libro

La batalla silenciosa

Cómo los virus conviven con nosotros.

Mario Lozano, en Vivir apestados, de SXXI Editores, nos lleva a conocer de cerca a los predadores diminutos que todos llevamos dentro. Foto: juan salatino

Antes de adentrarnos en las historias de los virus y las enfermedades que ellos producen, es importante que comentemos cuál es su rol y por qué es relevante la presencia de los virus en la Tierra. Existe una noción errónea acerca de lo que un virus representa, dado que generalmente solo lo asociamos al concepto de enfermedad. Pero los virus son mucho más que eso y se involucran tanto con nuestro pasado lejano como con el presente y futuro.

Desde tiempos inmemoriales los virus tienen un papel central en la evolución de los organismos celulares y muy probablemente hayan sido los principales motores del proceso de generación de especies nuevas. Además, en la sumatoria de todos los genomas virales es posible encontrar soluciones tecnológicas que, en la actualidad, pueden hacer aportes a las novedosas industrias bio- y nanotecnológicas, generando nuevos productos y servicios. (...)

Gripe. Yo, la peor de todas

“La gripe es una enfermedad sencilla”. “La gripe no presenta problemas al sistema de salud”. “La gripe no es mortal”. Cualquiera de nosotros, tan acostumbrados a simplificar las cosas, podríamos aceptar las tres afirmaciones anteriores. Sin embargo, nada más lejos de la realidad, nada más vacío, nada más falso, que cada una de esas expresiones.

Quizá nuestro desconocimiento se vea acentuado, paradójicamente, por el hecho de que el más engañoso de nuestros sentidos, el “sentido común”, nos asegura que la gripe es una enfermedad que conocemos mucho y no presenta gravedad alguna. Además, estamos tan acostumbrados a convivir con ella que todos los inviernos vemos cómo nosotros o alguna persona querida se enferma y se cura “sola” o con poco tratamiento. Y si bien esto es cierto, también sucede que cada tanto –un número indeterminado de décadas–  aparece en el mundo una nueva cepa del virus, que produce la gripe mucho más contagiosa y también más mortal. Y algunos episodios en la historia demuestran que es necesario ser precavidos.

La gripe no existe (como la censura)

En 1918 terminó la primera guerra europea de características globales. Fue uno de los peores conflictos que tuvieron que soportar los ciudadanos civiles de cualquier bando. En casi ninguna contienda bélica anterior, en la que dos bandos bien armados se enfrentaban, hubo tantas acciones contra civiles como en esta.

Las cifras globales de pérdidas de vidas humanas lo certifican muy claramente. Durante los casi cinco años que duró, casi nueve millones de personas murieron o desaparecieron como consecuencia del conflicto.

Poco antes de que la guerra llegara a su fin, cuando los aliados de la Entente ya contaban con el apoyo tardío de los Estados Unidos, se desencadenó en el mundo una epidemia de gripe de connotaciones especiales. La gripe de 1918, que se convirtió en pandemia, era muy diferente a las enfermedades gripales conocidas hasta el momento.

En primer lugar, las personas afectadas debían soportar una enfermedad de singular dureza: su organismo se debilitaba en demasía y, en muchos casos, sobrevenía rápidamente la muerte.

Por otra parte, a diferencia de epidemias anteriores del mismo mal, la mayoría de los casos se producía en personas jóvenes y en buen estado de salud. Por último, la tasa de mortalidad y la tasa de contagiosidad eran muy altas. Durante 1918, hubo en todo el mundo dos oleadas de la enfermedad, ambas muy contagiosas, que afectaron principalmente a personas jóvenes, pero la segunda fue mucho más letal. Durante 1919 hubo una tercera ola, un poco menos letal, y entre 1920 y 1923 diferentes brotes aparecieron en algunas regiones. Después de eso, la enfermedad dejó de ser un problema sanitario grave. Poco tiempo después del comienzo de la segunda oleada de la enfermedad comenzó a usarse el término “gripe española” para definirla.

Para 1918, España, que se había mantenido neutral en la Gran Guerra, pasaba por una crisis económica y social muy importante, sin liderazgos políticos claros: se sucedían efímeros gobiernos liberales y conservadores. A diferencia de los países en guerra, en España había mayor libertad de expresión y, sobre todo, un menor control sobre lo que la prensa publicaba.

