El Schlinder boliviano que nunca fue reconocido
Moritz Hochschild rescató más vidas durante el nazismo que el empresario protagonista de la película de Spielberg. Dos periodistas bolivianos reconstruyeron su historia.
Fue uno de los denostados “barones del estaño”, multimillonario y con mucho poder en las décadas del 20 y 30 en América del Sur. La ola nacionalista lo eligió como uno de sus “enemigos perfectos”, fue arrestado, condenado a muerte, secuestrado, expropiado y, finalmente, en 1944, se fue para nunca más volver. En 1999 se encontraron documentos que mostraron que Moritz Hochschild había salvado a miles de judíos del Holocausto, que era un verdadero “Schindler de Bolivia”. Pero ni siquiera eso sirvió para que la historia oficial boliviana lo redimiera.
Oskar Schindler tuvo su película en 1993 y su figura fue rescatada para siempre. El empresario alemán estaba afiliado al partido nazi pero salvó de la muerte a un millar de judíos empleándolos en sus fábricas. Posiblemente Steven Spielberg lo eligió como sujeto de su arte porque es un personaje complicado, nunca se sabrá muy bien por qué hizo lo que hizo, a diferencia de muchísimos otros salvadores que arriesgaron sus vidas por ideología antinazi, por convicción religiosa cristiana o simplemente por tener el corazón puesto en el lugar correcto.
Con Hochschild tampoco se sabe bien qué lo movió a salvar más vidas que Schindler (entre 9 mil y 20 mil según distintas estimaciones). Moritz, un judío alemán nacido en 1881, había llegado a América del Sur para probar suerte con la industria familiar, la minería, primero en Chile y luego en Bolivia, donde logró hacerse multimillonario gracias al estaño. Rico y poderoso, aprovechó sus influencias sobre la cúpula del gobierno militar de Germán Busch para que Bolivia abriera sus puertas a los refugiados que escapaban de la persecución de los esbirros nazis, a contramano del resto del continente, que miraba para otro lado.
Pero luego, tras el suicidio de Busch en agosto de 1939, cayó en desgracia: fue arrestado y condenado a muerte dos veces, no lo ejecutaron pero fue hecho prisionero por un grupo de secuestradores. Lo peor de todo fue que los nacionalistas y los reformistas lo convirtieron –junto a los otros dos “barones del estaño”, Simón Patiño y Carlos Aramayo– en enemigo número uno del pueblo (en gran parte con razón, ya que eran conocidas sus prácticas de explotación de minas y mineros).
Finalmente, cuando ya se había marchado para nunca más volver, la revolución de 1952 expropió su compañía. Moritz, o Don Mauricio, como lo conocían en su época de esplendor en Bolivia, siguió haciendo negocios en otros países y murió en París en 1965. A esa altura seguía siendo uno de los “enemigos perfectamente malvados” de los gobiernos de La Paz, explican los periodistas bolivianos Raúl Peñaranda y Robert Brockmann, autores de Escape a los Andes, un libro “definitivo” sobre la historia de Hochschild y de su red de rescate de judíos perseguidos por el Tercer Reich.
“La historia oficial boliviana está realmente osificada”, en especial porque la revolución de 1952 “partió a cuchillo la historia bajo el impulso de su esfuerzo por ‘construir la nación’”, apuntó Brockmann, citado en un artículo del portal IsraelEconomico.com. Ese esfuerzo, agregó, incluyó la “necesidad” de demonizar a los “barones del estaño”, incluido Hochschild.
Según el autor, “desde 1952 hasta la fecha, todo escolar boliviano ha ‘mamado’ de esa historia: los ‘grandes culpables’ del atraso y la pobreza bolivianos”, quedó marcado a fuego, “fueron esos tres personajes y no hay a la vista ningún atisbo de que esta visión vaya a cambiar”.
Conversando con PERFIL, Brockmann descartó que eso vaya a cambiar pronto, incluso después de quedar en claro que el “malvado” Hochschild no lo era tanto. O no lo era del todo. ¿Dejarán los escolares bolivianos de “mamar” esa versión? “La educación boliviana está profundamente ideologizada en una dirección completamente diferente y ajena –afirma el periodista–. Hoy mismo hay un conflicto público sobre la malla curricular educativa boliviana, que es, por decir lo menos, discutible”. Según Brockmann, “toda la investigación historiográfica independiente de las últimas décadas, o que desmiente o precisa la ‘historia oficial’, es completamente ignorada, si es que no atacada, por el Estado”.
—Teniendo en cuenta que Hochschild también intentó sin suerte una “ruta argentina” para traer a los judíos que sacaba de Europa, y que luego vivió en Chile, donde –se afirma– se refugiaron también muchos jerarcas nazis, ¿cómo encararon ustedes el extraño rompecabezas de la relación de los países de América del Sur con el Holocausto?
—Por una parte, a los sudamericanos nos gusta exagerar la presencia nazi en nuestros países en la posguerra. Por morbo, queremos, nos gusta que haya habido nazis. Nos da un aire de importancia, de presencia en el mundo, aunque solo hayamos sido un escenario muy secundario. Hay una cierta fascinación sobre ese tema. Pero, por otra parte, los nazis que llegaron fueron de segunda y tercera importancia, con muy contadas excepciones. La mayoría eran notorios criminales, comisarios, prófugos, verdugos, seres despreciables. Otros, simples veteranos de guerra.
Como decimos en el libro, es una triste paradoja que se conozca más a Bolivia por haber sido el refugio de Klaus Barbie, un comisario en una ciudad ocupada de Francia que entregó a decenas de niños y jóvenes a los campos de exterminio y ejecutó al líder de la resistencia francesa, Jean Moulin, que por haber sido el escenario desde el que se salvó la vida de, posiblemente, 20 mil refugiados judíos.
Hochschild no tuvo que cruzarse en Bolivia con prófugos nazis, porque abandonó el país en 1944, antes del fin de la guerra. Pero sus refugiados sí, y sus relatos son escalofriantes.
*Ex corresponsal en Israel y Washington.
De principios, pero desdeñoso
Entre sus notables aventuras, hay una que lo pinta como un hombre de principios. Antes de la guerra, estando en París, el pretencioso ministro alemán de Relaciones Exteriores, Joachim von Ribbentrop, pidió una audiencia con Hochschild para ofrecerle el precio que él estimara conveniente por el estaño que vendía, si es que dejaba de ofrecérselo a Gran Bretaña y Estados Unidos. El empresario rechazó de plano esa posibilidad.
También podía mostrarse desdeñoso. El para entonces expresidente boliviano Hernando Siles, que había salido al exilio a Chile, estaba en una situación económica muy precaria. Pidió cita con Hochschild y lo fue a buscar a su oficina de Valparaíso, llevando consigo a su hijo mayor, Luis Adolfo, aún niño. Esperó largo rato que se dignara a recibirlo, y al ingresar por fin al despacho el magnate minero ni siquiera les ofreció asiento y con desdén rechazó ofrecerle ayuda alguna.
El general Carlos Quintanilla –expresidente que había sucedido a Busch–, también en el exilio, fue a verlo a Buenos Aires para pedirle su ayuda, pero el empresario descartó siquiera entablar con él cualquier conversación.
Fragmento de Escape a los Andes. La historia de Mauricio Hochschild, el Schindler de Bolivia.
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