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Caras de la democracia

El poder de la extrema derecha.

En Desquiciados, Alejandro Grimson y un equipo formidable de autoras y autores iluminan el fenómeno desde todos los ángulos para captar en qué se diferencia y en qué se parece a otras fuerzas de derecha en la Argentina y a líderes globales como Trump o Bolsonaro. Foto: afp

El desquiciado es el otro? Todos estamos atravesados por el desquicio de una crisis muy prolongada y extensa, en la que se suceden y se acumulan los efectos de la alta inflación, la pospandemia, el cambio climático, la desaparición del Estado ante la epidemia de dengue, el dólar alto o el dólar bajo, la recesión, los insultos. “¡El mundo está fuera de quicio!”, sentenciaba Hamlet hace más de cuatro siglos. ¿Se sale de quicio cada tanto? El mundo, desde ya; y la Argentina, por cierto, no es la excepción. Lo sentimos porque es imposible terminar de acostumbrarse a que “algo está podrido en Dinamarca”. La mitad del país no está de acuerdo con la otra mitad en la definición misma de qué está podrido y desde cuándo. Este libro es un aporte colectivo para una reflexión necesaria.

El 10 de diciembre de 2023, ocurrió un hecho insólito en la Argentina. El mismo día en que se celebraban cuarenta años de democracia, un récord para el país, asumía un gobierno de extrema derecha. La Argentina, capital americana de los derechos humanos, se convertía en capital americana de la derecha radical. Javier Milei derrotó en las urnas al peronismo con más del 55% de los votos.

Este acontecimiento plantea numerosos interrogantes. Responderlos será clave para entender el futuro de la democracia en nuestro país. ¿Cuáles son las causas de este triunfo? ¿Se trata de un fenómeno global? ¿Se debe a los déficits económicos y políticos del gobierno anterior? ¿Cuáles son las condiciones económicas, políticas, sociales y culturales que pueden generar una crisis de la democracia? ¿Por qué hablamos de derecha extrema o derecha radical? ¿Son autoritarios? ¿Son neoliberales? ¿Está realmente en riesgo la democracia?

En el mundo, estamos viviendo un período similar al de entreguerras, ese lapso de altísima inestabilidad marcado por el fin de la Primera Guerra Mundial y el inicio de la Segunda. ¿Puede en este caso terminar diferente?

Si observamos Europa, los Estados Unidos y América Latina, se destacan dos fenómenos de crecimiento vertiginoso de la derecha extrema. En ciertos casos, surgen nuevas fuerzas y, en otros, se radicalizan partidos de derecha preexistentes. En la Argentina, sucedieron ambas cosas a la vez, personificadas en la elección de 2023 por Javier Milei, Patricia Bullrich y Mauricio Macri. Finalmente, todos confluyeron en el gobierno.

Sin dudas, para que triunfara Milei, algo del cristal del pacto democrático del “Nunca Más”, forjado desde los años 80 con esa escena inaugural que fue el Juicio a las Juntas Militares y el repudio a la violencia política, se quebró. Sin embargo, esto tiene matices y el Nunca Más,”aun debilitado,–sigue interviniendo, porque el respeto a la convivencia plural no es un fenómeno de “todo o nada”, sino algo más complejo, tanto en el plano del sentido común, como en el de la dinámica política.

¿Cuáles son los desafíos del campo democrático ante el crecimiento de las derechas extremas? Empecemos por una cuestión básica: es necesario comprender el fenómeno para poder enfrentarlo. Por eso publicamos este libro.

Hay una máxima de la antropología que este volumen interdisciplinario intenta poner en práctica: “Necesitamos comprender aquello que no podemos compartir”. Todos los autores involucrados son personas fuertemente comprometidas con la democracia. Por eso han destinado tiempo y esfuerzo a entender algunas de las facetas de este fenómeno que llegó para quedarse entre nosotros. Más allá de liderazgos individuales, de éxitos o fracasos coyunturales, esa corriente social, cultural y política será parte del panorama argentino y global durante varios años. Es mejor entenderla.

El presente volumen no es una compilación de textos que cada persona escribió en soledad. Es el resultado de haber intercambiado ideas e hipótesis de trabajo como colectivo de investigación durante un año, con reuniones periódicas y algunas muy intensivas. Así, en ese diálogo, fueron tomando forma los temas y los abordajes de cada texto, que le deben tanto a cada autor como al diálogo compartido.

