Tecnología, comercio y poder: los frentes de batalla entre China y EE.UU.
La disputa entre China y Estados Unidos no es solo una competencia económica y tecnológica, sino una lucha por definir las reglas del orden internacional en el siglo XXI. Una potencia en declive y otra en ascenso definirán el rumbo del sistema global.
La disputa geopolítica entre la República Popular China y los Estados Unidos, que se intensificó notablemente durante la primera presidencia de Donald Trump y continuó con Joe Biden, representa una de las tensiones más significativas del sistema internacional contemporáneo.
Este conflicto está enraizado en un contexto de transiciones globales multidimensionales que abarcan dimensiones económicas, tecnológicas, energéticas, geopolíticas, políticas y culturales. Cada una de estas transiciones redefine el equilibrio de poder en el escenario global, dando lugar a una competencia que va más allá de la simple pugna entre dos naciones. ¿Qué podemos esperar ahora de la relación entre Trump II y Xi Jinping III?
Múltiples transiciones en el escenario global. Desde hace por lo menos dos décadas, el sistema internacional está siendo testigo de un progresivo y constante desplazamiento del centro de gravedad de la economía mundial desde las otras potencias centrales hacia las economías emergentes y en desarrollo, marcando el fin de una era de predominio exclusivo del norte global.
Este proceso de transición económica no solo refleja cambios en la producción y distribución de la riqueza global, sino también en la capacidad de estas economías emergentes para influir en los mercados internacionales y establecer nuevos estándares de comercio e inversión.
Este fenómeno se complementa con un nuevo proceso de transición tecnológica, marcado por un nuevo ciclo de innovación caracterizado los avances en inteligencia artificial, la automatización, el Internet de las Cosas (IoT) y las telecomunicaciones; procesos que están transformando radicalmente los sistemas productivos, las cadenas de suministro y las formas de interacción social.
Estas tecnologías no solo impulsan la competitividad económica, sino que también están redefiniendo los términos de la seguridad internacional y la soberanía tecnológica.
Al mismo tiempo, la transición energética hacia fuentes renovables redibuja el mapa de los recursos estratégicos globales, alejándose del petróleo y el gas como pilares de la economía mundial. La búsqueda de alternativas limpias como la energía solar, eólica y el hidrógeno verde está acelerando una carrera por el acceso a minerales críticos como el litio, el cobalto y las tierras raras, esenciales para esta nueva matriz energética.
En el ámbito geopolítico, el centro de gravedad del poder global se está desplazando desde Atlántico hacia el Pacífico, consolidando a Asia Oriental como epicentro de las dinámicas globales. Este cambio no solo enfatiza el ascenso de potencias como China e India, sino que también redefine las rutas comerciales, las alianzas estratégicas y las tensiones militares en la región del Indo-Pacífico.
A su vez, el ascenso de los países del Sur Global en la discusión de temas globales desafía la hegemonía occidental, impulsando demandas de mayor representatividad en instituciones internacionales como la ONU y el FMI. Estos países están comenzando a articular una narrativa que prioriza la multipolaridad y el respeto a la soberanía nacional frente a las intervenciones unilaterales.
Estas transiciones no son procesos aislados, sino que están profundamente interrelacionados, configurando un sistema internacional caracterizado por la incertidumbre, la competencia estratégica y la emergencia de nuevos actores que aspiran a remodelar el orden global en función de intereses y valores más plurales. Son estas disputas y transiciones las que ordenan la estrategia internacional del nuevo esquema de gobierno trumpista y moldean su relación con China.
La puja entre China y Estados Unidos. En este contexto, la relación entre Estados Unidos y China emerge como el eje central del sistema internacional en el siglo XXI, configurándose como la interacción bilateral más trascendental de nuestro tiempo.
Representando respectivamente a una potencia en declive y una potencia en ascenso, ambos países encarnan polos opuestos en una serie de contradicciones fundamentales en el sistema de relaciones de poder internacionales contemporáneas: unipolarismo versus multipolarismo, Occidente versus Oriente, Norte Global versus Sur Global, y países desarrollados establecidos versus países emergentes en desarrollo.
El gobierno chino, en su documento “China and the World in the New Era”, publicado en 2019 por la Oficina de Información del Consejo de Estado, define su posición con claridad. La cooperación con Estados Unidos es presentada como la única opción correcta para garantizar la estabilidad global. Desde la perspectiva china, la relación entre ambos países debería estar basada en el beneficio mutuo y el respeto, sin intenciones de desafiar o reemplazar la hegemonía estadounidense.
Sin embargo, el documento también subraya que Estados Unidos no tiene la capacidad de frenar el ascenso de China y que cualquier intento de hacerlo sería infructuoso. En este sentido, China insta a Washington a abandonar la mentalidad de la Guerra Fría y adoptar una visión más pragmática y menos confrontativa, advirtiendo que las tensiones mal manejadas podrían derivar en una profecía autocumplida de Trampa de Tucídides.
Por otro lado, la Estrategia de Seguridad Nacional de Donald Trump (2018) ofrece una visión diametralmente opuesta, describiendo a China como una “potencia revisionista” que representa una amenaza directa para los intereses y la influencia de Estados Unidos. Este documento identifica a China como un actor que busca desplazar a Estados Unidos de su posición predominante en la región del Indo-Pacífico y rediseñar el orden internacional a su favor mediante la expansión de su modelo económico impulsado por el Estado.
