El desafío de tirar del carro
Luis Pagani plantea el rol de los empresarios.
Las empresas coordinan la producción, asumen riesgos, crean riqueza y generan empleo. ¿Qué opinás de la célebre frase de Churchill “muchos miran al empresario como el lobo al que hay que abatir; otros lo miran como la vaca a la que hay que ordeñar; pero muy pocos lo miran como el caballo que tira del carro”?
—La frase de Churchill me remite a una dicotomía que hace tiempo se viene dando en la Argentina y que vamos a tener que repensar para los tiempos que se avecinan; por un lado, creo que existe una expectativa en la sociedad de que los empresarios inviertan, generen desarrollo y aseguren la estabilidad laboral de sus trabajadores, además de que se conviertan en un actor relevante a la hora de pensar estratégicamente en los recursos del país. Pero, al mismo tiempo, esa imagen convive con una actitud de desconfianza –yo diría– bastante generalizada sobre el empresariado. Creo que algunos de los motivos de esta falta de confianza están justificados: hay cuestiones que son estructurales, como la enorme desigualdad que tenemos, con niveles de pobreza en aumento que, cada vez, golpean más a la clase media. Lamentablemente, los casos de corrupción que tuvimos en las últimas décadas, y que muestran problemas casi endémicos que tenemos en el país, no ayudan en este sentido. Estos casos se presentan como si fueran representativos de todo lo que pasa en el mundo empresarial, cuando eso está lejos de ser así.
—¿Cuál considerás que es el papel de la empresa en el desarrollo económico?
—La realidad es que, en una economía de mercado, los empresarios somos un actor relevante para generar valor económico y social. Y es importante que entendamos la importancia de tener una industria nacional, de desarrollar cadenas de valor internas que contribuyan a la visión del país que queremos. Es cierto que durante las sucesivas crisis argentinas, la dirigencia no estuvo a la altura de las circunstancias –cuando hablo de dirigencia me refiero a los políticos, a los empresarios, a los sindicalistas, etcétera– y esto explica el desencanto social. Pero creo que los ciudadanos más capaces de un país tienen la obligación moral de comprometerse con la realidad, y esto nos involucra a los empresarios. Volviendo a la frase de Churchill, considero que los empresarios tenemos la misión de ser “el caballo que tira del carro”.
—¿Cómo evaluás el rol que tuvieron los empresarios en el desarrollo de la economía argentina?
—En general, tengo una evaluación crítica. Nuestro empresariado se ha caracterizado por priorizar la renta al hecho de asumir más riesgos. Como producto de esto, no han surgido muchas otras empresas como Arcor en la Argentina. Si repasamos la historia de la Argentina, hubo una desindustrialización del país por distintos factores. En Arcor nunca dejamos de invertir dándoles importancia al costo y al know-how. A diferencia de otras empresas nacionales, Arcor apostó por especializarse y mantener el liderazgo de nuestro negocio en Latinoamérica. Pienso que un país logra trascender a través de empresas que puedan ir más allá de sus fronteras. Si uno compara con otros países de la región, la realidad es que hoy tenemos menos compañías con presencia en el exterior que cincuenta años atrás.
—En este sentido, el comportamiento de Arcor se diferenció de otras empresas nacionales, que se diversificaron a varios negocios especulando con la rentabilidad que le aportaba en el corto plazo. Observando el modelo productivo argentino, también existe una diferencia cultural entre el empresario y el contratista o rentista, o sea, aquel empresario que exclusivamente trabaja con el Estado o depende de captar beneficios de las políticas públicas, a veces con escasa evaluación social. ¿Cuál es tu visión?
—Yo creo que la ambición de un empresario que compite en el mercado es distinta. En nuestro caso, al ser una empresa de consumo masivo, tenés una cabeza distinta de la del empresario que posee una compañía que presta un servicio público o que trabaja exclusivamente con el Estado, que te impone un precio o una tarifa. En Arcor nos preocupamos por mirar al consumidor y analizamos cuáles son sus exigencias para tratar de responder a ellas, sin especular con que el Estado nos dé un aumento o no. Por eso considero que son dos lógicas diferentes. El empresario que compite por ganar mercado debe actualizarse y superarse constantemente, y dentro de esa expansión está siempre presente tener la visión para captar las oportunidades de exportar. Este es el caso de Arcor, nuestro foco no está puesto en venderle al Estado sino en competir abiertamente en el mercado, mejorando nuestra eficiencia y creando empleo de calidad (…)
—A diferencia de otras sociedades del mundo, en la Argentina la valoración del empresario está sujeta a una mala ponderación. ¿Cuál es tu opinión al respecto?