¿Libertario o neoliberal?

Hay una serie de sutilezas en las formas de designación y autopercepción que es importante considerar para entender el caso Milei. ¿Por qué Javier Milei no se llama a sí mismo liberal a secas? Históricamente, la filosofía política liberal ha estado atravesada, en la Argentina, por una contradicción entre el pluralismo que dice defender y la estigmatización desenfrenada de la alteridad social o política. “Civilización o barbarie””no es una dicotomía entre iguales. Unos deben prevalecer y exterminar a los otros. No se acepta la libertad para aquello considerado “barbarie” (que, obviamente, siempre está encarnada en el “otro”).

Así y todo, figuras como Alberdi, Sarmiento o Roca, de maneras muy distintas, crearon y construyeron Estado: leyes, impuestos, moneda, escuelas gratuitas y laicas. Los desvelaba forjar “una nación en el desierto””en un país con escasa población originaria. Así organizaron la Argentina liberal sin pluralismo político, pero con un Estado laico que encabezó la alfabetización y la educación gratuita. “Demasiado Estado”, para Milei, el de fines del siglo XIX.

Sumemos a esto que en el siglo XX hubo una corriente de liberalismo social, entendida como alternativa y oposición a los conservadores. Los liberales son aquellos que están a favor de que nadie dicte cómo hay que hablar, vestir o en qué dios creer, y rechazan que el Estado vigile a los ciudadanos. Por eso mismo, hasta hoy, en los Estados Unidos liberal (pronunciado con acento en la “i”) equivale a progresista, de centroizquierda. Pero ¿libertarios? Los verdaderos libertarios eran los anarquistas. Los anarquistas de la República Española o del movimiento obrero argentino buscaban la emancipación frente al capitalismo o cualquier otra forma de explotación. Libertad, para ellos, era romper las cadenas del yugo, encarnado tanto en los “patrones” como en el Estado.

¿De dónde viene la palabra “neoliberal”? En 1938 el término “neoliberalismo” se utilizó en un coloquio en París al que asistieron las dos grandes referencias de la escuela austríaca, Friedrich Hayek y Ludwig von Mises, y otras diez personalidades. Buscaban así distinguirse del liberalismo político, al que consideraban desacreditado y responsable de la situación crítica que padecía Europa. Puestos a elegir, preferían una dictadura que garantizara el libre mercado a una democracia que estableciera firmes regulaciones al capital. Por eso el apoyo de Hayek a Pinochet.

Después de décadas de un Estado que generaba leyes y regulaciones, la ofensiva neoliberal iniciada en los años setenta buscó debilitar el poder estatal. Y lo logró con contundencia. Además, coincidió con una etapa de la globalización que facilitaba la erosión de las soberanías estatales. Por ejemplo, se incrementó la cantidad de millonarios que se mudan de un país a otro para pagar menos impuestos, algo impensable cincuenta años atrás. Relocalizan sus residencias legales, sus empresas y chantajean con hacer lo mismo con sus inversiones: domestican a los Estados, luchan por su libertad. La libertad que grita Milei es la del capital frente a los ciudadanos organizados y al Estado.

Milei no encabeza una fuerza liberal. De hecho, en el mundo se los conoce como “iliberales”. Se trata de una corriente global que, cuando puede, encarcela a sus opositores (como en Brasil), incentiva la ocupación del Capitolio (como en los Estados Unidos), restringe las libertades civiles y guarda silencio cómplice si intentan asesinar a sus contrincantes políticos (como en la Argentina). Si la entrevista que el comentarista político conservador Tucker Carlson le realizó a Javier Milei alcanzó millones de visualizaciones, es porque hay un relevante apoyo internacional para que la Argentina sea el experimento “libertario” de nuevo tipo. El objeto del experimento somos nosotros.

Las palabras y especialmente las formas de identificarse o de identificar a los otros son un capítulo crucial de la lucha política. Hay términos, como “populista”, que han sido aplicados a fenómenos tan contrapuestos que pierden cualquier utilidad. En el caso de Milei, su discurso contra la “casta” durante la campaña electoral remite con claridad a lo que se considera una retórica “populista” clásica. Pero una vez llegado al gobierno, es evidente que contra la “casta” solamente habla, porque las medidas afectan gravemente a todos los habitantes de un país que puede batir un nuevo récord de población bajo la línea de pobreza.

