Rodrigo de la Serna: "Los atracadores son algo así como unos Robin Hood"
Es la sorpresa en La casa de papel con su personaje Palermo. Actor desde que tiene memoria, cuenta sus miedos frente a la masividad que se le viene.
La Casa de Papel es la serie de Netflix de habla hispana más exitosa. Ahí está Stephen King, que ha confesado ser fan. Y hay más pruebas: los cientos de noticias con su continuación, la futura ficcionalización que llevará a cabo Planeta o cómo sus estrellas, especialmente Ursula Corberó, han devenido un fenómeno global. Con más de 19 millones de visualizaciones para la temporada anterior, en esta nueva y ya disponible tercera tanda de episodios hay un nombre que late fuerte en nuestra memoria de series poderosas. Y es el argentino Rodrigo de la Serna, que ya había marcado a fuego el mundo de las series cuando no era este siquiera un germen en la imaginación de ningún creativo, con su protagónico en Okupas. Radicado en España desde hace meses, padre por segunda vez hace poco, De la Serna hoy –como Palermo– es parte de La casa de papel. Sobre su personaje, confiesa a PERFIL: “Es un rol muy atormentado el que tengo que hacer. Palermo es un banquete para un actor. Las cosas por las que lo van a ver pasar implican un abanico muy amplio de muchos matices y mucho vértigo emocional".
—¿Cuál es el nervio del mundo que creés que toca la serie que la ha convertido en un fenómeno global como ninguna otra serie hablada en español de Netflix?
—Es evidente que, creo, tiene que ver con la asfixia global respecto de un sistema financiero perverso que destruye ambiciones de las personas y las arroja a la pobreza. Y los que no cayeron todavía cada vez tienen que pagar más impuestos para beneficios de tan pocas personas. Todo ese contexto es para que esta sea una serie sensación, en este caso, clásica de un genero clásico que viene siendo la idea de que los atracadores son algo así como unos Robin Hood.
—¿Qué papel dirías que juega esa crisis en la serie?
—En este caso, el telón es ese, ¿no? Una idea más global que sabe escuchar el hastío más generalizado, cercano a los indignados. Acá en Argentina ni hablar, por algo pegó tanto en este país. Si de algo sabemos en Argentina es de crisis financieras, las tenemos muy claras. Respondiendo más a tu pregunta, creo que es eso, pero el éxito no tiene solo que ver con eso y el foco de la serie no esta ahí. Creo que el plus que tienen los autores, Alex Pina, Javier Gómez Santander, Luis Moya Redrado y Juan López, es que además de saber de dramaturgia son comunicadores sociales. Y ahí es donde me parece que tienen ese plus comunicacional y van a lo icónico: el mameluco rojo, el color rojo, la máscara de Dalí, el quilombo financiero, los roles que son bastante arquetípicos. Todo comunicacionalmente es una bomba, y eso, combinado con Netflix, hace que la masividad sea posible. Esa es la mezcla que define a La casa de papel.
—Palermo, tu personaje, es una muestra de algo que hacés siempre: encontrarles una veta cómica, sea un prócer o un experto en robos. Entendés el absurdo de ese personaje y lo mostrás. ¿Lo ves así?
—Es innato. Es algo que me gusta y me identifica siempre. Con los cómics argentinos, con Pepe Biondi, con todo lo que veía de chico, hasta Benny Hill, el humor de Jerry Lewis... El humor siempre me hizo disfrutar el absurdo, la exageración que esta ahí y se puede contener. Me sale solo. Soy un disociado: veo que siempre en la tragedia hay algo patético y absurdo, en la concepción. Siento que la realidad es básicamente una farsa. Es una construcción que es una farsa. Y al revés también: en la comedia puedo percibir la tragedia, el dolor y la melancolía. Es mezclar un poquito de las dos cosas.
Qué tendrá La Casa de Papel 3: más rápidos y más furiosos
—Siempre sos un actor que parece visceral. En ese sentido, ¿cómo lidiaste con algo que parece diseñado milímetro por milímetro, casi geométricamente, como La Casa de Papel?