—En nuestro país se ve con malos ojos al empresario, siempre se ha tenido una concepción del empresario como un oportunista –en el mal sentido de la palabra–, pero para mí un empresario es alguien que genera riqueza, lo cual significa asumir riesgos y generar nuevas empresas y empleos de calidad. Esa es la misión del empresario. No estoy seguro de que la sociedad lo interprete así, más bien me parece que existe una distorsión de lo que significa ser empresario en la Argentina, que no sé si está relacionada con una cuestión cultural. Lo que noto es que, en general, tenemos una sociedad que castiga el éxito.
Es difícil la sociedad argentina, lo podés ver desde el punto de vista de las autoridades que no valoran la importancia de tener empresarios que, independientemente de generar trabajo y riqueza, pueden dar bienestar a una localidad o a una provincia, o sea, no se valora que la actividad privada conlleva un efecto secundario. En el mundo de la educación también hay cierta desconfianza; persiste una idea de que si los empresarios o el sector privado quieren acercarse al ámbito educativo, es porque van a querer sacarle algo, en lugar de pensar en las oportunidades de interacción que pueden surgir. Además, la comunicación en la Argentina contribuye a esta confusión entre el empresario y el oportunista informal porque muchas veces se malinterpreta la palabra al calificar al que vende dos jugadores de fútbol como “el empresario del fútbol”, o al hablar “del empresario de la noche”. Esta idea se mezcla con la del empresario que genera desarrollo y empleo para el país. Me parece que es un tema que está presente en la sociedad, no solo en las autoridades, porque lo veo en distintos ámbitos y es algo difícil de cambiar.
La realidad es que si una sociedad quiere avanzar, tiene que haber empresarios competitivos que apuesten a la innovación y que puedan crear empleos de calidad. Al generar riqueza, el gobierno va a tener más recursos para brindar buenos servicios y oportunidades a la gente que lo necesita.
—Más allá de esta percepción que, como señalás, está muy arraigada en nuestra idiosincrasia, ¿creés que en nuestra historia hubo algún punto de quiebre que explique este deterioro en el vínculo con el sector privado?
—El otro punto tiene que ver con un fenómeno que tuvo su mayor expresión en los años 90, pero que continuó también en este nuevo milenio, y que influyó negativamente en cómo está representado el empresario argentino: en los 90 hubo una disminución del peso de las empresas argentinas en el país, del empresariado en su conjunto, porque muchos prefirieron hacer caja y desaparecieron numerosas empresas familiares en ese proceso. Las ventas se dieron por diversos motivos: algunos vieron que su compañía se encontraba tecnológicamente obsoleta y no podían continuar en carrera, otros por un problema de sucesión. Si bien existen casos de empresarios que se reciclaron en otros sectores, hubo muchos que no lo lograron.
—Durante los 90 se dio un cambio rotundo en el ecosistema de negocios, ¿considerás que esto significó una transformación de nuestro modelo de desarrollo?
—En ese momento se produjo un quiebre, pasamos de tener una economía semicerrada a que ingresaran muchas empresas internacionales a competir y a comprar posiciones de mercado. En la época de Arturo Frondizi –durante los años 60–, cuando venía el capital extranjero era con el objetivo de hacer nuevas plantas de productos que no se fabricaban en la Argentina, se instalaron para fabricar autos, para hacer las máquinas de escribir de Olivetti, se incorporaron hilanderías de fibras sintéticas y otras empresas de alimentos. Incluso la década de los 70 fue una época de mucha promoción industrial. Fue cuando se construyeron los polos petroquímicos, cuando Techint y Acindar hicieron sus plantas, Loma Negra se amplió y demás. En el sector papelero y en el petroquímico se prohibió la entrada de capital extranjero y con eso muchas empresas argentinas, que hasta entonces no tenían un gran tamaño, pudieron crecer. O sea que, inclusive en esa época, hubo una lógica industrial más fuerte que en los 90. Durante la década de los 90 y a partir de 2000, el problema fue que los capitales extranjeros vinieron a comprar posiciones de mercado, no a ampliar la capacidad productiva, con lo cual el aporte al desarrollo económico fue mucho más pobre. Esto erosionó al empresariado nacional porque en los 90 se vendieron las empresas de mayor tamaño. Eso es algo que hoy todavía se sufre.