 Creo que es importante clarificar el término “anarcocapitalismo”. No existe el capitalismo sin ley de propiedad privada y sin fuerzas de seguridad que garanticen el cumplimiento de la ley. Por lo tanto, nunca hubo ni habrá capitalismo sin Estado. De modo literal, no habrá “anarcocapitalismo”. Lo que hacen los neoliberales cuando gobiernan un Estado es impulsar la total libertad para el gran capital. En el Tercer Mundo, libertad para endeudar a los países y llevarse decenas de miles de millones de dólares. ¿O acaso el gobierno actual respetó la libertad de las paritarias entre empresarios y sindicatos? ¿Vieron a algún funcionario defender la libertad de quienes piensan distinto de ellos? Los libertarios están en contra de la libertad de cátedra en la universidad y la llaman “adoctrinamiento”. ¿Dónde empieza el adoctrinamiento al enseñar historia argentina? ¿Cuando se dice que las Malvinas son argentinas? ¿Que San Martín soñó con la Patria Grande? ¿Que hubo un genocidio? ¿Que hubo mujeres que protagonizaron la historia y que por eso sus retratos adornaban un salón de la Casa Rosada, que el Gobierno decidió desmantelar y rebautizar Salón de los Próceres? A los periodistas que los critican los llaman “imbéciles ensobrados”, celebran la crisis de un diario en vez de celebrar la pluralidad de voces. Creo que habría que hacer una lista de qué libertades se celebran con esa frase que termina en “carajo”. Muchas de las fundamentales quedarían fuera.

Liminaridad democrática

Las extremas derechas están presentes en todos los parlamentos europeos y gobiernan países poderosos. ¿Pueden terminar con la democracia?

Dada la complejidad de la época que atravesamos, necesitamos un concepto que aluda a regímenes híbridos, a situaciones de frontera. Por eso, hablamos de “liminaridad democrática”. Las situaciones-borde se multiplican, se replican. Las tendencias en favor y en contra de la vigencia del Estado de derecho se cruzan en ambas direcciones. Es mejor proponer una categoría para entender lo que sucede, que ceñirse exclusivamente a describir esos desplazamientos.

¿Qué es la democracia? Aquí estamos hablando de las democracias realmente existentes en Europa y en América. Es decir, democracias liberales, con sus virtudes y defectos. Lo “otro” de esas democracias fueron básicamente el fascismo y el nazismo en Europa, los golpes de Estado en América Latina y los regímenes comunistas.

Por un lado, existe una extensa tradición social para pensar la democracia. El pensamiento crítico puede afirmar que allí donde no hay igualdades sociales básicas es cuestionable hablar stricto sensu de democracia. También hay una producción teórica y política sobre una democracia participativa, radical, igualitaria. Todo esto será parte del debate futuro.

La democracia que hoy está en crisis puede encajar en la definición minimalista que propone Adam Przeworski: “La democracia es un acuerdo político en el cual las personas deciden su gobierno mediante elecciones y cuentan con una razonable posibilidad de destituir a los gobiernos en funciones que no sean de su agrado””(2022: 28). En nuestra visión, hay una conexión inexorable entre democracia y buen gobierno. Pero los casos que analizamos implican que esa definición minimalista está en crisis o en riesgo. Larry Diamond ya había señalado en 2015 que nos hemos internado en un período de recesión democrática.

En una democracia estable, la población apoya claramente al régimen de gobierno, la representación política funciona, las tensiones entre poderes no ponen en riesgo dimensiones constitucionales y el antagonismo político se mantiene dentro de ciertos límites (por ejemplo, que no impulsan a la violencia política). En cambio, en una situación de liminaridad democrática puede haber crisis de representación parcial o coyunturalmente paliada con un liderazgo carismático, las tensiones entre poderes pueden escalar hasta llevar al límite el régimen vigente y el antagonismo político es creciente, lo cual impide prever si se mantendrá una convivencia pacífica y plural.

Además de haber contextos democráticos y de liminaridad, existen los colapsos democráticos. Entendemos el colapso como la muerte de un régimen democrático, como fue la Alemania de 1933, la Argentina de 1976, el Chile de 1973 o tantos otros. En estos casos, es bastante sencillo decir que un día había democracia (con sus crisis) y que un mes después, ya no. No hubo liminaridad.

