Los dueños del futuro
Tecnológicos y la inteligencia artificial.
La inteligencia artificial (IA) ya está aquí con nosotros, pero no como habíamos imaginado. Es la columna vertebral de nuestros sistemas financieros, del sistema eléctrico y de la cadena de suministros del comercio minorista. Es la infraestructura invisible que dirige el tráfico, que encuentra el sentido a las palabras que digitamos mal y que determina lo que debemos comprar, mirar, escuchar y leer. Es la tecnología sobre la cual se construye nuestro futuro, pues tiene que ver con todos los aspectos de nuestra vida: la salud y la medicina, la vivienda, la agricultura, el transporte, los deportes e, incluso, el amor, el sexo y la muerte.
La IA no es tan solo una tendencia tecnológica, una palabra de moda o una distracción temporal: es, más bien, la tercera era de la computación. Estamos pasando por una transformación significativa, muy similar a la que vivió la generación de la Revolución Industrial. En un comienzo, nadie reconocía la transición en curso, pues los cambios iban ocurriendo de manera gradual en la vida de las personas. Al final, el mundo era diferente: Gran Bretaña y Estados Unidos se habían convertido en las potencias dominantes del mundo, con el suficiente capital industrial, militar y político para cambiar el rumbo de la historia en el siguiente siglo.
Abundan los debates sobre la IA y su impacto en el futuro. Todos conocemos los argumentos tradicionales: que los robots nos van a robar los empleos, que los robots van a destruir la economía, que los robots van a terminar matando a los seres humanos. Si se sustituye la palabra robots por máquinas, vemos que se trata de los mismos debates de hace doscientos años. Es natural pensar en el impacto que tendrá la nueva tecnología en el empleo y en nuestra capacidad para obtener ingresos, pues, en efecto, muchas industrias se han visto afectadas. Es comprensible que al pensar en la IA evoquemos la imagen de HAL 9000 en la película 2001: Odisea del espacio, de WOPR en Juegos de guerra, de Skynet en The Terminator, de Robotina en Los Supersónicos, de Dolores en Westworld o la de cualquiera de los cientos de productos antropomorfizados de IA presentes en la cultura popular. Si usted no trabaja directamente dentro del ecosistema de la IA, es posible que el futuro le parezca fantástico o atemorizante, y todo ello por las razones equivocadas.
Las personas que no están inmersas en los asuntos cotidianos de la investigación y el desarrollo en IA no pueden ver las señales con claridad, lo cual explica por qué el debate público se centra en estos robots ultrapoderosos del cine reciente o refleja un tipo de optimismo desenfrenado y excesivo. La ausencia de matices es una parte de la génesis del problema: hay quienes sobrevaloran la aplicabilidad de la IA, en tanto que otros arguyen que se convertirá en un arma imparable.
Puedo hacer estas afirmaciones sobre la base de los conocimientos que he adquirido en investigaciones realizadas sobre IA, con personas y organizaciones tanto dentro como fuera del ecosistema de la IA. Desde dentro, he asesorado a diversas compañías que se encuentran en el epicentro de la IA, entre ellas Microsoft e IBM.
Desde fuera, he asesorado a responsables y partes interesadas, tales como inversionistas en capital de riesgo, líderes de los departamentos de Defensa y de Estado y a legisladores de los Estados Unidos, quienes consideran que la regulación es el único camino para avanzar. De manera similar, he asistido a cientos de reuniones con investigadores y tecnólogos académicos que trabajan directamente en la materia. Es muy poco común que las personas que trabajan de primera mano en IA compartan las visiones extremas del futuro, ya sean apocalípticas o utópicas, que suelen ventilarse en los medios de comunicación.
¿La razón? Al igual que los investigadores en otras áreas de la ciencia, las personas que están construyendo el futuro de la IA buscan moderar las expectativas. Para alcanzar resultados destacados se requiere mucha paciencia, tiempo, dinero y resiliencia, pero casi siempre lo olvidamos. Estos investigadores trabajan de manera constante, paso a paso, sobre problemas terriblemente complicados, y en ocasiones es muy poco lo que logran avanzar.
