El fútbol no es normal ni siquiera cuando hay sol
Escribo esta nota con 40 grados de sensación térmica, sin electricidad desde hace 24 horas y sin agua desde hace un rato. La escribo en una computadora que me prestaron, en un bar al que le anda el wifi, yo que no sé lo que es una notebook (¡no tiene mouse!, ¡cómo hacen para escribir!). Todo tiene un aire apocalíptico, que tal vez sea una buena palabra para definir estos tiempos en los que la crueldad se volvió cool y el empobrecimiento masivo, una política de Estado. Y pensando en algo no tan extremo como lo apocalíptico, pensé en esos partidos jugados en situaciones difíciles, bajo diluvios, o en los que se corta la luz, con gran neblina, calor inmenso, o cosas así. Sin ir más lejos, como el Banfield-Independiente del otro día, suspendido por la lluvia y la inundación de campo de juego. A esos partidos se los suele llamar “desnaturalizados”, y seguramente el término es el correcto. Pero hay algo de ese fútbol jugado en situaciones extremas (que también incluye los partidos en Bolivia a gran altura) que me atrae. Es como si en esos casos el fútbol, habitualmente atrapado por los negocios (¡la FIFA acaba de anunciar que en los entretiempos de los partidos del próximo Mundial va a haber espectáculos, siguiendo la estética idiota del marketing estadounidense!), atrapado por las sospechas de corrupción, por el esponsoreo salvaje de casas de apuestas que deberían estar prohibidas, por el ego insoportable de los jugadores, por el maltrato a los hinchas (¿mencionar el estado de los baños públicos en los estadios es de fifí?) y por decenas de cosas más, es como si en el medio de todo eso, jugar en situaciones extremas le devolviera al fútbol algo de su carácter épico perdido. Porque, además, esa clase de partidos iguala las cosas (tal vez hacia abajo, sí, ¿y cuál es el problema?) y el menos fuerte le puede ganar al poderoso. Bajo el diluvio, juegan mejor los jugadores con picardía que los tecnócratas del pase hacia el costado y el fútbol posicional. En la altura se adaptan mejor los raros, como Di María, que es un correcaminos allá arriba, igual que como lo es en el llano. Bajo un diluvio atroz Maradona pudo tirarse de panza, para festejar, como técnico, un gol salvador de Palermo, y Palermo ganarse un lugar para el Mundial, donde terminó haciendo un gol: el gol del jugador argentino más veterano en marcar en un Mundial (obviamente Palermo era épico, debería algún día escribir una nota toda entera sobre él y su épica).
Después, cuando termina la lluvia, o cuando pasa el calor, o cuando todas las luces de la cancha funcionan bien, o cuando la neblina se disipa, todo vuelve a la normalidad: Boca queda eliminado de esto o de lo otro, River tampoco juega a nada, Vélez, el campeón, pasa las primeras 8 fechas sin marcar un gol (récord total para el arranque de un campeón en el campeonato siguiente)… No, me temo que el fútbol no es normal. Ni siquiera cuando hay sol, y hermosos 18 grados. Tal vez por eso nos guste tanto, por su deformidad, su extrañeza, la incerteza de cada domingo.
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