Recortes en Cultura
Si el Estado-Nación y su poder representativo ha caído en ruinas, muy poco podrá limitar, cercenar o cortar, porque tampoco podrá aumentar. Por eso, nada hay para recortar.
Miles de manifestantes se agolparon en la Puerta de Brandenburgo días atrás con el fin de protestar contra los recortes dispuestos en el presupuesto por el gobierno de Berlín. La demostración incluyó a actores, escritores, bailarines, artistas plásticos y performáticos. Citando al expresidente alemán, Richard von Weizsäcker, se enarboló la bandera de: la cultura no es un lujo.
El gobierno de Berlín tiene una planificación de un recorte extenso en la cultura para el año 2025. El plan de austeridad se expande a los centros culturales. Por lo que se estima que el cincuenta por ciento de los centros estaría cerrando sus puertas para el próximo año.
Mucho más lejos que esa geografía, en los primeros días de noviembre, en Armenia, el ministro de Finanzas se dirigía al Parlamento adelantando que el gobierno introduciría mecanismos para que museos y bibliotecas, estatales y municipales, generen sus propios ingresos. De modo que los salarios de los trabajadores del sector y las propias instituciones se sustenten con sus entradas económicas autónomas y sin la ayuda estatal.
Dos ejemplos distantes en sentido espacial de las políticas de Occidente en relación a la cultura y al arte hacen eco a los anuncios de recortes al financiamiento en nuestra propia tierra. La sociedad del espectáculo, la publicidad y el entretenimiento, y los códigos de fetichización sobre los objetos culturales alojan otro proceso en la inscripción y difusión de la cultura.
La gesta de la estética euroccidental se inició mucho antes que la Modernidad, pero podemos afirmar que el origen ilustrado y aurático del arte en su dominio institucional se puede marcar entre los siglos XVII y XIX. La figura de la representación es central para entender el lazo entre la soberanía de la cultura y la política. La democracia representativa, de base racional, creada por un acuerdo cuyo registro tiene la obligatoriedad de un contrato devenido ley, tipifica a un pueblo que gobierna a través de sus representantes. Simbolización de algo ausente que, en la actualidad, termina convirtiéndose en un simulacro, aplazando así la representación propia de la filosofía clásica.
“Don Quijote de la Mancha” es considerada la primera novela moderna de la literatura universal. Dividida en cuatro partes, su primera publicación data del año 1605. Como sucede con todos los movimientos civilizatorios (utilizo este vocablo no en sentido axiológico, sino en sentido de trabajo humano, del trabajo de las ficciones humanas). Como todo movimiento civilizatorio, digo, cada paso dado está enlazado a otro desplazamiento y, los momentos que construyen la historia, se encadenan en una sucesión de acontecimientos. De modo tal que el nacimiento de la novela como género literario moderno es coetáneo al nacimiento de las Naciones-Estado modernas. El tratado de Paz de Westfalia, firmado en el año 1648, dio lugar al primer Congreso diplomático moderno, e inició un nuevo orden en Europa central basado en el concepto de soberanía nacional.
Pero ese suceso no aparece en solitario, la Modernidad está signada por la imprenta como tecnología que permitió, de algún modo, acelerar la Reforma Protestante. La traducción de la Biblia al alemán realizada por Martín Lutero y su edición casi masiva del libro para la época, fue gracias a la técnica de impresión que recién se iniciaba. Texto sagrado que se acercaba a un lector sin la intermediación sacerdotal. Revolución científica, Renacimiento, sociedad preindustrial, burguesía. El consumo cultural estuvo enmarcado en estos montajes: democracia, soberanía nacional, contrato social.
Del érase una vez de los cuentos de la antigüedad al gerundio de la novela, el sujeto experimenta aquello que está siendo mientras lee, aquello que se presentifica según los términos de la representación artística. En el tiempo de la Revolución Cibernética la vivencia es radicalmente distinta. Ya que la realidad virtual no sustituye al libro tradicional, sustituye al mundo tradicional.
De modo que el sujeto cartesiano se vuelve obsoleto. Del uso del pasado en los cuentos primeros, al gerundio moderno, damos un salto al subjuntivo de la predictividad, al empleo de la posibilidad de la información, los datos. No la regulación (de la ley, las ficciones) sino la anticipación de lo que se computa. Ya lo escribió Ignacio Lewkowicz en su libro “Pensar sin Estado”, el tipo subjetivo que se destituye con el Estado-Nación es eso que somos –o éramos– ciudadanos. El acto ciudadano por excelencia es el acto de representación en el cual se delega los poderes soberanos en el Estado. La destitución del Estado como práctica dominante es una respuesta a la topología de la soberanía desintegrada.
Deberíamos considerar a Silicon Valley como centro del poder diseñando el ecosistema cultural de un espacio no euclidiano, sino paradójico, no habitado, sino navegado. El ciberespacio donde ningún espectador contempla, sino que, a través de un haz de luz desde una pantalla, opera.
La ficción nacional ha cesado de constituir el mito fundante. El ciudadano del siglo XX con conciencia social, política y jurídica responde a una práctica desplazada por otro teatro de la percepción: una conectividad digital corporativa. Esta mudanza de sensibilidad no es el resultado automático de la utilización de técnicas, sino que corresponde a un trastrocamiento epistémico y sensible de la época.
Los poderes hegemónicos no actúan en clave de Estado, los circuitos de las lógicas empresariales utilizan contenidos en el armado de sus industrias culturales bajo el signo de la rentabilidad. De modo que la investidura institucional no es atribuida en términos académicos o canónicos sino a través de una poderosa trama económica, política y comunicacional.
Por ello, hablar de recortes a la cultura es pensar todavía en una capacidad de un país determinado en asumir su soberanía financiando o desfinanciando hechos culturales. Sin embargo, el sintagma de recortes culturales es en sí mismo un error. Si el Estado-Nación y su poder representativo ha caído en ruina muy poco podrá limitar, cercenar o cortar, porque tampoco podrá aumentar.
Culmino así con unas palabras de Vilém Flusser: Nuestros nietos no tendrán nada público a privatizar ni privacidad a publicitar; tendrán solamente relaciones que religarán a unos con otros y que se realizarán bajo la forma de imágenes.
* Escritora.
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