Carlos Malamud, historiador

“España va a intentar revitalizar alel sistema iberoamericano”

En una entrevista con PERFIL, el investigador Carlos Malamud analiza la fragmentación política de Latinoamérica y la posibilidad de distancia respecto de las potencias globales, sobre todo frente al segundo mandato de Trump; la próxima Cumbre Iberoamericana y los problemas comunes que aún nadie se animó a tocar.

Foto: cedoc

Carlos Malamud es investigador principal del Real Instituto Elcano y catedrático emérito de Historia de América en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED). Miembro de la Academia Nacional de la Historia de Argentina, ha sido seleccionado como uno de los “50 intelectuales iberoamericanos más influyentes” según Esglobal. 

Ha sido Senior Associate Member (SAM) en el Saint Antony’s College, Universidad de Oxford (1992/93) e investigador visitante en la Universidad de los Andes (Cátedra Corona, 2003) y en el Instituto Di Tella. Entre 1996 y 2002 fue subdirector del Instituto Universitario Ortega y Gasset, y director de su programa de América Latina. 

Doctor en Historia de América por la Universidad Complutense de Madrid, comenzó su carrera académica investigando sobre la historia económica del período colonial de España y América Latina y luego se especializó en la historia política de América Latina de los siglos XIX y XX. 

Ha sido profesor en la Universidad Complutense de Madrid y el San Pablo CEU. Miembro del Consejo Asesor del Instituto de Cultura de la Fundación Mapfre. Actualmente combina su trabajo como historiador con el de analista político y de las relaciones internacionales de América Latina.

—En tus artículos señalas mucho la fragmentación política ideológica de la región como una de las características centrales, sumada al novedoso maltrato y cruce de insultos entre los presidentes de los últimos años, que ha traspasado todo tipo de líneas rojas a las que estábamos acostumbrados en la política internacional. Esto sin duda tiene impacto sobre las relaciones entre los países y afecta los encuentros, como pasó recientemente en la Cumbre Iberoamericana en Cuenca, Ecuador. En esta última cumbre no hubo ningún presidente latinoamericano y, además, no hubo declaración final. ¿Cómo evalúas la falta de entendimiento diplomático en la región y la evolución de las cumbres iberoamericanas? ¿Qué alternativas ves a esta falta de compromiso de los países con estos espacios?

—La fragmentación, la situación tan tensa entre los propios presidentes, se vive con mucha preocupación. Preocupación que se agrava en un mundo incierto, frente a un futuro que hace muy difícil situarse en medio de la pugna entre EE.UU. y China, que es la que va a marcar las próximas décadas a nivel global. Esa fragmentación y falta de coordinación hace complicado apostar por lo que en Europa se llama la autonomía estratégica. Es decir, intentar tomar cierta distancia respecto de las grandes potencias globales. Y esa necesidad de tomar distancia se vuelve todavía más necesaria a partir del segundo mandato de Donald Trump. La buena noticia en medio de todo esto, en Montevideo, es que finalmente la Unión Europea y el Mercosur cerraron el acuerdo técnico de unas negociaciones que se extendieron por más de veinte años. De alguna manera, este acuerdo refleja la mutua necesidad de aproximarse, más allá de las duras resistencias que todavía existen y seguirán existiendo.

—Volviendo a lo iberoamericano particularmente, ¿cómo estás viendo la posibilidad de que no se pierda ese espacio tan importante? Más que nada, por el sabor a poco que dejó esta última cumbre… ¿Cómo ves que se puede resetear?

—Coincido con vos en que el espacio iberoamericano es muy importante. De alguna manera, todos los países latinoamericanos, con independencia de su color político y de su mayor proximidad o distancia respecto a España, e incluso a Portugal, lo tienen claro. Una de las ventajas de las cumbres iberoamericanas y de su sistema, desde su fundación en 1991 –la primera fue en Guadalajara, México–, es que han funcionado sin exclusiones de ningún tipo. Y esto se reconoce. También se debe apuntar que nadie ha querido salir del sistema. Eso implica que, más allá de que las cumbres en general hayan perdido ritmo y sustancia, hay puntos positivos. Pero esta pérdida señalada no ocurre solamente con las cumbres iberoamericanas, sino con todas las cumbres. Cuando se crearon las cumbres iberoamericanas, los espacios globales de este tipo eran muy limitados. Hoy tenemos cumbres de todo tipo. Entonces, obviamente, hay que encontrar unas líneas maestras que permitan, como decías, resetear todo esto.

—¿Por dónde crees que podría venir la recuperación del espacio iberoamericano?

