Recorrido educativo

Reconocer la diversidad

. Foto: CEDOC PERFIL

En educación nunca empezamos de cero cuando pensamos en las estrategias de enseñanza que usaremos, en nuestro rol y el del estudiantado dentro del aula, o en el lugar del conocimiento que construiremos con ellos y ellas. Por eso, nos parece importante identificar modelos, enfoques y abordajes teóricos que se focalizan en reconocer la diversidad de los estudiantes que conforman las aulas. Si bien no nos proponemos hacer un recorrido exhaustivo, seleccionamos algunos hitos importantes con los que trazaremos una breve historia.

En el siglo XIX, Juan Enrique Pestalozzi centró su enfoque en el estudiante, señalando que los maestros tenían que adaptar sus métodos de enseñanza a las necesidades individuales de cada uno de ellos. Por su parte, Eduardo Claparède, educador suizo-francés, sostenía que la enseñanza tenía que relacionarse con los intereses de los estudiantes.

Entre fines del siglo XIX y principios del XX, en el marco de la Escuela Nueva, pedagogos como Célestin Freinet y María Montessori abogaban por una educación que reconociera las diferencias individuales, respetara tiempos e intereses diferentes y promoviera la participación activa de los estudiantes y el diseño de entornos de aprendizaje flexibles.

Más entrado el mismo siglo XX, los aportes acerca de la pedagogía diferenciada del sociólogo y profesor de la Universidad de Ginebra Philippe Perrenoud se centran en reconocer la importancia del entorno social y cultural en la construcción del conocimiento, la autonomía y responsabilidad del estudiante sobre su proceso de aprendizaje y la adaptación de la enseñanza a las necesidades de los alumnos. Diferenciar la enseñanza desde esta perspectiva consiste en una manera de “actuar de modo que cada alumno se encuentre, lo más frecuentemente que se pueda, en situaciones de aprendizaje productivas para él.

Por su parte, el investigador francés Philippe Meirieu señala que no se trata de democratizar el acceso a la escuela: hay que democratizar el éxito, gestionando la heterogeneidad de las clases. Por eso el autor señala: “La pedagogía diferenciada [...] es la expresión de la voluntad de hacer con el alumno concreto, tal como lo encontramos, fruto de una historia intelectual, psicológica y social, una historia que no puede abolirse por decreto”.

Y el pedagogo español José Gimeno Sacristán expresa: “Todo lo que pueda hacerse por romper la uniformidad de las fuentes de información, por introducir ritmos de aprendizaje diferenciados, atención y recursos distribuidos entre alumnos según sus desiguales necesidades, por variar el monolítico esquema del horario escolar que esclerotiza los procesos de enseñanza-aprendizaje, por desbordar los espacios de aprendizaje, por disponer tareas distintas en las que se pueda trabajar al mismo tiempo con alumnos, por admitir estilos de aprendizaje diferenciados, serán recursos para que, sin renunciar a un proyecto de cultura común compartida desde la radical singularidad de cada uno, pueda hablarse de una escuela estimuladora de la autonomía y de la libertad, que es en la que puede acrisolarse la idiosincrasia personal creadora”. 

Recuperando aportes de Latinoamérica, reconocemos las ideas de Paulo Freire, que inspiraron la educación popular promoviendo la participación activa de los estudiantes en el proceso de aprendizaje y la adaptación de la enseñanza a sus contextos específicos. Estas ideas fueron de extrema relevancia para organizaciones y movimientos sociales a fin de abordar las desigualdades educativas y promover la participación activa de las comunidades. La diversidad étnica y cultural en América Latina requiere enfoques pedagógicos que consideren las particularidades de cada grupo social y sus contextos, así como el reconocimiento de los distintos modos de aprender, ritmos de aprendizaje e intereses individuales, entre otros.

Más recientemente, el educador argentino Axel Rivas se pregunta cuál es el camino de las pedagogías diferenciadas, y responde: “Es un camino gradualista que busca adaptaciones constantes ante las condiciones de viabilidad que encuentra en el recorrido”.

En el campo de la psicología, encontramos los aportes de Howard Gardner (1993) y su trabajo sobre los modos de ser inteligentes, y los desarrollos de Sternberg sobre los tipos de inteligencia. Ambos especialistas brindan evidencias concretas acerca de un hecho fundamental: somos inteligentes de diferente manera. La inteligencia no es un atributo estable y fijo, sino que se trata de una habilidad que cambia y se desarrolla. Estos aportes han contribuido de manera decisiva para diversificar las propuestas de enseñanza. (…)

El Diccionario de la Real Academia Española define la palabra “diversificar” como “convertir en múltiple y diverso lo que era uniforme y único”. Esta definición interpela directamente nuestras prácticas docentes respecto del hacer concreto y cotidiano de la clase. ¿Cómo convertir en múltiples las propuestas que diseñamos para nuestro estudiantado? ¿Qué diversidades ofrecer atendiendo a sus intereses, ritmos de aprendizaje y conocimientos previos? ¿Qué formatos adoptar para estructurar consignas y propuestas? No resulta sencillo diseñar la enseñanza diversificada cuando nuestra propia escolaridad consistió mayormente en un camino uniforme y único.

En los orígenes de nuestros sistemas educativos, la diversidad se percibía como un problema u obstáculo a superar. La concepción predominante sostenía que la función principal de la escuela era homogeneizar a la población. La diversidad se percibía como un obstáculo para el desarrollo normal de la actividad en las aulas, algo para lo que existían dos soluciones: la normalización o la segregación. En la base de ambas alternativas subyace el criterio de homogeneidad.

*Autoras de Abrazar la diversidad en el aula, Paidós (Fragmento).