Además, alerta sobre el avance chino en términos de recopilación y explotación de datos, desarrollo de tecnologías estratégicas y modernización militar, aspectos que refuerzan su capacidad de proyección global. Particularmente preocupante para Washington es el acceso de China a la economía de innovación estadounidense, incluidas universidades e instituciones tecnológicas, lo que ha facilitado, según este enfoque, un rápido progreso en capacidades militares y tecnológicas.
En este marco, las políticas implementadas por la administración Trump, como la guerra comercial, las restricciones a la transferencia de tecnología y la búsqueda de alianzas en el Indo-Pacífico, reflejan un intento de contener el ascenso chino y reafirmar la posición hegemónica de Estados Unidos. Sin embargo, estas estrategias han agudizado las tensiones bilaterales, transformando la relación entre ambos países en una competencia abierta que trasciende lo económico para abarcar lo geopolítico, lo tecnológico y lo ideológico.
Este complejo entramado de tensiones pone de manifiesto que la relación entre ambas potencias definirá en gran medida el rumbo del sistema internacional en las próximas décadas. El “nuevo” Donald Trump parece adoptar una postura más confrontativa que en su presidencia anterior, amenazando con bloquear TikTok en el caso de no aceptar una fusión con alguna empresa estadounidense y volviendo a poner sobre la mesa la necesidad de reducir el fuerte déficit comercial, que alcanzó los 400 mil millones de dólares en 2022.
Objetivos y estrategias. Los objetivos de Trump en relación con China se centran, entonces, en reducir el déficit comercial, recuperar la iniciativa en América Latina –una región tradicionalmente considerada su esfera de influencia– y enfrentar la disputa tecnológica, destacándose casos recientes como el de DeepSeek, que puso de manifiesto las preocupaciones estadounidenses sobre el acceso chino a tecnologías críticas.
Esta estrategia se basa en una combinación de medidas agresivas: imponer aranceles sobre bienes chinos para equilibrar el comercio bilateral, restringir las inversiones chinas en sectores estratégicos como telecomunicaciones e inteligencia artificial, y limitar el acceso a tecnología avanzada mediante bloqueos a empresas como Huawei y ZTE. Además, la administración Trump promueve una narrativa de “desacoplamiento” para desvincular las cadenas de suministro de alta tecnología, buscando reducir la dependencia de China en sectores clave. Sin embargo, estas estrategias sólo han acelerado el desarrollo endógeno chino, que ha definido a la innovación como el principal vector del desarrollo.
Por su parte, las metas de China, enunciadas por Xi Jinping, se alinean con el “Sueño Chino” (...), una visión estratégica que busca revitalizar a la nación china y consolidar su lugar en el mundo. Este proyecto se estructura en dos objetivos principales: construir una sociedad moderadamente próspera para 2021 –coincidiendo con el centenario del Partido Comunista Chino– y transformar a China en un país socialista fuerte, moderno y avanzado para 2049, en el centenario de la República Popular. Este sueño no solo implica el desarrollo económico, sino también el fortalecimiento cultural, político y tecnológico del país.
El Sueño Chino se enmarca en una estrategia de desarrollo pacífico que promueve la cooperación internacional y la construcción de una “comunidad de destino compartido para la humanidad”. A través de iniciativas como la Franja y la Ruta (BRI, por sus siglas en inglés), China ha consolidado su posición como un actor clave en el desarrollo infraestructural y financiero global, estableciendo alianzas estratégicas con más de 150 países en Asia, África, América Latina y Europa. La BRI no solo ha facilitado la construcción de puertos, ferrocarriles y corredores económicos, sino que también ha reforzado el liderazgo chino en instituciones multilaterales como el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (AIIB) y en acuerdos comerciales como la Asociación Económica Integral Regional (RCEP).
En este marco, la competencia entre ambos países refleja no solo un enfrentamiento por la hegemonía tecnológica, comercial y geopolítica, sino también un choque entre dos modelos de desarrollo y liderazgo global. Mientras que la estrategia de Trump busca contener el ascenso chino mediante la confrontación y la imposición de límites, China se ha enfocado en proyectar una imagen de cooperación y multipolaridad, posicionándose como un líder alternativo en un sistema internacional en transición.
La disputa por el orden global. La disputa entre China y Estados Unidos no es solo una competencia económica o tecnológica, sino una lucha por definir las reglas del orden internacional en el siglo XXI. Mientras Estados Unidos intenta preservar un sistema basado en su hegemonía, China propone un modelo que revaloriza el multilateralismo, el respeto a la diversidad cultural y la cooperación como principios rectores.
Esta rivalidad conlleva también riesgos significativos. La posibilidad de errores de cálculo estratégico podría convertir la competencia en confrontación abierta, afectando no solo a ambas potencias, sino al sistema internacional en su conjunto. Por ello, la necesidad de un diálogo efectivo y de mecanismos de cooperación se vuelve imperativa para garantizar la estabilidad global en una era de profundas transformaciones.
*Sociólogo. Especialista en estudios chinos.
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