Son personas inteligentes, experimentadas y, según mi experiencia, compasivas y consideradas.
En su gran mayoría, trabajan para nueve gigantes de la tecnología: Google, Amazon, Apple, IBM, Microsoft y Facebook —en los Estados Unidos— y Baidu, Alibaba y Tencent —en China—. Estas compañías están trabajando en la generación de IA con el fin de propiciar un futuro mejor para todos. Creo firmemente que los líderes de estos nueve conglomerados están motivados por un profundo sentido del altruismo y por un deseo de alcanzar un bien superior: son personas que ven con claridad el potencial que tiene la IA para mejorar la atención en salud y la longevidad, para resolver nuestros acuciantes asuntos climáticos y para sacar a millones de personas de la pobreza. Ya estamos presenciando los efectos positivos y tangibles de su trabajo, en todas las industrias y en la vida cotidiana.
El problema es que las fuerzas externas que ejercen presión sobre los nueve gigantes de la tecnología —y, por extensión, sobre aquellos que trabajan dentro del ecosistema— conspiran contra sus mejores intenciones en lo relacionado con nuestro futuro. Son muchos los actores que pueden ser culpados.
En los Estados Unidos, las exigencias incesantes del mercado y las expectativas poco realistas de los consumidores respecto a nuevos productos y servicios han hecho que la planificación a largo plazo resulte imposible. Estamos siempre a la espera de que Google, Amazon, Apple, Facebook, Microsoft e IBM hagan deslumbrantes anuncios en sus conferencias anuales, como si los descubrimientos de los departamentos de investigación y desarrollo pudieran programarse con calendario. Si estas compañías no nos presentan productos más fascinantes que en los años anteriores, las consideramos un fracaso. O nos preguntamos si ha llegado el fin de la IA. O cuestionamos su liderazgo. No les damos a estas compañías la oportunidad de tomarse unos años para acomodarse y trabajar sin que les exijamos que nos maravillen a intervalos regulares. Y ¡ay de la compañía que decida no hacer anuncios oficiales durante unos meses! En ese caso, asumimos que su silencio significa que se está desarrollando un proyecto con grupos de trabajo paralelos o secretos, lo que invariablemente nos dejará contrariados.
El gobierno de los Estados Unidos no cuenta con una estrategia de envergadura en materia de IA, ni tampoco para nuestro futuro a largo plazo. En lugar de contar con estrategias nacionales coordinadas para estructurar una capacidad organizacional dentro del gobierno, construir y fortalecer nuestras alianzas internacionales y preparar a nuestro ejército para el futuro en materia bélica, Estados Unidos ha sometido el avance de la IA a los vaivenes de la política. En lugar de financiar la investigación básica en IA, el gobierno federal, en la práctica, ha tercerizado la investigación y el desarrollo, dejándolos en manos del sector comercial, sometido a los caprichos de Wall Street. En lugar de ver en la IA una oportunidad para la creación de nuevos empleos y de crecimiento, los legisladores estadounidenses se han limitado a señalar la perspectiva de un desempleo generalizado por causa de la tecnología. Culpan a los gigantes tecnológicos, cuando podrían invitar a estas compañías a participar en los niveles más altos de la planificación estratégica (tal como existe) dentro del gobierno. Nuestros pioneros de la IA no tienen más remedio que competir de manera ininterrumpida entre sí para lograr una conexión confiable y directa con las personas, las escuelas, los hospitales, las ciudades y los negocios.
