‘Ficciones’ del General
El escritor da a entender en sus textos que el peronismo fue una fábrica de trampas y engaños para ingenuos. O, en sus propios términos, “una historia hecha de necedades y fábulas para consumo de patanes”.
Señalar que Borges era antiperonista es una obviedad que no pretendemos presentar como novedad, dado que son conocidos muchos de sus dichos con filosas ironías dedicadas al peronismo. Solo para citar un ejemplo, mencionemos el que recuerda Arturo Jauretche en su ensayo Los profetas del odio (1957). Ante la pregunta sobre cuál era el mejor libro de los últimos cincuenta años, Borges contestó irónicamente: “No tengo ninguna duda de que de hacerse esta encuesta antes de la Revolución de septiembre, todos habrían dicho que el libro de una señora ya fallecida, escrito por un español de apellido Penella”. Aclaramos que el cuentista argentino aludía en esa “humorada” al libro La razón de mi vida (1951), de Eva Perón, cuya autoría solía adjudicársela en verdad al periodista español Manuel Penella de Silva.
Por supuesto, nuestro propósito no es detenernos en los innumerables dichos irónicos antiperonistas del autor de Ficciones, sino abordar la manera en que su postura política se concretó en algunos de sus textos. Un primer escrito, al que solo aludiremos brevemente sin ahondar en él, es La fiesta del monstruo, un cuento escrito en 1947 en colaboración con Adolfo Bioy Casares bajo el seudónimo de H. Bustos Domecq. El texto tiene un matiz claramente caricaturesco y consiste en un relato efectuado por un narrador a una mujer sobre las distintas peripecias vividas en su trayecto hacia la Plaza de Mayo, donde finalmente escucharía las palabras del “Monstruo” (si bien no es mencionado con nombre y apellido, está implícito que se trata de Perón).
Nos parece más relevante examinar dos textos de distinto carácter (uno es un ensayo y el otro un cuento) que ponen de relieve una similar perspectiva adoptada por Borges ante el peronismo. El primero de esos textos es “L’illusion comique”, artículo aparecido en el número 237 de la revista Sur, número que marca uno de los más ríspidos cuestionamientos al peronismo realizados por una revista cultural. Si bien durante los años del gobierno peronista Sur había mantenido una actitud cautelosa, una vez derrocado este se hace presente con toda fuerza su antiperonismo en esa edición perteneciente a noviembre-diciembre de 1955; es decir, poco después del golpe de Estado de septiembre de ese año. Bajo el lema “Por la reconstrucción nacional”, dicho número de Sur no solo se dedica a censurar los “desmanes” que se habrían cometido durante la época peronista, sino que invitaba a una “reconstrucción” de la nación después de los años de la “tiranía”.
El título “L’illusion comique” alude a una obra teatral del mismo nombre, escrita por el dramaturgo francés Pierre Corneille en la que se aborda el tema del teatro dentro del teatro, por lo cual tiene una estructura compleja donde se multiplican las ilusiones y los equívocos. Del mismo modo, Borges trata de mostrar el carácter ilusorio que presentaría el peronismo, condición ficticia que lo que haría es ocultar otra realidad: “Durante años de oprobio y bobería, los métodos de la propaganda comercial y de la litérature pour concierges fueron aplicados al gobierno de la república. Hubo así dos historias: una, de índole criminal, hecha de cárceles, torturas, prostituciones, robos, muertes e incendios; otra, de carácter escénico, hecha de necedades y fábulas para consumo de patanes. Abordar el examen de la segunda, quizá no menos detestable que la primera, es el fin de esta página”.
Esta es la tesis que plantea y que desarrolla a lo largo del artículo, como por ejemplo cuando Borges se refiere a episodios que sucedieron en la última etapa del gobierno de Perón.
