Activismo cultural y político
Cualquier repaso histórico sobre la izquierda intelectual argentina de finales del siglo XX debe comenzar por los años sesenta y setenta, décadas en que una nueva generación de jóvenes, cuyos intereses culturales estaban significantemente entretejidos con los políticos, jugaron un rol fundamental en los asuntos públicos. Fue dentro de esta generación que los futuros miembros de Punto de Vista dieron sus primeros pasos hacia un activismo cultural y político y comenzaron, también, a editar revistas. Con el fin de seguir su recorrido, trazaremos un arco temporal que va desde el floreciente ambiente cultural que caracterizó a los sesenta hasta su deriva en la politización de la actividad intelectual que caracterizó a la década siguiente, analizando estas décadas por separado.
En su estudio fundacional sobre la cultura intelectual argentina, el filósofo Oscar Terán, perteneciente a dicha generación y coeditor de Punto de Vista en sus últimos años, afirmaba: “Quien en aquellos años conoció la esperanza ya no olvida: la sigue buscando bajo todos los cielos, entre todos los hombres, entre todas las mujeres”. Parafraseando un famoso fragmento de El laberinto de la soledad, de Octavio Paz, Terán le agregaba a la cita un “aquellos años” para referirse a los sesenta, no sin cierta añoranza colectiva (de ahí que el título del libro sea Nuestros años sesentas) sobre su propio pasado juvenil.
Se trató de un período, tanto en la Argentina como en otros países, de cambios vertiginosos que incluyeron una modernización de la cultura y las costumbres, la modificación de normas sociales, la ampliación de las clases medias y la creciente movilización política de la juventud. Hablar de los sesenta en la Argentina es hablar de un clima cultural específico, casi mítico, de la historia cultural. En sintonía con la frase de Terán, Beatriz Sarlo una vez dijo que “hubo un momento de los años ochenta en el cual todos teníamos un libro sobre los años sesenta en carpeta”. ¿Por qué los sesenta fueron tan importantes para esta generación? ¿Y por qué deberíamos comenzar por rastrear los orígenes de la izquierda intelectual argentina de fin de siglo en ese momento?
En primer lugar, esta década representa el epítome de la modernización cultural: fueron los años en que la clase media comenzó a ir en masa al cine para ver las películas de Ingmar Bergman, hacer terapia psicoanalítica, visitar las galerías y las muestras del Instituto Di Tella y consumir literatura. A diferencia de otros momentos históricos en los que prevalece un retorno al pasado y las tradiciones, los sesenta fueron testigo de una avidez por la novedad y la vanguardia. Como ha sostenido John King: “Este período presenta un desplazamiento de la élite a la cultura masiva, y una expansión del mercado de los productos culturales”. Mientras que, hasta mediados de los cincuenta, la esfera cultural había estado dominada mayormente por élites que no solo lo eran en un sentido económico sino también intelectual, hacia la década del sesenta, al tiempo que la educación universitaria se volvía accesible para sectores más amplios de la sociedad, emergían grupos culturales más plebeyos.
En consecuencia, las nuevas élites intelectuales ya no estaban conformadas de manera exclusiva por miembros de familias pudientes, sino que provenían, también, de la clase media. Fue en este contexto que se dio el surgimiento de la llamada “nueva izquierda argentina”, la que jugaría un rol clave en la introducción de teorías marxistas, psicoanalíticas y estructuralistas, y alimentaría el hecho de que, hacia fines de la década, la predominancia de los debates culturales entre las élites intelectuales exacerbara su compromiso político, en lo que se conoció como el pasaje del “intelectual comprometido” al “intelectual orgánico”. La primera mitad de los setenta en la Argentina estuvo signada, por lo tanto, por una escalada de la retórica revolucionaria y, en el caso de algunas organizaciones, por acciones guerrilleras.
Los miembros de Punto de Vista fueron parte de este clima cultural, y en él, en gran medida, construyeron su identidad. Los libros que leyeron, las revistas que editaron y los espacios sociales que compartieron contribuyeron a dar forma a su cosmovisión.
Por otro lado, la revista no surgió en el vacío. Aunque salió a la luz por primera vez en 1978, cuando la producción cultural atravesaba una crisis y había muy pocas publicaciones, siguió el modelo de revistas antecesoras. Además, los editores establecieron un diálogo constante con el pasado y, sobre todo durante los ochenta, convirtieron a la revista en una plataforma desde la cual reflexionar acerca de la experiencia de los culturalmente agitados sesenta y los politizados setenta.
*Autora de Punto de Vista, SXXI Editores (fragmento).