—Efectivamente, la década de los 90 fue el periodo de mayor transnacionalización del país en términos de adquisiciones. ¿De qué manera impactaron estas transformaciones particularmente en el sector industrial?
—Fue un proceso de largo aliento; cuando vino la crisis de 2001 y entramos en default, las empresas globales no podían venir a la Argentina, y esa circunstancia fue aprovechada por una docena de grandes empresas brasileñas para comprar fuertes posiciones de mercado. El resultado fueron las grandes ventas que se hicieron de cervezas, el cemento de Amalia Fortabat o el petróleo del Grupo Pérez Companc. Fueron muy pocas las empresas que, como Toyota, vinieron a abrir una nueva fábrica.
El problema actual es que la Argentina dejó de ser productiva, la industria ya no tiene el peso que antes tenía. Eso es algo muy notorio cuando ves la relación que hay con los sindicatos. En los 70, cuando Carlos Leyba redactó el Plan Gelbard, los sectores sindicales más importantes eran la Unión Obrera Metalúrgica, Smata, y Sitrac-Sitram, o sea, los que venían de lo industrial-mecánico, y ese sector tenía muchísimos afiliados si lo comparamos con la representatividad que tienen hoy. Ahora, cuando el gobierno tiene que sentarse en una mesa de negociación lo hace incluyendo a los sectores del comercio y a las cooperativas de trabajadores informales.
—La composición de los sindicatos es un indicador relevante de la evolución que hubo en el modelo económico del país porque la presencia de la industria, además de ser un factor importante del desarrollo económico nacional, significaba movilidad social para los trabajadores.
—Esto lo vimos cuando Arcor abrió su planta en Tucumán: los padres de nuestros obreros trabajaban cosechando caña, entonces, pasar de esa actividad a la industria significaba un enorme avance, se trataba de generar riqueza. Imaginemos a alguien que entraba como aprendiz, a los diez años se convertía en oficial, con el aumento de salario y de posibilidades que eso significaba, se podían comprar su casa, un auto, se podían ir de vacaciones al hotel que el sindicato tenía en Córdoba o Mar del Plata.
—¿Creés que en los próximos años esta concepción del empresario puede cambiar?
—Es interesante si pensamos que, al menos en los últimos diez años, la idea del emprendedor tiene una ponderación más positiva que la del empresario. El tema es cuando el emprendedor es exitoso y se convierte en empresario; ahí es cuando comienza a pesar una imagen negativa. Al mismo tiempo, se olvida el riesgo que asume un empresario cuando tiene que invertir en un negocio. Es difícil, y más teniendo en cuenta una economía tan volátil como la argentina.
Como producto de que durante los 90 muchas familias tradicionales se retiraron de sus negocios y que existe una generación nueva que se recicló durante los últimos 25 años, lo que veo ahora es que hay una renovación de figuras en el sector privado. Estos jóvenes son parte de un modelo distinto de hacer negocios que puede modificar la percepción que se tiene del empresariado. Además, creo que esta renovación podría contribuir a resolver un problema que tenemos en nuestra macroeconomía, que está vinculado con la escasa cantidad de empresas que se generan y que logran prosperar a lo largo del tiempo. Si comparamos la cantidad de pymes que se crean en la Argentina hay una gran diferencia con otros países de Latinoamérica. ¿Cómo hacemos para generar más trabajo si no se crean nuevas empresas? Lo que también me parece positivo es que noto que hay mucha gente joven que entiende la necesidad de que se invierta en su provincia porque con el empleo público no se puede generar desarrollo. Hay gente que tiene inquietudes, que nota que en su provincia no puede tener las oportunidades que quiere, entonces emigra y va a buscar la inversión a otra parte. O sea, me parece que esta generación de emprendedores es un pilar importante y eso es algo que me identifica porque el emprendedurismo está dentro de Arcor desde su origen.
—Ciertamente, el recambio generacional de la clase empresarial le imprimirá nuevas características a un sector que además está transitando un nuevo paradigma tecnoproductivo asociado a la emergencia de nuevas tecnologías y disciplinas de la industria del conocimiento. ¿Cuáles creés que son las características que los diferencian de los empresarios de tu generación?
