La cuarta experiencia histórica del neoliberalismo financiero
Argentina transita por un período de exaltación en el mercado financiero por el rally en los precios de bonos y acciones de los últimos meses. Desvinculado de la economía real y la malaria socioeconómica, este sector registra ganancias extraordinarias por un modelo económico dispuesto para valorizar el capital en dólares a corto plazo. Javier Milei y Luis Caputo creen haber descubierto un método infalible para generar una narrativa de éxito, favorecer a su base de sustentación y, a su vez, comprar tiempo. Sin embargo, el programa de Gobierno tiene bases endebles y depende crucialmente de la confianza del mercado, que es siempre una variable gelatinosa.
La devaluación inicial del peso fue de una magnitud excesiva. Eso aceleró dramáticamente la dinámica de precios, hasta alcanzar un 51% de inflación en el primer cuatrimestre de este año. A partir de entonces, Caputo implementó un programa más pragmático que se alejó de los dogmas del paradigma “liberal libertario”. Aplicó un ajuste tradicional puro y duro. Se centró en una contracción fiscal y monetaria muy severa, tanto ajustando el gasto como haciendo uso de la “licuadora” sobre las partidas presupuestarias. Mantuvo cepos y todo tipo de intervenciones para generar un ancla cambiaria. De su fracaso previo en 2018 Caputo al menos comprendió que “las fuerzas del mercado” se lo pueden llevar puesto si abre de par en par la economía. Por esto, planchar ficticiamente al dólar hoy sigue siendo el eje de su política anti inflacionaria.
¿Cómo funciona el “carry trade” que hoy es la columna vertebral del modelo macro? Se diseña un esquema basado en garantizar una tasa de interés en pesos por encima de la tasa de devaluación. De esa forma, se alinean los incentivos para que los grandes jugadores del “mercado” se posicionen en activos en pesos, a sabiendas de que su inversión va a crecer valuada en dólares. ¿Qué permite que los “pedaleros” nunca pierdan? El virtual seguro que garantiza el Banco Central a través de la fijación del tipo de cambio. Un simple cálculo matemático marca que la ganancia financiera por la bicicleta acumula 41,6% en el año. Son rentabilidades que no se obtienen en ningún país del mundo en tan corto período de tiempo. Constituye, por tanto, un caramelo muy tentador para los grandes jugadores del mercado, que conocen muy bien este mecanismo y siempre cuentan con información privilegiada para salir más rápido, en caso de eventuales turbulencias. Tal es la sofisticación del dispositivo de valorización financiera, que en los últimos meses empezó a tener lugar el mecanismo que se conoce como “carry exportador”. Se conoce de esta forma al cambio de temporalidad en el comercio exterior con el propósito de aprovechar el diferencial entre tasa de interés y ritmo de devaluación. Así, los exportadores anticipan sus operaciones futuras de ventas fronteras afuera, cambian esos dólares por pesos y ponen “a trabajar” esa liquidez a tasa de interés. Claro que los importadores también se suben a esta bicicleta. En ese caso se retrasan lo más posible los pagos al exterior, mientras se valorizan los pesos montados sobre la tasa de interés. En el corto plazo ambos efectos son positivos para la posición de reservas: se anticipa el ingreso de dólares y se retrasan las erogaciones. Claro que es solo pan para hoy y hambre para mañana. Cuando la bicicleta empieza a mostrar las primeras señales de desgaste, este flujo se da vuelta y corre a presionar sobre la posición de reservas internacionales del Banco Central.
Los riesgos del esquema de valorización financiera son múltiples. Al igual que un esquema Ponzi, su sostenibilidad depende de la confianza en el funcionamiento del sistema. Cuando todo va para arriba y las ganancias no dejan de crecer, cada vez más participantes se acercan. A medida que el jugo del modelo se va exprimiendo, el margen de rentabilidad se acota. Los últimos que ingresan solo terminan pagando cara la salida de los ganadores. Mientras el financiamiento de capital está presente cubriendo ese bache, las señales de alarma no se encienden y la fiesta continúa. Pero las experiencias previas en los otros tres ciclos liberales marcan que el flujo de dólares “golondrina” no es infinito. Conforme los grandes fondos de inversión internacionales comienzan a desarrollar un proceso de toma de ganancia, las piezas caen como un dominó: el riesgo país rebota, la tasa de interés vuelve a aumentar y resurgen las presiones devaluatorias.
En el plano productivo, los resultados son aún más aciagos. La actividad económica sufre las consecuencias de un modelo de ajuste brutal, sin ningún tipo de contemplación sobre la salud de las empresas ni el empleo local. El PBI, como medida sintética del ingreso nacional, va a caer más de 3% este año. Esto se da a pesar del agro, que crece en contraste a un año de sequía dramática por mero rebote estadístico. Neteando este efecto, el PBI caería más de 6% en 2024. Una recesión de magnitud no muy lejana al desastre de la pandemia o la crisis del 2001. En el detalle, todos los sectores mano obra intensivos presentan resultados peores al promedio. La industria y la construcción marcan los peores registros, con mermas que superan los dos dígitos. El comercio interno tampoco se destaca, con salarios famélicos y cada vez más competencia importadora. Cuesta ver cuáles serán los motores de la recuperación de cara al 2025. La economía argentina es muy dependiente del consumo privado, sobre el cual no se espera una recuperación firme dada la continuidad del programa de austeridad.
Para que Argentina crezca con bases sólidas se necesita un programa radicalmente opuesto al que propone Milei. Un modelo que ponga el foco en el mercado interno, fortalezca ingresos y promueva una mejor distribución del ingreso. Con los mismos artífices que ya chocaron la economía hace solo cinco años es difícil que se puedan encontrar soluciones superadoras.
*Director de la carrera de Economía y de la especialización en Estructura Económica Argentina de la Universidad Nacional de Avellaneda.
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