—Lo positivo es que la próxima Cumbre Iberoamericana, que se va a celebrar el año próximo, será en España. Más allá de esa menor presencia en América Latina, que recién apuntabas, España tiene todavía un poder de convocatoria importante. Está claro que la secretaría pro tempore española va a hacer un gran esfuerzo precisamente para lograr aggiornar, modernizar y revitalizar todo el sistema iberoamericano. Es decir, aquí de lo que se trata es de “latinoamericanizar” todavía más el sistema, haciendo partícipes y responsables a los países de América Latina, buscando una agenda que sea de interés y de importancia para todas las partes. Durante mucho tiempo, aquellos problemas que podían sonar como conflictivos eran apartados de la agenda precisamente para evitar un deterioro mayor del sistema. Creo que algunas de esas cuestiones conflictivas deben ser puestas hoy sobre la mesa. Pienso, por ejemplo, en el crimen organizado, el narcotráfico, los mercados ilegales, que tradicionalmente han estado al margen de lo iberoamericano, pero que deben formar parte porque son problemas en común a ambas orillas del Atlántico. Esto implica que, desde España, Portugal o Andorra, se empiece a pensar cada vez más que América Latina no es solo el origen de muchos problemas globales sino, sobre todo, la posibilidad de encontrar respuestas para esos mismos problemas.

—Escribiste sobre los interrogantes que plantea la segunda temporada de Trump y te preguntabas qué pasará con la Alianza de la Prosperidad Económica de las Américas, que había lanzado Biden, y que podía ser un espacio en el cual se reforzaran las relaciones económicas. Además, te preguntabas por la Cumbre de las Américas de 2025, ya que de la última Trump no había participado. Por otro lado, en marzo de 2025 hay elecciones de secretario general de la Organización de Estados Americanos: ¿cómo estás viendo todo esto?

—El panorama es complicado, obviamente. Y es complicado, entre otras cuestiones, porque lo que ha mostrado la primera administración de Trump es un escaso interés por América Latina, salvo por algunas cuestiones específicas. En primer lugar: México, con toda una larga agenda centrada en migraciones, por un lado, en narcotráfico, léase fentanilo, por el otro. Más un tema añadido que es la renegociación en 2026 del Tratado México-EE.UU., Canadá, que ya Trump ha puesto en la lupa. Lo que él espera es entrar en una negociación muy transaccional, que es un poco su estilo, pero obviamente las amenazas están ahí. México las está viviendo con preocupación, Canadá también. A esto se suma el hecho de la identidad del nuevo secretario de Estado, Marco Rubio, que ha tenido una agenda muy próxima a América Latina, lo que es importante. Marco Rubio conoce América Latina, sabe de qué va la región, pero al mismo tiempo con unas propuestas muy duras relacionadas con los tres mayores autoritarismos regionales, como son Nicaragua, Cuba y Venezuela. Esto plantea el interrogante de cómo van a ser las relaciones de EE.UU. con estos tres países: ¿se va a incrementar el rigor y la línea dura?, ¿se abrirán vías de negociación? Lo que está claro, como se puede ver en las primeras negociaciones con Venezuela, es que los valores y la democracia se van a subordinar a los intereses económicos y geopolíticos de Estados Unidos.

—Volvió a aparecer un revisionismo histórico en torno a la relación entre España y América Latina. El caso más resonante fue el de la asunción de Claudia Sheinbaum, que no invitó al rey de España, y entonces España no envió representación oficial de ningún nivel. ¿Cómo ves esta relectura que se hace de la historia, que también termina afectando la integración?

—Es una relectura del pasado que surge de diversos frentes. Por un lado, en España una de las consecuencias directas del llamado procés (el independentismo catalán, que en 2017 convocó un referéndum) fue la sobreestimulación del nacionalismo español. El centralismo español que, a partir de determinados autores como María Elvira Roca Barea, pero también un argentino, Marcelo Gullo, han puesto en boga una especie de negacionismo de la leyenda negra. La leyenda negra es vista como una gran afrenta al pasado español y a los aportes de la conquista. Incluso la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, afirma que España no solamente llevó a América la cultura y la religión, sino también la libertad. Del otro lado, también, y no solamente en América Latina, sino especialmente a partir del mundo académico de EE.UU., resurgió todo el tema del poscolonialismo. Esto está también muy en boga y es lo que explica, de alguna manera, el poner la luz sobre los excesos cometidos durante la conquista. Entonces, aquí nos enfrentamos a una doble aproximación. Cada uno ve la realidad en términos de blanco y negro. Por un lado, todo lo positivo que supuso la colonización española. Por otro lado, todo lo negativo que supuso esta conquista. Cuando, en realidad, lo que nos muestra la historia de la humanidad es que conquistas ha habido desde el mismo momento que el hombre pisó la Tierra. Y, a partir de ahí, la historia humana se construye con cruces de civilizaciones y sociedades, generando mestizajes múltiples.

*Director de la consultora Sistémica.