—Yo pienso que hay una visión del mundo distinta a la que tuvimos en nuestra generación. El empresario argentino siempre trabajó cuidando lo suyo y, tal vez, faltó una visión más estratégica a nivel global. Mi padre fue uno de los pocos que tuvieron una visión distinta porque Arcor logró exportar sus caramelos desde el año 67 a Estados Unidos. El empresario nuevo tiene una visión diferente, tiene la ambición de salir a competir a nivel global, quiere salir a la cancha con los principales jugadores del mercado internacional y esto tiene que ver con que esta generación creció con la globalización e internet.
Además, es cierto que estamos viviendo una transformación del sistema productivo basado en el software y lo digital. Mi generación aprendió desde que éramos chicos a generar valor con el modelo industrial de desarrollo, en cambio, los empresarios sub-40 crecieron con internet, teniendo la posibilidad de ver el mundo, de acceder a bibliotecas virtuales o cualquier otro recurso. Eso representa un cambio abismal en la mirada que se tiene de los negocios. El desafío es ver cómo nos reconvertimos, y no solo desde la tecnología, porque en estos cambios también hay que ver cómo se adapta la fuerza laboral, cómo se forman los nuevos talentos. Todo esto nos obliga a repensar nuestra actividad productiva. Estamos en otro mundo y eso significa pensar en otras reglas para desarrollar los negocios, esto es algo que los jóvenes ya lo tienen incorporado.
—Además de su espíritu emprendedor, Arcor también se caracteriza por una constante ambición de expandirse hacia otros mercados. Estos procesos de internacionalización te han permitido conocer las capacidades empresariales en distintos mercados, ¿cómo comparás al empresario argentino en relación con otros países?
—Lo que diferencia al empresario argentino respecto del resto de Latinoamérica es que el argentino tiene una ductilidad que no existe en ningún otro país. Cualquier persona de afuera mira la volatilidad y las crisis que tuvimos desde el Rodrigazo en adelante, y lo que le sorprende es la habilidad del empresario argentino de haber administrado todas esas crisis y seguir desarrollando capacidades a largo plazo. Eso demuestra un talento empresarial que no se encuentra en el resto de América Latina. Además, el argentino es creativo y con eso se destaca de otros pares. También creo que acá en la Argentina, pese a cómo se ha deteriorado la educación, todavía el talento en cuanto a recursos humanos sigue siendo muy bueno. Estos son tres factores que nos distinguen con respecto a otros países.
—Dadas las características de nuestra macroeconomía y las fluctuaciones que hubo a lo largo de la historia de la Argentina en el desarrollo de políticas públicas, ¿cuál es el peso que tienen estos factores para construir una buena reputación en el mundo?
—Creo que hay empresas argentinas que tienen una muy buena reputación a nivel internacional y eso tiene que ver, más que nada, con el día a día de cada empresa, con los valores y en la ética que esa empresa tiene. Creo que la construcción de una reputación está más en la empresa que en el país porque la realidad argentina es difícil. Si analizo el caso de Arcor, creo que tiene mucho más peso la imagen de la empresa que el país de origen en cómo nos ven en el mundo. ¿Cómo se logra la confianza?, creo que en eso influyen mucho los valores de los accionistas y la cultura que constituye a la empresa. Si vos tenés valores en tu casa, eso se traslada a tu trabajo y, para mí, uno de los valores que posee Arcor es que no tenemos nada que ocultar, somos transparentes y premiamos el esfuerzo, la capacidad de superación y cumplimos los contratos. Creo que todo eso es innato en Arcor.
—Todos los casos de desempeño exitoso contemporáneos se han dado en contextos de estabilidad macroeconómica, acompañados por una visión estratégica y una convergencia de los esfuerzos nacionales que se dan en un marco de vinculación entre el accionar gubernamental y las iniciativas del sector privado. ¿Qué opinás sobre la cooperación público-privada?