Cuando la primera ola de la enfermedad llegó a España, los diarios de Madrid hablaban simplemente de “la enfermedad de moda” o del “soldado de Nápoles” (en referencia a que la enfermedad era tan pegadiza como la canción homónima de una zarzuela). En todo caso, se banalizaba la epidemia. Para esa época, los diarios estadounidenses hablaban de la fiebre de tres días o de la “muerte púrpura”; los mexicanos, de la “peste roja”; los franceses, de “bronquitis purulenta”; los italianos, de la “fiebre de las moscas de arena”; los alemanes, del “catarro relámpago” o de “la fiebre de Flandes”. El 2 de junio de 1918, con la segunda ola instalada en Madrid y el aumento vertiginoso de la letalidad, el corresponsal del periódico The Times en España utilizó el término de “Spanish flu”, es decir, gripe española, para referirse a la enfermedad que asolaba Europa, y el resto del mundo lo adoptó.

La epidemia, en realidad, no había comenzado en España. La mayoría de los epidemiólogos que han estudiado el tema coinciden en que empezó en Kansas, en los Estados Unidos. En este sentido, hubiese sido más preciso llamarla “gripe estadounidense”. (...)

Cochinos chanchos

Puestos a investigar las razones de estos ciclos periódicos de surgimiento, virulencia, atenuación y desaparición de la gripe, la primera sorpresa con la que se toparon los investigadores fue que las pandemias del siglo XX, excepto la de 1918, comenzaron en el Extremo Oriente, en la región del sudeste de China. Cuando se buscaron los reservorios animales que podrían haber sido la fuente desde la cual emergió el virus de la gripe, se encontró que los mamíferos y las aves son infectados por distintas variantes de este virus. Por ejemplo, se detectó que los subtipos H1, H2 y H3, combinados con N1 o N2, pueden encontrarse en virus que infectan a humanos, mientras que los subtipos H1 y H3, combinados con los N1 y N2, forman la estructura de los virus de los cerdos, y los H3 y H7 combinados con los N7 y N8, la de los virus de los caballos.

Cuando se analizaron los virus circulantes en aves de corral, como patos o gansos, los investigadores se llevaron la segunda sorpresa. Todas las variantes posibles de virus de la gripe podían ser encontradas en estas aves, incluso en las que no presentaban signo alguno de enfermedad. En las aves, el virus de la gripe afecta el tracto digestivo, no el sistema respiratorio, y la enfermedad que se produce es por lo general muy suave. Por esta razón, las aves liberan continuamente distintas variantes del virus de la gripe al ambiente, que termina concentrándose sobre todo en regiones de aguas estancadas. Cuando se extrajo material de esta agua, también pudieron aislarse todas las variantes virales mencionadas. De esta manera, las aves de corral surgieron como candidatas a ser el anfitrión natural del virus influenza, a partir de las cuales se transportaba hacia otras especies, entre ellas, a los humanos. Sin embargo, rápidamente se realizaron experimentos que demostraron que el virus extraído de las aves difiere en demasiadas características del de los humanos (además de las diferencias en las proteínas hemaglutinina y neuraminidasa) y que la infección cruzada era poco probable.

Esto es, por más que se aislara un virus de la gripe de patos, cuya estructura externa coincidiera con la de alguno de los virus humanos, por ejemplo, H1N1, este virus de las aves no podía infectar a los humanos. Lo mismo pasaba en dirección inversa, ya que ningún virus gripal extraído de humanos podía infectar a las aves. (...)

¿Y la gripe aviar?