En los Estados Unidos padecemos una trágica falta de previsión. Funcionamos con una mentalidad de corto alcance, y hacemos planes para pocos años hacia el futuro. Esta mentalidad produce logros tecnológicos de corto plazo, pero entorpece el camino para asumir la responsabilidad de pensar cómo puede evolucionar la tecnología y cuáles serán las implicaciones y resultados de nuestras acciones en el mañana. Olvidamos con mucha facilidad que nuestras acciones en el presente pueden tener graves consecuencias en el futuro. Dada esa perspectiva, no debe sorprendernos que, en la práctica, hayamos tercerizado el desarrollo de la IA, poniéndolo en las manos de seis compañías que cotizan en bolsa, cuyos logros son muy notables, pero cuyos intereses financieros no siempre son lo más indicado para nuestras libertades individuales, nuestras comunidades y nuestros ideales democráticos.
Mientras tanto, en China la trayectoria del desarrollo de la IA está atada a las ambiciones de gran envergadura del gobierno. China está sentando rápidamente las bases para establecer su hegemonía incuestionada en el ámbito de la IA en todo el mundo.
En julio de 2017, el gobierno chino dio a conocer su Plan de Desarrollo de Inteligencia Artificial para la Próxima Generación, con miras a convertirse en el líder mundial en IA para 2030, con una industria nacional cuyo valor está por los 150.000 millones de dólares1. Este plan incluye dedicar parte del fondo soberano de inversión de China a nuevos laboratorios y nuevas empresas, así como nuevas escuelas que se crean específicamente para capacitar a la siguiente generación de talentos en IA. En octubre de ese mismo año, el presidente de China, Xi Jinping, explicó en un discurso detallado sus planes relacionados con la IA y el big data, ante miles de funcionarios del Partido. Según manifestó, la IA ayudaría a China a convertirse en una de las economías más avanzadas del mundo. Ya en este momento, la economía de China es treinta veces más grande que hace tres décadas. Aunque Baidu, Tencent y Alibaba sean gigantes que cotizan en bolsa, estas compañías, al igual que todas las grandes empresas chinas, deben plegarse a los designios de Beijing.
La gigantesca población de 1400 millones de habitantes le otorga a China el control del recurso natural más grande, y tal vez más importante, en la era de la IA: los datos humanos. Se requieren inmensas cantidades de datos para refinar los algoritmos de reconocimiento de patrones, razón por la cual los sistemas de reconocimiento facial chinos, como Megvii y SenseTime, son tan atractivos para los inversionistas. Todos los datos que los ciudadanos de China están generando al hacer llamadas telefónicas, comprar cosas en línea y publicar fotos en las redes sociales están ayudando a Baidu, Alibaba y Tencent a crear los mejores sistemas de IA. La gran ventaja de China es que no tiene las restricciones de privacidad y seguridad que podrían obstaculizar el progreso en los Estados Unidos.
Es necesario considerar el desarrollo de la IA en el contexto más amplio de los planes de gran envergadura de China para el futuro. En abril de 2018, Xi pronunció un importante discurso en el que describió su visión de China como superpotencia cibernética mundial. El servicio estatal chino de noticias Xinhua publicó partes del discurso en los cuales el mandatario describía una nueva red de gobernanza del ciberespacio y un internet que “difundiría información positiva, defendería la dirección política correcta y guiaría a la opinión pública y los valores en la dirección correcta”3. Las reglas autoritarias según las cuales China pretende que vivamos son contrarias a la libertad de expresión, a la economía impulsada por el mercado y al control distribuido que tanto apreciamos en Occidente.
