crítica

Ya no son palabras

Soy una tumba. Foto: cedoc

Soy una tumba hace mucho más que sorprender: subraya las paredes de lo real para mostrar ese inverosímil inalterable que es la nueva versión que hacemos a medida que los recuerdos se diluyen. Y también aquello que se constituye por la resonancia de las palabras, solitarias, pesadas, piedras de un deseo, una promesa, conteniendo mucho más que el significado. Es que hay un pacto detrás de la promesa. Ser una tumba, ser el silencio, especie de epitafio entre dos que resulta fórmula de ficción.

La abuela, cuasi bruja, adivina (ah, divina), es la que cría al párvulo de la familia disfuncional, a fuerza de severa imposición de consignas tras la fachada religiosa, pero con una boca que muestra faltas de ataduras. Se va de boca la señora, y con ella escapan los sucesos pasados, presentes, también una declinación del futuro. Porque hay uno que es este relato consumándose, dando de sí el todo y las partes de lo posible, ya que narra el niño en su asimilación y trasgresión de límites, paso a paso, de manera que será un hombrecito en ciernes, también testigo de la decadencia de ese cuerpo-abuela.

Pero es donde retona lo real. Esa socialización escolar, de vacaciones, la penumbra familiar, los por qué de una vida solitaria, hacen de la abuela el eje del universo argentino de los últimos 40 años. Un símbolo como conciencia cuasi sonámbula que nada perdona, ni la moral, ni las costumbres, hasta su simpático rechazo por el peronismo resulta más peronista que los actuales gestos de horror. Es que el giro argentino resulta confuso, puro movimiento y estertor. ¿Por qué festejamos si estaba todo diseñado por la intervención mágica de esa mujer que hace valer el peso de las palabras?

Eso pregunta Báñez, pero lo hace con la exposición de la herida que los significados ya urdieron en lo inefable. Somos esos pequeños rastros crédulos, esa fe lúcida con la que cerrar los ojos es eliminar el peligro, reacciones infantiles como experiencia, fases a repetir durante toda la vida, con otros gestos, disimulando eses abismo que es el destino.

Y sin embargo, o pese a todo límite, aquí ocurre la novela. La dificultad es una oportunidad, así el escritor asiste a la escena de la devastación que asoma. Un desliz por debajo de la puerta de la ficción, mensaje, partícula de un paisaje desolado, es la depresión. El fantasma se configura y el texto lo agita para desacralizar el tratamiento, o la trata, porque de eso se trata. ¿Traficamos nuestros límites para perdurar como especie? ¿Por qué nos engañamos con el infinito? 

El pase de magia es cómo esa mujer cuestiona los efectos del pase: “La culpa es mía por haber puesto en el centro lo que no se tiene que pedir. ¿O es que me estaré poniendo vieja? ¿Sí, puede ser eso? La energía puede ser infinita allá arriba, pero acá, acá en la tierra, es finita como todo. Finita y bien hija de puta”. ¿Y si la magia es nuestro acto de leer Soy una tumba? ¿Perdernos en las palabras es buscar el epitafio en todas las páginas? Lean este libro desnudos, sin pudor.

 

Autor:  Facundo Báñez  

Género: novela

Otra obra del autor: Sueño macho; Un león en la trinchera (la historia del soldado que se enamoró de Estudiantes) ; Zorro Viejo (la leyenda de Osvaldo Zubeldía)

Editorial: La Docta Ignorancia, $ 15.890