En mayo de 1997 un niño de unos 3 años ingresó a un hospital de Hong Kong con una enfermedad respiratoria grave y fiebre elevada, a causa de la cual falleció a los pocos días. Este hecho hubiera pasado inadvertido si no fuera porque los científicos del Departamento de Salud de Hong Kong, al no poder determinar el tipo de virus de influenza que había provocado la muerte del pequeño, intentaron una identificación más definitiva. Tres laboratorios de referencia de la OMS obtuvieron el mismo resultado. El virus era del tipo H5N1, una cepa totalmente nueva que hasta el momento jamás había sido aislada de humano alguno. Había sido detectada antes en gansos, en la provincia de Guangdong (China). Poco tiempo después, el mismo tipo de virus fue aislado de cientos de gallinas que habían muerto en un mercado de Hong Kong, y de otros diecisiete casos humanos, de los cuales cinco más murieron. Este virus se había transmitido directamente desde las aves a los humanos, pero la infección no avanzó entre ellos. En definitiva, no se constató infección interhumana, por lo que el virus quedaba confinado al anfitrión al que había ingresado. Un tipo de gripe como la que estamos describiendo puede llegar a ser un problema de salud pública por su alta tasa de mortalidad. En este caso llega a la altísima cifra de 33%: una de cada tres personas infectadas fallecía. Sin embargo, mientras no exista transmisión entre humanos, sigue siendo un problema delimitado a aquellas personas que conviven en proximidad con los anfitriones naturales que transmiten la enfermedad, en este caso, los pollos de las granjas, esto es, unos pocos miles de personas en poblaciones de varios millones.

En ese momento, el gobierno de Hong Kong actuó rápidamente para evitar más muertes y, sobre todo, por el riesgo de que apareciera una variante viral que “aprendiera” a transmitirse entre humanos. En menos de veinticuatro horas eliminó el stock completo de 1,5 millones de pollos que había en 200 granjas y en más de mil puestos de venta, a pesar de los reclamos de los productores y vendedores. ¿Impidió esta actitud del gobierno una nueva pandemia? No lo sabemos, pero la realidad es que ninguna pandemia se produjo y que la infección por la cepa H5N1 también se detuvo en el mismo Sudeste Asiático.

Una pregunta que se hicieron los investigadores es por qué esta enfermedad fue tan letal para los pollos. Quizá esto se deba a que los pollos no son el anfitrión natural del virus. Por el contrario, es muy probable que alguna ave migratoria que transportaba este virus haya estado en contacto con algunas aves de granja y les haya transmitido la enfermedad que luego llegó a las personas.

Seis años más tarde, el virus reapareció en la provincia  de Fujian, en China, y a partir de 2003 comenzó a afectar a varios países, principalmente en el Sudeste Asiático y en Medio Oriente, con entre 160 y 400 casos por lustro. Hasta 2020 se habían registrado 862 nuevos casos en el mundo con un total de 455 fallecidos, lo que implica una tremenda tasa de mortalidad del 53%.

En definitiva, los virus de la gripe de este tipo, que no logran transmitirse de un humano a otro, provocan la enfermedad conocida como gripe aviar. Lo mismo puede pasar con los virus de los cerdos, y en ese caso aparece la gripe porcina. Si el virus que produjo alguna de estas variantes de la gripe lograra adaptarse y generar una variante que se transmitiera entre humanos, la enfermedad se convertiría en la gripe humana. (...)

Coronavirus

Cuando en diciembre de 2010 escuché por primera vez esta hermosa canción interpretada por Vicentico, no sé por qué imaginé que “cuando el cielo se caiga sobre tu cabeza, y no quede nada” hablaba de la llegada de una peste, de un azote mortal, de una pandemia… Desviaciones provocadas por el oficio, quizá. Pero el tema quedó en mi cabeza y diez años después volvió a cobrar sentido porque terminó siendo cierto aquello de “vas a darte cuenta que todo era mentira… que éramos reyes haciendo de esclavos” antes de la pandemia.

El SARS-CoV-2 es el coronavirus que provocó la pandemia que nos afectó al comienzo de la segunda década del siglo XXI. No es el primer coronavirus que nos afligió, ni siquiera el primero con potencial pandémico. Durante el mes de marzo de 2003 hizo su aparición en China, Hong Kong y Vietnam una enfermedad denominada “neumonía atípica” o “síndrome respiratorio agudo y grave”,  que todos acordaríamos incluir como un ejemplo clásico de enfermedad emergente. El SARS comienza con fiebre alta, escalofríos, tos y dificultad para respirar y, en una semana, desemboca en una neumonía, muchas veces mortal. Muy rápidamente después de la aparición de los primeros casos detectados, empezó a esparcirse al resto del mundo. La OMS comenzó a recomendar que la gente dejara de viajar a las regiones afectadas por la nueva epidemia.