En China, la IA forma parte de una serie de decretos y leyes nacionales que buscan controlar toda la información generada dentro del país, así como monitorear la información de los residentes y la de los ciudadanos de sus diversos socios estratégicos. Uno de dichos decretos exige que toda compañía extranjera almacene los datos de los ciudadanos chinos en servidores localizados dentro de las fronteras chinas. Esto les permite a las agencias gubernamentales de seguridad tener acceso ilimitado a la información personal. Otra iniciativa (la Nube Policial de China) fue diseñada para monitorear y hacer seguimiento a las personas con problemas de salud mental, a aquellos que han criticado públicamente al gobierno y a la minoría étnica musulmana de los uigures. En agosto de 2018, Naciones Unidas afirmó tener en su poder informes sólidos que indican que China mantiene detenidos a millones de uigures en campos secretos, en una alejada región en el Occidente del país. El Programa Integrado de Operaciones Conjuntas de China usa la IA para detectar desviaciones respecto del patrón, lo que permite determinar si una persona se ha retrasado en el pago de sus facturas. Según un eslogan que aparece en documentos de planificación oficial, se creó un sistema de crédito social basado en IA para diseñar una sociedad desprovista de problemas, “que les permite a las personas dignas de confianza moverse por donde quieran, y les dificulta a las personas desacreditadas dar un solo paso”. Para promover el carácter de “persona digna de confianza”, se califica a los ciudadanos según una tabla en la que, por ejemplo, los actos heroicos dan puntos y las multas de tránsito los quitan. Las personas que tienen calificaciones bajas deben hacer frente a obstáculos para encontrar empleo, comprar vivienda o matricular a sus hijos en el colegio. En algunas ciudades, se publican las fotos de los residentes que obtienen altos puntajes.
En otras, como Shandong, se comparten públicamente, en vallas digitales, las fotos de los ciudadanos que cometen infracciones en la vía. Estas imágenes se envían automáticamente a Weibo, una popular red social. Si todo esto le parece demasiado fantástico para ser cierto, recuerde que China instituyó una política para controlar la natalidad que consistía en prohibir que se tuviera más de un hijo.
Las mencionadas políticas e iniciativas fueron ideadas por el círculo más cercano a Xi Jinping, que ha venido trabajando durante la última década con el objetivo de convertir a China en una superpotencia global. China es hoy un país más autoritario que bajo el mando de cualquiera de los líderes anteriores, desde Mao Zedong.
El desarrollo y el apalancamiento de la IA son fundamentales para esta causa. La iniciativa Cinturón y Ruta de la Seda es una enorme estrategia geoeconómica que se presenta bajo la máscara de un plan de infraestructura basado en los caminos de la antigua Ruta de la Seda, que conectaba a China con Europa, a través del Medio Oriente y África. China no solo está construyendo puentes y autopistas, sino que, además, está exportando tecnología de vigilancia y reuniendo información al mismo tiempo, a medida que hace aumentar la influencia del Partido Comunista Chino (PCC) en el mundo, en oposición a nuestro orden liberal democrático actual.
La Interconexión Energética Global es otra estrategia nacional liderada por Xi, cuyo objetivo es crear la primera red eléctrica global del mundo, manejada por China. Este país ya ha ideado la manera de escalar un nuevo tipo de tecnología de cables de ultraalto voltaje que puede suministrar energía desde las alejadas regiones occidentales hasta Shanghái, y tiene ofertas para proveer de energía a los países vecinos.
Estas iniciativas, junto con muchas otras, son astutas maneras de obtener poder blando en un período extenso. Es una brillante jugada de Xi, cuyo partido político votó en 2018 para abolir los límites de los períodos presidenciales y le permitió, en la práctica, convertirse en presidente vitalicio. Su meta final es perfectamente clara: crear un nuevo orden mundial en el que China es el líder de facto. Sin embargo, durante esta época de expansión diplomática china, los Estados Unidos inexplicablemente dieron la espalda a sus aliados y a los acuerdos globales de larga data, con lo cual el presidente Trump erigió una nueva cortina de bambú.
En la actualidad, el futuro de la IA está avanzando por dos rutas de desarrollo que suelen ir a contramano de lo que más le conviene a la humanidad. El plan de China en materia de IA forma parte de un esfuerzo coordinado por crear un nuevo orden mundial, liderado por el presidente Xi, mientras que las fuerzas del mercado y el consumismo son los principales motores en los Estados Unidos.
