en el podio de las frases célebres del cine nacional. Son parte del texto que Eduardo Blanco dice, siendo el personaje de Amadeo, en Luna de Avellaneda, la película de Juan José Campanella, en una escena con Valeria Bertuccelli, al borde del Riachuelo. La dupla entre el actor y el director ganador de Oscar ha tenido varios proyectos, todos exitosos, como El hijo de la novia, El mismo amor, la misma lluvia, y también la obra de teatro Parque Lezama. Estrenada en 2013, luego de varias temporadas, en el verano de 2024 sigue en cartel, en el recuperado Teatro Politeama. Desde el 9 de enero, el elenco, encabezado por Luis Brandoni y Blanco, realiza esta obra originalmente escrita por Herb Gardner, versionada y dirigida por Campanella, los martes y miércoles en la nueva sede del mítico coliseo, ahora en Paraná 353.

—¿Cómo sintetizarías el recorrido de esta obra vista por miles de espectadores?

—Ya es un clásico del teatro. Parece que termina y siempre tiene una vuelta más. La estrenamos en 2013 e hicimos cuatro años. Después paramos tres; luego nos llevaron a España. Vino la pandemia y paramos otros dos y medio. Desde el 12 de enero del año pasado, la hicimos hasta el último domingo de noviembre. Aunque todavía no estamos ni cerca de esa posibilidad, como tenemos la ilusión o la fantasía de hacer la película, entonces seguimos con el motor en marcha por si eso sucede. Además, el público sigue viniendo y festeja. Es como una fiesta comunitaria: llevamos hechas más de 1.200 funciones.

—Los dos personajes principales conversan en torno a muchos temas; uno de ellos es la reflexión sobre un posible mundo mejor. ¿Cómo sentís que dialoga este asunto con la contemporaneidad?

—La obra efectivamente empieza con dos señores charlando, en el banco de una plaza, paseándote por un montón de temas. Esta obra se hizo en New York, de manera original, y la obra sucedía en el Central Park. La hicimos aquí y la llevamos a España. No hay diferencia, no solo por la universalidad la obra, sino también, su atemporalidad, porque habla de temas de la esencia humana. Por más que la sitúes en lugares geográficos distintos o en tiempos distintos, la esencia sigue siendo la misma. La obra se estrenó en los 80 [en Broadway, en 1985, bajo el título de I’m not Rappaport]. La estamos haciendo diez años después del estreno en la Argentina y no notamos diferencias. La obra habla de las vinculaciones humanas finalmente, aunque uno de los personajes sueña todavía con ser un militante del Partido Comunista, y el otro tendría que haberse jubilado hace veinte años y sigue ahí pasando desapercibido para no quedarse sin trabajo. Con todas sus limitaciones, estos dos ancianos finalmente terminan no entregándose. El personaje de Beto quiere cambiar el mundo y no puede, pero sí puede cambiar a mi personaje.

—León Schwartz (Brandoni) es un personaje más convocante desde el primer momento. Sin embargo, Antonio Cardoso (vos) va ganándose al público poco a poco. ¿Cómo es ese proceso?

—Vos te sentás en la butaca y decís: “¿Quién quisiera ser cuando fuera grande? ¿Cuál de los dos?”. Claramente elegís el personaje de Brandoni, porque te invita a soñar, siempre está luchando por las causas perdidas. Pero mi personaje es que es el que sufre modificaciones. Tiene vulnerabilidades. Como quiere que la vida no lo lastime más, se olvida es de vivir. Cuando viene el personaje de Beto, descubre que la vida termina recién cuando termina la vida. Uno puede soñar con ser el personaje de Beto, más romántico, más de cuento, pero finalmente uno es el personaje de Antonio, un personaje más realista, más cercano. Y entre los dos se da una química, con un mensaje positivo, a pesar de todo, para la vida.

—Campanella, además de su profesión artística, hace declaraciones de fuerte posicionamiento político. Siendo vos tan próximo a él en el trabajo y la amistad, ¿cómo experimentás cuando suceden esas manifestaciones?

—Es un amigo mío y es una persona que ejerce su derecho a comunicar lo que siente. Me parece fantástico, a pesar de que yo algunas ideas comparto y otras no. Yo soy una persona partidariamente independiente y trato de pensar por mí mismo. No es posible que uno no tenga coincidencias y disidencias con cualquiera. A Juan lo conozco desde hace cuarenta años; las ideas, incluso diferentes, no nos provocaron un perjuicio tal de enemistarnos. Sin embargo, a mucha gente le ha pasado. Detesto que eso suceda y festejo que no nos suceda a nosotros.

 

Personajes de historias populares

—¿Cómo es Campanella como director?

—Siempre lo pienso como un gran contador de historias: en cine, en televisión y, en este caso, en teatro. Cuenta historias populares, no en el sentido peyorativo, sino que son historias que todo el mundo puede entender. No son herméticas, pero a la vez son elaboradas. Los diálogos y la estructura dramática están construidos. Es muy riguroso en el trabajo.

—¿Qué personajes de tu carrera, sin seleccionar demasiado, recordarías en este momento?

—Antonio Cardoso de Parque Lezama, claramente. De televisión, podría elegir a Ernesto de Vientos de agua, por la historia que cuenta las idas y vueltas de personajes que viven la inmigración. Y Amadeo, de Luna de Avellaneda, que está inmerso en una historia que termina con una pregunta que a mí siempre me importó mucho. Al haber desaparecido el club, la última pregunta que queda picando es “¿Cómo se hace para formar un club nuevo?”, y creo que nosotros todavía no le encontramos la respuesta, casi veinte años después. Es una película que cuenta una historia social que nos pertenece, en un espacio como los clubes de barrio, que es un espacio de contención maravilloso, sobre todo para organizase la juventud. Para la gente que no tiene posibilidad de ir a pagarse un club de fútbol, danza o básquet, esa gente y los chicos pueden ir a soñar o a jugar al club. 

Mi personaje ha tenido sueños, que se han visto truncados, y encuentra un espacio de importancia dándoles a otros, enseñándoles básquet a los chicos; allí encuentran un lugar donde poder funcionar.