Pronto se describió que el agente causal de la enfermedad era un coronavirus, hasta entonces desconocido, al que se denominó “SARS-CoV”. Secuencias muy similares al SARS-CoV humano se detectaron en los tejidos de un felino parecido al tejón, llamado “gato de algalia” o “civeta”, que fue considerado el anfitrión natural del virus del SARS. La civeta es un mamífero carnívoro de pelaje gris, con bandas y manchas negras, que mide alrededor de medio metro de largo. La secreción de su bolsa anal, la algalia, se usa en perfumería y su carne es considerada una exquisitez en Oriente. Debido a su caza indiscriminada, el animal está en peligro de extinción, pero como suele suceder, se hacía la vista gorda ante esta actividad. Más adelante se descubrió que, en realidad, el anfitrión natural del virus del SARS era un murciélago. Es muy probable que el virus ancestro del SARS-CoV haya pasado primero desde un murciélago a la civeta, que actuó como un anfitrión secundario para este coronavirus, y luego a los seres humanos. Debido al cambio en el ambiente al que se enfrentaba al pasar al anfitrión secundario, el coronavirus debe haber experimentado una explosión de la variabilidad viral que le permitió explorar un nuevo universo de paisajes de secuencia alternativos, generando múltiples variantes. Es probable que alguna de estas variantes, por azar, se haya adaptado más fácilmente a los seres humanos, lo que condujo a los contagios iniciales y al comienzo de su dispersión.

En una edición anterior de este libro publicada en 2004, en el contexto del desarrollo final del brote de SARS que había comenzado en 2002, escribí: En Argentina no se habían descrito casos de la enfermedad. Muchas veces, lo que resulta interesante de las películas de “miedo” o de “suspenso” es que los hechos terribles que se describen suelen ser completamente imaginarios u ocurren muy lejos de casa. Así, podemos asustarnos tranquilamente sentados frente a la pantalla.

Sin embargo, casos similares al que se presenta en la película Epidemia podrían estar ocurriendo bajo nuestras narices sin que nosotros estemos enterados. En estos tiempos de vuelos transoceánicos rápidos, nada impide que junto con algún pasajero vuele también el virus causante de la enfermedad. ¿Estarán nuestros sistemas de salud y nuestras autoridades preparadas para responder a un peligro semejante? 

Era una pregunta pertinente. Hoy la podemos plantear en diferentes regiones del mundo: ¿estuvieron nuestros países a la altura de las circunstancias que nos planteó este recientemente aparecido pariente del virus del SARS? Una serie de debates cruzaron nuestras sociedades en estos tiempos.

Primer debate: ¿cómo alcanzar la inmunidad de rebaño?

Es difícil, y quizá imposible, encontrar países que hayan planteado una estrategia perfecta para combatir la enfermedad. Sin embargo, algo podemos aprender de las diferentes actitudes que adoptaron distintas sociedades. En la casi totalidad de los países se promovieron medidas de cuidado, como el uso del barbijo, el distanciamiento social, la limpieza de los productos de uso cotidiano antes de ingresarlos al hogar y, más tardíamente, la ventilación adecuada de los ambientes. También fueron generalizadas las medidas de confinamiento para frenar brotes. Estas últimas afectaron tan fuertemente el comportamiento social y la economía que su implementación generó resistencia en muchas sociedades. Por ello, algunos gobiernos decidieron intervenir lo menos posible en el comportamiento social y acotaron su control, descargando la responsabilidad de sostener las medidas de cuidado solo en los ciudadanos y minimizando los confinamientos promovidos desde el Estado.

La argumentación de estos gobernantes era que se debía sostener el funcionamiento de la economía hasta la llegada de una solución: un medicamento que permitiera tratar la enfermedad Coronavirus disminuyendo el costo en muertes o una vacuna que protegiera a la población. Contra esta decisión, lindante con el negacionismo del problema pandémico, conspiraron las demoras lógicas para generar medicamentos o vacunas que puedan administrarse a la población y, además, producirse de forma tan masiva como las necesidades lo requerían.

Como el retraso en la llegada de las tecnologías sanitarias era evidente, algunos gobiernos decidieron promover explicaciones con algunas bases científicas a su comportamiento negacionista. Plantearon que la solución de la pandemia se alcanzaría cuando llegáramos a la “inmunidad de rebaño” y que eso se lograría permitiendo que el virus circulara entre la población con ninguna o muy pocas limitaciones.