—Es geométrica, con una minuciosidad técnica impresionante. Pocas veces me ha pasado eso. Por ahí con Damián Szifron y de alguna manera con Bruno Stagnaro, que es un tipo que contiene más… Yo hago roles también más naturalistas, pero en este caso, en ese trazado geométrico tan puntual mi carta es un vértigo, es ese remolino, ese rol de mi personaje, con todo el camino diseñado, trazado y perfectamente preciso. Yo me encargo de traer un poco de caos, pero cuando pude entender el lenguaje narrativo que proponían fue incluso mejor para el personaje. Más interesante.
—¿Cómo te llevás con la idea de masividad considerando, como dijiste, que Netflix es una plataforma como ninguna otra en ese sentido, en esta edad dorada de las series?
—Fue paulatina la masividad en mi vida. La vez que más me costó la masividad fue la primera vez que trabajé en televisión, en Naranja y media en el 97. Un programa muuuuy popular, de cuando la gente veía mucha televisión, con treinta o cuarenta puntos de rating. Fue de un día para el otro. Ahí sí lo padecí. De un día para otro no pude salir más a la calle. Tuve otras cosas, Okupas, Lombardo en El puntero. Estoy como templado. Pero con lo que está por pasar ahora, no sé. Mis compañeros me dicen que pasaron de tener 6 mil seguidores en Instagram a 3 millones.
—¿Creés que la idea de Robin Hood modernos es posible en este mundo?
—Es una idea un poco bucólica, la de Robin Hood haciendo justicia por millones. Me parece que se va a caer. En algún momento se tiene que caer. Porque no se resiste más, no se aguanta más. Es un paradigma muy perverso, que tenemos que cambiar de alguna manera. Ojalá lo veamos, ojalá lo pueda ver.
—¿Qué creés en ese sentido que implica el boom de las series?
—Es contradictorio, porque colabora. No estamos haciendo la revolución con este programa, ni mucho menos. Es una serie masiva, de consumo masivo, que ni siquiera cuestiona en profundidad. Pero me da la posibilidad frente a un periodista como vos, como el tema está de fondo, de poder decir algunas cositas. Insisto, la revolución no se hace mirando Netflix. Y tampoco hablo de revolución, porque es una palabra con una carga muy violenta. Pero sí una alquimia, digamos, pasar de un estado al otro, del líquido al gaseoso. Es lo que necesito, lo que todos anhelamos muy profundamente, al menos eso siento. Salvo unos pocos que están muy contentos con que las cosas sigan así. Creo que esa alquimia va a suceder en algún momento.
“Okupas fue lo mejor del cine argentino”
—¿Cómo te ves como actor considerando ese recorrido que contás y tu actualidad viviendo en España?
—Soy un veterano ya. Eso seguro. Empecé a trabajar en teatro a los 12 años, mi primer trabajo profesional en teatro fue a los 18, en TV a los 19, 20, ponele. Y desde ahí nunca dejé de trabajar profesionalmente. Tengo 43. Miro para atrás y veo un recorrido bastante amplio y me doy cuenta de que tuve mucha suerte, además de constancia. Mucha suerte de caer en programas como Okupas, por ejemplo, de conocer a artistas como Stagnaro y coexistir con él, ser contemporáneo de muchos nombres maravillosos (actores, actrices, directores, guionistas). Miro para atrás y estoy orgulloso, muy contento. Y también cuánta vida puse ahí. Estoy en un presente muy... estoy muy contento. Muy contento.
—¿Cómo vivís hoy aquello que fue Okupas, una serie que fue vanguardista en términos de series de calidad?
—Recuerdo que cuando recibí los guiones pensé que eso era literatura pura. Tanto así que daba pena filmar de lo bien escrito que estaba. Era para publicarlo así, ya está. Como una especie de Casa tomada pero del siglo XXI, después de diez años de menemismo, donde toda esa realidad marginal estaba barrida bajo la alfombra, y aparece esto como un emergente con una emergencia narrativa, con una estética muy novedosa para la televisión. Creo que lo mejor del cine argentino de esa época fue esa serie para televisión. Por primera vez en mi vida, con 24 años, me di cuenta de que estaba formando parte de un evento artístico profundo. No era sola entretenimiento. Eramos conscientes de que estábamos amasando una torta artística y esa era una sensación intransferible. Realmente lo recuerdo con mucho amor.
JPA/MC