Recordemos que luego del 16 de junio de 1955, cuando se produjo un fallido intento de asesinar al entonces presidente, durante el cual aviones de la Marina de Guerra bombardearon la Plaza de Mayo, se sucedieron entonces una serie de acontecimientos. Entre ellos, la renuncia de Perón en agosto de 1955, no ante el Congreso, sino frente al presidente del Partido Justicialista, y una movilización en su apoyo al día siguiente.
El supuesto carácter ficticio de estos hechos es referido así por el cuentista argentino: “En un decurso de diez años las representaciones arreciaron abundantemente; con el tiempo fue creciendo el desdén por los prosaicos escrúpulos del realismo. En la mañana del 31 de agosto, el coronel, ya dictador, simuló renunciar a la presidencia, pero no elevó la renuncia al Congreso. (…) Nadie, ni siquiera el personal de las unidades básicas, ignoraba que el objeto de esa maniobra era obligar al pueblo a rogarle que retirara su renuncia (…). Antes que anocheciera, el dictador salió a un balcón de la Casa Rosada. Previsiblemente lo aclamaron; se olvidó de renunciar a su renuncia o tal vez no lo hizo porque todos sabían que lo haría y hubiera sido una pesadez insistir”.
El otro texto de Borges al cual queremos referirnos es el cuento El simulacro, incluido en El hacedor (1960), obra que reúne textos de variada naturaleza como relatos, ensayos y poemas (de hecho, en el “Epílogo” de la obra, el propio autor se refiere a los escritos incluidos en ella como una “desordenada silva de varia lección”). El simulacro es un relato muy breve, que comprende básicamente dos partes claramente diferenciadas. La primera de ellas está dedicada a narrar cierto hecho y la segunda, a formular reflexiones sobre lo relatado en la primera.
En cuanto a la primera parte, en ella se cuenta que, en julio de 1952, cuando fallece Eva Perón, un hombre enlutado monta en un pequeño pueblo del Chaco una especie de reproducción de su velatorio. Se relata que este hombre en un rancho “con la ayuda de unas vecinas, armó una tabla sobre dos caballetes y encima una caja de cartón con una muñeca de pelo rubio. Además, encendieron cuatro velas en candeleros altos y pusieron flores alrededor”. Montado de este modo el “simulacro” del velatorio, a él acuden mujeres, chicos y peones que “desfilaban ante la caja y repetían: ‘Mi sentido pésame, General’”. Ante ello, el hombre estrechaba la mano de los asistentes y contestaba: “Era el destino”.
En cuanto a las reflexiones que formula el narrador en la segunda parte, este se pregunta:“¿Qué suerte de hombre (…) ideó y ejecutó esa fúnebre farsa? (…) ¿Creía ser Perón al representar su doliente papel de viudo macabro?”. El narrador piensa que en verdad podría tratarse de una especie de representación dentro de otra representación, como ocurre en el segundo acto de Hamlet, de William Shakespeare, donde la compañía itinerante de actores representa un drama que es una recreación del asesinato del padre de Hamlet: “En ella está la cifra perfecta de una época irreal y es como el reflejo de un sueño o como aquel drama en el drama, que se ve en Hamlet. El enlutado no era Perón y la muñeca rubia no era la mujer Eva Duarte, pero tampoco Perón era Perón ni Eva era Eva sino desconocidos o anónimos (…) que figuraron, para el crédulo amor de los arrabales, una crasa mitología”.
Si se comparan ambos textos, puede verse tanto en “L’illusion comique” como en El simulacro un planteo similar formulado por Borges. Literariamente, el cuentista argentino da a entender que en realidad el peronismo fue una suerte de fabricante de fraudes, de trampas, de engaños, para una multitud de ingenuos y rústicos creyentes. O, en sus propios términos, “una historia, hecha de necedades y fábulas para consumo de patanes”, “una crasa mitología para el crédulo amor de los arrabales”.
*Licenciado en Letras (UBA), doctor en Ciencias Sociales (UBA). IG y X @carloscampora01.
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