El primer país que apostó abiertamente a superar la pandemia consiguiendo la inmunidad de rebaño a través de la infección viral fue Suecia. Durante los primeros meses, el foco estuvo puesto en promover el cuidado personal, con una activa política comunicacional hacia los adultos mayores, los más afectados por los efectos graves de la infección por el SARS-CoV-2.

También el entonces primer ministro británico Boris Johnson adhirió a esa postura, hasta que la enfermedad lo alcanzó y lo afectó gravemente. Cuando el primer ministro se recuperó del covid-19, cambió la estrategia británica y comenzó a promover los confinamientos y cierres de instituciones educativas como hacía la mayoría de los países.

Varios líderes mundiales adoptaron actitudes negacionistas similares a las señaladas para Suecia o Gran Bretaña. Entre ellos, los entonces presidentes de los Estados Unidos, Donald Trump y de Brasil, Jair Bolsonaro. (...)

Otro debate: ¿aplanar o aplastar la curva?

En el otro extremo de los gobiernos que se acercaron a la no intervención estatal respecto al desarrollo de la pandemia, algunos países tomaron medidas estrictas para evitar que se desarrollaran brotes descontrolados de la enfermedad. La mayoría de estos países habían sido afectados por el coronavirus SARS-CoV en 2002, y probablemente por eso estuvieron mejor preparados para enfrentar la nueva pandemia. Estas sociedades, que atravesaron la primera epidemia, ya habían adoptado pautas culturales que resultaron eficientes también para combatir la segunda. En particular, el uso de barbijos de buena calidad y el sostenimiento del distanciamiento social fueron prácticas que resultaron fáciles de retomar en muchos países del Este y el Sudeste Asiático, mientras que implicaron una rareza en otras sociedades. Por otra parte, sociedades que se estructuran con mayor amplitud a través de un funcionamiento colectivo fueron capaces de aceptar y llevar adelante políticas públicas que restringían libertades individuales con el propósito de detener el avance de la enfermedad. Estos países eligieron una estrategia sanitaria que se conoció con la denominación “aplastar la curva” (...)

Vacunas y tratamientos

Quizá por deformación profesional, o por haber vivido la pandemia en primera persona, me impresionó de forma reconfortante cómo las personas que se dedican a la ciencia y la tecnología adaptaron sus ámbitos de trabajo, modificaron sus temas de investigación y desarrollo, ampliaron sus relaciones con otras profesiones, todo para dar respuesta a la sociedad que estaba siendo afectada. 

Uno de los desarrollos más espectaculares fue el de las vacunas. Históricamente, se habían desarrollado a lo sumo dos o tres candidatos de vacuna contra una determinada enfermedad de manera simultánea. Además, el proceso que comprende desde su diseño en el laboratorio hasta la aprobación para su uso demoraba varios años. En la década de 1960 el microbiólogo estadounidense Maurice Hilleman desarrolló la vacuna contra las paperas en tiempo récord. Demoró solo cuatro años desde que pudo aislar el virus de una lesión hasta que la vacuna fue aprobada para su uso.

La respuesta mundial para la producción de vacunas para el covid-19 rompió todos los moldes. Antes de que se cumpliera el año desde la identificación del SARS-CoV-2 como patógeno humano –en diciembre de 2019–, se logró aprobar la vacuna denominada Sputnik V (producida por el laboratorio Gamaleya del gobierno ruso), y al año desde el inicio de la pandemia se aprobaron otras dos (producidas por las farmacéuticas Pfizer y Moderna, respectivamente). Poco tiempo después muchas otras vacunas terminaron sus fases clínicas y fueron aprobadas. No hay precedentes en la historia mundial sobre esta velocidad de desarrollo y tampoco hay precedentes respecto a la cantidad de desarrollos simultáneos e independientes. Muchos factores contribuyeron a este fenómeno. Entre ellos, es evidente que los Estados y las compañías productoras entendieron que las vacunas iban a tener un trámite acelerado de aprobación por un procedimiento de emergencia y que no iba a escasear el financiamiento.

 

☛ Título: Vivir apestados

☛ Autor:  Mario Lozano

☛ Editorial: SXXI Editores
 

Datos del autor 

Mario Lozano es doctor en Ciencias Bioquímicas de la Universidad Nacional de La Plata. Actualmente es profesor asociado de la Universidad Nacional de Quilmes e Investigador del Conicet.

Dirige proyectos de investigación en el área de la virología.