Ambiente

La naturaleza como una madre nutricia

. Foto: CEDOC PERFIL

La teoría organicista se fundamentaba en la identificación de la naturaleza, especialmente la tierra, con una madre nutricia: una mujer bondadosa y benéfica que proporcionaba un universo ordenado y planificado convenientemente para atender a las necesidades humanas. Pero junto a esta imagen de la naturaleza, también prevalecía una de carácter opuesto: la naturaleza salvaje e incontrolable que podía generar violencia, desatar tormentas, provocar sequías y caos general. Ambas imágenes se identificaban con el sexo femenino y eran proyecciones de la percepción humana sobre el mundo exterior. A medida que la Revolución Científica fue mecanizando y racionalizando la visión del mundo, la metáfora de la tierra como madre nutricia fue desvaneciéndose lentamente como imagen dominante. Pero la imagen de la naturaleza como fuente de desorden contenía una idea moderna fundamental: el dominio sobre la naturaleza. Dos nuevas ideas, la del mecanicismo y la del dominio y control de la naturaleza, se convirtieron en los conceptos clave para el mundo moderno. La mentalidad orientada hacia lo orgánico, aquella en la que los principios femeninos desempeñaban un rol importante, se erosionó hasta reemplazarse por una mentalidad mecanicista que, con fines explotadores, usaba, o incluso podía llegar a eliminar, los principios femeninos. A medida que durante el siglo XVII la cultura occidental se mecanizaba, la tierra femenina y el espíritu de la tierra virgen se sometían a la máquina.

El cambio en las imágenes dominantes estuvo estrechamente conectado con el cambio de las actitudes y el comportamiento humano hacia la tierra. Por un lado, la imagen de la tierra benefactora se insertaba en un marco cultural que derivaba en acciones humanas social y moralmente relacionadas con el respeto a la tierra; por otro lado, las nuevas imágenes de control y dominación funcionaban como una sanción cultural que legitimaba esquilmar la naturaleza. La sociedad necesitaba estas nuevas imágenes a medida que avanzaban los procesos de comercialización e industrialización vinculados a actividades que alteraban la tierra (como la minería, el drenaje, la deforestación y el desmonte, despejar la tierra de árboles y eliminar cepas y matas, para destinarla al cultivo), y utilizaban nuevas y variadas tecnologías magníficamente combinadas: bombas de elevación y fuerza, grúas, molinos de viento, ruedas dentadas, válvulas de mariposa, cadenas, pistones, ruedas de molinos mecánicos, ruedas de molinos hidráulicos, batanes, volantes de inercia, fuelles, excavadoras, cadenas de cangilones, rodillos, puentes de engranajes, manivelas, sofisticados sistemas de contrapesos, tornillos, coronas y espléndidas variaciones y combinaciones de engranajes cilíndricos, levas y excéntricas, trinquetes, llaves, prensas y tuercas.

Estos cambios tecnológicos y comerciales se desarrollaron de forma gradual a lo largo de la época antigua y medieval en un proceso que comportó una simultánea degradación del medio ambiente. Las primeras civilizaciones mediterráneas y la griega, lentamente y a lo largo de los siglos, minaron y esquilmaron las laderas de las montañas, alteraron el paisaje forestal y sobreexplotaron los pastos de las colinas. Pero todo esto lo realizaron con tecnologías poco invasivas y en un marco en el que las personas pensaban que habitaban un cosmos finito; el pensamiento animista estaba generalizado; y eran frecuentes los ritos de fertilidad que trataban a la naturaleza como algo sagrado.

Con la desintegración del feudalismo y la expansión de los europeos hacia nuevos mundos y mercados, se aceleró el impacto de la sociedad comercial sobre el medio natural. Durante los siglos XVI y XVII, la tensión entre el desarrollo tecnológico –del mundo de la acción– y las imágenes orgánicas que moderaban la explotación de la naturaleza –del mundo de las mentalidades– ya era demasiado elevada. En este momento se evidenció que las antiguas estructuras mentales eran incompatibles con las nuevas actividades.

Sin embargo, a medida que la economía se modernizaba y la Revolución Científica avanzaba, la metáfora del dominio sobre la naturaleza desbordó las fronteras de la esfera religiosa e impregnó también el discurso social y político. El enfrenamiento entre las dos imágenes y sus asociaciones normativas se puede observar en la literatura, el arte, la filosofía y la ciencia del siglo XVI. Tal cambio en la imagen y la descripción de la naturaleza es lo que se produjo a lo largo de la Revolución Científica.

Si bien durante muchos siglos el marco organicista fue lo suficientemente integrador como para frenar el desarrollo comercial y la innovación tecnológica, la aceleración de los cambios comerciales y tecnológicos que tuvieron lugar en toda la Europa occidental durante los siglos XVI y XVII socavó la idea que sustentaba la existencia de una unidad orgánica entre el cosmos y la sociedad. Con la revolución comercial las necesidades y los propósitos de la sociedad en su conjunto estaban cambiando, por esta razón los valores asociados con la visión orgánica de la naturaleza ya no eran aplicables; así, sobre la verosimilitud del marco conceptual se cernió, lenta, pero persistentemente, una amenaza.

*Profesora de Filosofía.

Fragmento de su libro La muerte de la naturaleza (Siglo XXI Editores).