Mientras Argentina apuesta al atraso cambiario, el mundo se complica
Como si estuviera sincronizado por los críticos del programa económico de Milei, Argentina reduce su tasa de devaluación mensual (del 2% al 1%) justo en el momento que Trump comienza a complicar el escenario mundial con su guerra arancelaria. Aunque no se sabe en qué terminarán las bravuconadas de Trump, es seguro que el esquema macro argentino, que ya estaba mostrando fatiga antes, se muestre completamente descolocado.
Los efectos que podemos esperar de los aranceles y las políticas migratorias de Trump son múltiples, pero hay dos que son particularmente relevantes para nosotros: la inflación que pueda tener Estados Unidos y la apreciación del dólar en el mundo. Si los efectos esperados se producen, solo quizá compensados con una baja del costo de la energía, la aceleración de precios en Estados Unidos seguramente conducirá a una suba en la tasa de interés que, sumada a la volatilidad e incertidumbre, generará un fortalecimiento del dólar a nivel mundial, un reflujo de capitales y una caída de los precios internacionales, tanto por una menor demanda como por una menor especulación.
Si nuestro país, que ya tiene serios problemas de sobrevaluación cambiaria, continúa atando su moneda a un dólar que sube mientras sus socios comerciales devalúan, sufrirá todavía más. La caída de los precios internacionales de las commodities y de la energía, si Trump avanza con su agenda, terminaría de armar un combo que es muy preocupante para el sector externo argentino.
Es un punto de consenso bastante claro entre economistas que alguna flexibilidad del tipo de cambio y la acumulación de reservas internacionales –sumadas a regulaciones macro prudenciales– son fundamentales para sostener la estabilidad de una economía y proteger su crecimiento. El esquema actual es justamente el contrario: sostener un tipo de cambio crecientemente atrasado y no acumular reservas –blend e intervenciones directas– para controlar las brechas que expresan que hay un problema con el valor del dólar.
A la incompatibilidad externa con el momento actual de la economía mundial, debemos agregar su incompatibilidad con los rasgos estructurales de la economía argentina, donde el atraso cambiario se profundiza con la reducción del crawling peg.
Que existe atraso cambiario ya nadie lo niega. Las evidencias son múltiples y sus efectos están cada vez más claros: la cuenta corriente se volvió negativa hace meses, los flujos netos de comercio fronterizo y turismo se invirtieron respecto a 2023. A tal punto que el tipo de cambio real se encuentra a niveles solo marginalmente superiores a los de fines de los noventa, incluso con menor productividad relativa.
Ello implica que el proceso de crecimiento tiene un lastre importante sobre la competitividad de las empresas argentinas. Lo importado se abarata y sustituye lo doméstico (más con la política de apertura comercial buscada), lo exportable se encarece, las inversiones domésticas y extranjeras se demoran, el empleo crece muy lentamente, el Gobierno pisa los salarios para intentar compensar deprimiendo el mercado interno.
Ahora bien, a ciertas actividades el atraso las afecta más que a otras. Mientras el agro, la energía y la minería pueden soportarlo de mejor manera (dependiendo de precios internacionales y retenciones), las actividades no vinculadas a recursos naturales no tienen esa posibilidad y tienen mayor peso en la estructura: comercio, construcción e industria –principales empleadores en las ciudades– están muy golpeados.
¿Por qué el Gobierno continúa atrasando el dólar aun a costa de perder reservas con las consecuencias que puede tener? Porque sacrifica todo buscando forzar una desinflación como herramienta electoral. Lamentablemente, en un escenario de mayor volatilidad externa y creciente apreciación, eso implica demandar mayores sacrificios a la estructura productiva y laboral e incrementar los costos de salida del cepo. Un esquema crecientemente inconsistente. Más si promete una salida luego de las elecciones.
Pero esto no es solo una opinión de los economistas. Es el hilo que explica la agenda improvisada y a las apuradas del Gobierno en las últimas semanas. Por un lado, el lanzamiento del esquema de promoción temporal de exportación agropecuaria (muy similar al “dólar soja” de Massa) para intentar garantizar que las exportadoras aceleren la liquidación. Por el otro, el apuro en cerrar un acuerdo con el FMI por nueva deuda.
Si el esquema fuera sólido y no hubiera problemas para acumular reservas, ¿para qué incrementar el endeudamiento y perder recaudación? Los ruidos son cada vez mayores y el Gobierno los amplifica profundizando una agenda equivocada: reduce la tasa de devaluación mensual, no quita el blend y sostiene el esquema en base al endeudamiento privado en dólares provenientes del blanqueo.
En definitiva, toda la política económica está condicionada a la búsqueda de un resultado electoral. No faltan ejemplos en Argentina sobre el costo que eso trae. La fragilidad de la economía argentina es muy grande y acumular crecientes desequilibrios externos en base al endeudamiento es lo contrario de lo que se necesita. El Gobierno no parece darse cuenta.
*Economista, investigador del Conicet y miembro del Grupo Paternal.
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