—Es fundamental que exista una sinergia entre lo público-privado, sobre todo, si miramos hacia el futuro. Necesitamos desarrollar capacidades y ampliar nuestro aparato productivo, para eso tenemos que mantener una constante innovación y prestarle mucha atención a la formación de talentos. La Argentina tiene muchas posibilidades, contamos con una buena calidad de recursos humanos, bien formados, que están en condiciones de desarrollarse en la industria del conocimiento. Esto es una oportunidad para generar trabajo de calidad para muchos jóvenes y también nos permite tener otra inserción en el mundo. Pero necesitamos que haya una coordinación, un plan con visión a largo plazo y proyectos de inversión. Las decisiones que toma una empresa deben contar con una proyección porque el impacto siempre es a futuro, y para eso es importante operar con una cierta previsibilidad. Tenemos que mirar al país con una perspectiva de cinco años que nos permita tener un horizonte.
Pienso que si el gobierno y el sector privado no acuerdan en tres o cuatro puntos básicos para poner al país en marcha, el panorama a futuro va a ser difícil.
—¿Cuáles son los puntos que se deberían consensuar entre el sector público y el privado?
—Creo que los temas prioritarios son una reforma impositiva de fondo, abordar el actual régimen laboral con vistas a darle una mayor flexibilidad –sobre todo en la Justicia laboral, porque con el actual sistema una pyme está muy expuesta a la quiebra–, potenciar la educación para darles una inserción laboral a los más jóvenes y atacar la pobreza, tenemos que ser capaces de armar un plan para incluir a todos en el sistema. Esos son los puntos más relevantes que requieren de un amplio consenso. Ojalá podamos disminuir la incertidumbre con la que tuvimos que lidiar durante décadas; esto fue el mayor ene-migo para las actividades productivas. Una visión compartida entre lo público y lo privado es fundamental para reactivar la productividad pero, para que esto suceda, tenemos que contar con un ambiente de negocios acompañado por políticas que generen incentivos y mercados competitivos. Además, es importante que exista una mayor cooperación entre la industria y el ámbito científico porque la innovación es clave para el desarrollo. Lo principal es entender que lo público y lo privado tienen que ir de la mano.
—En todos estos años desde que ejercés la presidencia de Arcor, ¿cuándo sentiste el mejor clima en términos de la cooperación pública, de la valoración?
—Si miro estos veintiocho años, diría que tuvimos ciclos; hubo momentos en los que pudimos construir plantas pero también circunstancias adversas, como la salida de la convertibilidad con la caída que eso significó. Creo que, desde el inicio de la convertibilidad hasta la Crisis del Tequila en el 95, fueron buenos años en los que nos sentimos acompañados. También la recuperación de la economía que vivimos entre 2003 y 2007, fue una etapa muy prolífica para Arcor (…).
—Desde tu rol como una de las figuras más destacadas del mundo empresarial, ¿cuáles son los principales desafíos que deberá enfrentar el país?
—Creo que los próximos años no van a ser fáciles; entre los empresarios hay una sensación como de río revuelto y como sociedad vamos a tener que enfrentar mucha desigualdad porque es la clase media, sobre todo, la que va a tener una caída abrupta de su poder adquisitivo y donde la presión fiscal se ha vuelto insostenible. Además de esta coyuntura, tenemos un 25% de pobreza estructural, gente que no tiene acceso a una vivienda digna, ni a un ingreso que le asegure mínimas condiciones de subsistencia. Todo ello contribuye a un desencanto generalizado con la clase política. Por todo esto, pienso que estamos en un momento bisagra en el que tendremos que generar amplios consensos para salir adelante y, en este sentido, creo que a los empresarios nos va a tocar asumir un rol importante en el debate público.
En cuanto al mundo empresarial, uno de los temas principales de nuestra agenda debería ser cómo lograr el compromiso de las nuevas generaciones, descubriendo cuáles son sus motivaciones. Esto es clave para poder ofrecer una propuesta de valor atractiva y aspiracional para los jóvenes. La Argentina debe reconstruir a su clase empresarial.
☛ Título El gen empresarial
☛ Autor Luis Pagani
☛ Editorial Sudamericana
Datos sobre el autor
Nació el 28 de junio de 1957. Es contador público nacional por la Universidad Nacional de Córdoba y cuenta con una especialización en Marketing de la New York University.
Ingresó a Grupo Arcor como director comercial en 1986 y asumió su presidencia en 1993, posición que ocupa hasta la actualidad.
Desde 2009 es miembro de número en el Sitial F. S. Pagani de la Academia Nacional de Ciencias de la Empresa y en 2017 fue designado como chair de la taskforce de Sustainable Food System del B20, capítulo de negocios del G20.