Crecimiento personal

La fórmula mágica

. Foto: CEDOC PERFIL

Si nos atenemos a la definición del Larousse, la confianza en una misma es “el] sentimiento, [la] conciencia que una tiene de su propia valía y de los que se obtiene una cierta seguridad”.

En psicología, la definición es parecida. Se puede distinguir de forma sencilla a una persona que tiene confianza en sí misma, según dos criterios:

◆ se siente capaz de alcanzar el objetivo que se ha puesto;

◆ y cree de verdad en sus capacidades, su talento y su eficacia.

Actuar y progresar es posible gracias a esta convicción. La confianza en una misma permite no dudar infinitamente de las decisiones que hay que tomar, y de embarcarse sin complejos en lo que nos motiva. (...)

La confianza en una misma requiere de tres aptitudes:

◆ no buscar la consideración del otro para conseguir la aprobación necesaria: avanzar, en cambio, al descubierto, con un poder volitivo, en una alquimia de fuerza y docilidad;

◆ conocerse bien una misma, las fortalezas y las debilidades, y ser honesta frente a los desafíos y los deseos;

◆ ser capaz de soportar los fracasos, asimilarlos e integrarlos como parte del proceso normal de vida y de aprendizaje. La idea de aceptación de una misma es muy importante en este sentido. Todo influye: la forma en que se ha desarrollado nuestra trayectoria escolar, nuestro lugar en la familia, el modo en que esta misma familia ha gestionado los fracasos y los triunfos.

De manera general, la confianza en sí misma es un sentimiento que todas buscan, que permite sentirse bien con una misma, avanzar armada de una buena dosis de audacia y afrontar los riesgos y las heridas para extraer la esencia, lo más valioso: la sensación de estar viva. Significa creer en las posibilidades e intentarlo.

¿Por qué es tan importante confiar en una misma? Porque permite abordar la vida, tratar a los demás y al mundo de forma más serena. Nuestros proyectos, nuestras dificultades, nuestras decisiones...; los imponderables se viven con una fuerza tranquila y ligera. Estamos listas para volver a levantarnos, para adaptarnos a lo que surja. Asumir responsabilidades frente a la dificultad es más sencillo y se hace con calma.

“¡Confía en ti!” es, por tanto, la fórmula mágica a la que todas queremos unirnos. Sin embargo, no es un sentimiento estático y experimenta variaciones a lo largo de la vida; volveremos sobre esto más adelante. Como remarcó el filósofo Charles Pépin en su libro La confianza en uno mismo: una filosofía: “No somos: nos estamos convirtiendo. ¿No confiamos en nosotros mismos? No importa: confiemos en lo que podemos convertirnos”.

Otros conceptos aportan su granito de arena y completan esta definición en función de su potencial y sus capacidades. Por ejemplo, la noción de autoeficacia, descripta por el psicólogo canadiense Albert Bandura, adalid del aprendizaje social, contribuye a la sensación de confianza en una misma. La describe como el “sentimiento de competencia de las personas que versa sobre sus aptitudes para organizar y llevar a cabo las acciones necesarias a fin de lograr un cierto tipo de rendimiento”.

El sentimiento de autoeficacia es un factor clave de la confianza en una misma. Las personas que creen en sus capacidades ven las tareas difíciles más como un reto que como una amenaza que hay que evitar. No temen fijarse objetivos, involucrarse ni dedicar muchos esfuerzos; permanecen concentradas en la tarea y adaptan las estrategias para hacer frente a los obstáculos.

[Ellas] abordan las amenazas o las posibles preocupaciones con la confianza de saber que pueden tener un cierto control sobre ellas mismas. Esta eficaz perspectiva mejora el rendimiento, reduce el estrés y disminuye la vulnerabilidad a la depresión. Por el contrario, las aptitudes personales se pueden limitar o incluso anular fácilmente por las dudas sobre uno mismo, de modo que las personas con talento pueden hacer un pésimo uso de sus aptitudes en situaciones que minan sus convicciones en ellas mismas.

Estas personas evitan los quehaceres difíciles, en los ámbitos en los que dudan de sus capacidades. Les resulta difícil motivarse y reducen sus esfuerzos o abandonan enseguida ante los obstáculos. Sus aspiraciones son escasas y se implican poco frente a los objetivos que deciden perseguir.

En situaciones duras, se concentran en sus limitaciones, en las dificultades de la tarea que tienen que realizar y en las consecuencias problemáticas del fracaso.

Es interesante ver el modo en que las jóvenes abordan los obstáculos en el camino hacia sus logros, donde la confianza en una misma es un elemento fundamental para afrontarlos con más serenidad. David Dunning, psicólogo estadounidense y profesor de Psicología en la Universidad de Cornell, ha observado que cuando los exámenes eran especialmente difíciles los alumnos no reaccionaban igual, en función de si eran chicas o chicos. (...)

*/**Autoras de El síndrome de la impostora, editorial Planeta (fragmento).