Esta dicotomía constituye un serio punto ciego para todos nosotros. Resolverla es el quid del inminente problema que se plantea en materia de IA, y es el propósito de este libro. Los nueve gigantes de la tecnología tal vez persigan el mismo objetivo noble (descifrar los códigos de la IA que nos permitan construir sistemas capaces de imitar el pensamiento humano), pero el resultado final de ese trabajo podría producirle un daño irreversible a la humanidad.
De un modo fundamental, creo que la IA es una fuerza positiva, una fuerza que será útil para las siguientes generaciones y que nos ayudará a alcanzar nuestras visiones más idealistas del futuro.
Por otra parte, también soy una persona pragmática. Todos sabemos que hasta el individuo mejor intencionado puede hacer mucho daño, sin proponérselo. En el campo de la tecnología, y sobre todo en lo relacionado con la IA, nunca debemos perder de vista que es necesario planificar tanto los usos debidos y esperados como los usos indebidos e inesperados. Esto es de particular importancia hoy en día y en el futuro predecible, pues la IA tiene que ver con todo: con la economía global, la fuerza de trabajo, la agricultura, el transporte, la banca, el monitoreo medioambiental, la educación, el ejército y la seguridad nacional. Por esta razón, si la IA continúa avanzando por las mismas rutas de desarrollo en los Estados Unidos y en China, 2069 puede presentarnos un panorama radicalmente diferente del que vemos en 2019. En la medida en que las estructuras y los sistemas que gobiernan a la sociedad dependan más de la IA, empezaremos a ver que las decisiones que se toman en nuestro nombre tienen perfecto sentido para las máquinas…, pero no para nosotros.
Los humanos estamos perdiendo rápidamente nuestra conciencia a medida que las máquinas están cobrando más vida. Hemos comenzado a superar algunos hitos enormes en el desarrollo técnico y geopolítico de la IA; sin embargo, con cada nuevo avance, la IA se vuelve más invisible para nosotros. Cada vez es menos obvio saber cómo se lleva a cabo la extracción y el refinamiento de nuestros datos, mientras que nuestra capacidad para entender de qué manera toman decisiones los sistemas autónomos se vuelve menos transparente. Estamos frente a un vacío en la comprensión de cómo la IA está impactando la vida cotidiana en el presente, y ese vacío crece exponencialmente conforme van pasando los anos y las décadas. Reducir esa brecha en la mayor medida posible, mediante una crítica sobre las actuales rutas de desarrollo de la IA, es la misión que me he planteado con la escritura del presente libro.
Mi objetivo es democratizar las conversaciones sobre la IA y hacer que el lector tenga una visión más inteligente sobre el panorama futuro. Me interesa hacer tangibles y relevantes las implicaciones que tendrá la IA en la vida real y en el futuro, antes de que sea demasiado tarde.
La humanidad está enfrentando una crisis existencial en un sentido muy literal, pues nadie está planteando una pregunta sencilla que ha sido fundamental para la IA desde sus inicios: ¿qué le ocurre a la sociedad cuando le transferimos el poder a un sistema creado por un pequeño grupo de personas, un sistema diseñado para tomar decisiones por todo el mundo?, ¿qué pasa cuando esas decisiones están sesgadas hacia las fuerzas del mercado o hacia un ambicioso partido político? Las respuestas se verán reflejadas en las oportunidades que tendremos en el futuro, en la forma como se nos negará el acceso, en las convenciones sociales dentro de nuestras sociedades, en las reglas según las cuales operan nuestras economías e, incluso, en la manera como nos relacionamos con otras personas.
☛ Título Nueve gigantes
☛ Autora Amy Webb
☛ Editorial Paidós Empresa
Datos sobre el autor
Amy Webb pertenece a un grupo de destacados futuristas de Estados Unidos.
Es profesora de Prospectiva Estratégica de la Escuela de Negocios Stern de la Universidad de Nueva York.
Publica el Informe Anual de Tendencias Tecnológicas Emergentes, que tiene 7,5 millones de visitas.