Creencias tóxicas

Neuroparásitos

. Foto: CEDOC PERFIL

No son pocas las ocasiones en que el cine transmite, de manera más efectiva que cualquier otro formato, descubrimientos de enorme importancia filosófica y social. La película Inception, protagonizada por Leonardo DiCaprio, ofrece por lejos la mejor introducción al tema que trata este breve libro, y bien podría considerarse el marco teórico perfecto, para la tesis aquí presentada. Al inicio, el personaje principal, Dominick Cobb (DiCaprio), formula la siguiente reflexión: “¿Cuál es el parásito más resistente? ¿Bacterias? ¿Un virus? ¿Un gusano intestinal? Una idea. Resiliente..., altamente contagiosa. Una vez que una idea se ha apoderado del cerebro, es casi imposible erradicarla”. Esta afirmación del filme dirigido por Christopher Nolan tiene mucho más de realidad que de ciencia ficción. En su libro The Parasitic Mind, el biólogo Gad Saad, que aplicó las lecciones de la psicología evolutiva al marketing, explicó que Occidente está sufriendo una pandemia que impide a quienes se encuentran afectados pensar racionalmente. Éste no es el resultado de la propagación de una bacteria o virus, sino de “ideas patógenas” difundidas por universidades, políticos, medios de comunicación, el arte y la cultura, lo que trae consecuencias devastadoras. Estos patógenos, añade Saad, vienen fundamentalmente de los círculos académicos de izquierda. La descripción de estas ideas que se enquistan en la mente humana coincide a la perfección con la conclusión del personaje de DiCaprio. Saad compara su poder infeccioso con el parásito de la malaria presente en los mosquitos.

Los parásitos de la mente, dice, están compuestos por “patrones de pensamiento, sistemas de creencias y actitudes que impiden pensar con claridad y precisión”. Una vez que estos toman control de nuestros circuitos neuronales, las personas perdemos la capacidad de razonar. Porque los “neuroparásitos” determinan la conducta del huésped de diferentes maneras. Por supuesto que también existen parásitos naturales, que se alojan en el cerebro con resultados horribles: hay una especie de avispa que ensarta a arañas más grandes para convertirlas en zombis y luego pone sus huevos dentro de ellas para que, cuando estos eclosionen, las crías se coman a las arañas. Si bien las ideas no generan ese efecto orgánico inmediato, ciertamente pueden llevar a serios problemas de salud mental, a desquiciamiento, suicidio e incluso el colapso de civilizaciones completas, como muestran claramente los casos del comunismo y del nazismo. Pero no es necesario llegar a ese extremo para ver los efectos perversos de los neuroparásitos. Un artículo publicado en The Economist en abril de 2024 reportaba que la gente de izquierda (liberals) era “más triste que los conservadores”. Y añadía: “Éste es un síntoma global de diferencia política, pero es particularmente fuerte en Estados Unidos. Independientemente del grupo de edad o del sexo, los progresistas también tienen muchas más probabilidades que los conservadores de informar haber sido diagnosticados con una enfermedad mental”. 

La razón, explicaba el semanario británico, es posiblemente el hecho de que las ideas de izquierda progresista generan enfermedades mentales. Mientras la gente de izquierda tiende a cargarse con ideas negativas del mundo, que llevan a odiar a su propio país o a sí mismos, como ocurre en Estados Unidos con la obsesión de la izquierda por denunciar racismo sistémico, según The Economist “los conservadores tienden a ser más sanos, más patrióticos y más religiosos, y afirman haber encontrado mayores niveles de significado en sus vidas. Estas características se correlacionan con la felicidad”. No puede sorprendernos que una ideología que promueve el odio, la culpa, la destrucción de la familia, el determinismo sociológico, la demolición de las tradiciones, el irracionalismo científico y que desprecia toda forma de espiritualidad, especialmente de origen religiosa, introduzca parásitos mentales que depriman a sus portadores. Pero el problema es mayor, porque este tipo de parásitos, como hemos dicho a propósito de Inception, es altamente contagioso y tiene la capacidad de destruir por completo el orden social. El biólogo Richard Dawkins explicó esto en su libro The Selfish Gene, al introducir el concepto de “meme”. Según Dawkins, “así como los genes se propagan de un cuerpo a otro a través de espermatozoides u óvulos, los memes se propagan en el acervo de memes saltando de un cerebro a otro mediante un proceso que, en sentido amplio, puede denominarse imitación”. El mismo autor explicó que las ideas tienen ese efecto infeccioso y describió a la perfección el proceso mediante el cual terminan convirtiéndose en el motor de cambio cultural.

*Autor de Parásitos mentales, editorial Ariel (Fragmento).