Ahora bien, en la actualidad es frecuente que no haya un día final de la democracia, sino procesos que a veces llevan varios años. En Cómo mueren las democracias, Levitsky y Ziblatt argumentan en ese sentido acerca de regímenes como los de Trump, Bolsonaro, Orbán y otros. En algunos casos, hubo elecciones competitivas y ellos mismos fueron derrotados, lo cual no significa que no fueran un fenómeno de masas, sino que la regla de Przeworski (el oficialismo puede perder elecciones) sigue vigente. Estos períodos de indefinición, donde existen restricciones democráticas y gobiernan fuerzas antidemocráticas, pero todavía no puede saberse si habrá o no un colapso, son los que definimos como “liminaridad democrática”.

Mientras que durante la Guerra Fría tres de cada cuatro democracias cayeron por golpes de Estado, las democracias hoy mueren no por esa razón –cada vez más infrecuente–, sino porque los propios gobernantes producen daños graves. En estos nuevos procesos prolongados, la muerte de la democracia puede resultar imperceptible y, agregamos nosotros, la historia no camina en una sola dirección: pueden debilitarse y también fortalecerse.

Cuando surge una fuerza de derecha extrema, las democracias, sus ciudadanos, sus jueces, sus líderes políticos se plantean una serie de preguntas: ¿puede haber convivencia pacífica con grupos que la rechazan? ¿Cómo mantener el indiscutible respeto por las ideas del otro sin aceptar que crucen límites que dañan la vida plural? ¿Hasta qué punto una campaña de denuncia del carácter antidemocrático de un grupo puede favorecer los intereses de ese mismo grupo? ¿Se puede permanecer en silencio cuando líderes autoritarios y antidemocráticos acceden al poder? 

Hay mucho para evaluar en cada contexto específico. La experiencia histórica muestra que un outsider ocupa el centro del poder sin que medie un golpe de Estado, si hubo sectores del establishment que tuvieron gestos o complicidades con ese espacio extremista. Por eso, de la lectura de Levitsky y Ziblatt se deriva que las fuerzas democráticas deben hacer un cordón sanitario. Lo contrario de lo que hicieron el rey de Italia con Mussolini o el presidente alemán Von Hindenburg con Hitler. Jamás aliarse en ningún punto, jamás hablar bien de los extremistas, jamás participar en ningún nivel de sus gobiernos. Marcar una frontera clara y contundente, justamente la que ellos intentan borrar. No alabarlos ni como rebeldes, simpáticos o patriotas; no hacer chistes en actos públicos con ellos; expulsar de las fuerzas democráticas a todos los dirigentes o militantes que acepten ser ministros o funcionarios de gobiernos de extrema derecha.

Pero si ganaron elecciones, ¿son gobiernos antidemocráticos? Si ganaron elecciones, tienen un origen democrático. Hitler accedió al poder por la vía electoral y una vez allí prohibió al resto de los partidos, cerró el Parlamento e inició la represión. Para que los gobiernos sigan siendo democráticos deben actuar en el marco de la Constitución y de la ley. Esto ha llevado a innumerables debates, dado que esos gobiernos han cruzado una y otra vez la frontera que separa lo democrático de lo autoritario. Al mismo tiempo, dos casos icónicos, como son Trump y Bolsonaro, decidieron ir por la reelección y perdieron. Que el oficialismo sea derrotado constituye un dato crucial para saber en qué lugar preciso de la liminaridad se encuentra. Por supuesto que después de perder actuaron de forma antidemocrática, violenta e insólita con la invasión al Capitolio y a la Plaza de los Tres Poderes.

 

☛ Título: Desquiciados

☛ Autor: Alejandro Grimson

☛ Editorial: SXXI Editores
 

Datos del autor 

Es doctor en Antropología por la Universidad de Brasilia. Ha investigado culturas políticas, identidades, movimientos sociales, zonas de frontera e interculturalidad. 

Es autor de ¿Qué es el peronismo? y de Mitomanías argentinas, donde propuso un modo de abordaje crítico del sentido común, Mitomanías de la educación argentina (con Emilio Tenti Fanfani) y Mitomanías de los sexos (con Eleonor Faur), todos publicados por Siglo XXI.

Su libro Los límites de la cultura mereció en 2012 el Premio al Mejor Libro Iberoamericano que concede la Asociación de Estudios Latinoamericanos (LASA). 

Ha dictado conferencias y cursos en numerosas universidades del país y del extranjero. Es investigador principal del Conicet y profesor de la Escuela Idaes-Unsam.