nuevas librerías

Usina de lectura

Primero fue la pandemia, luego una feroz devaluación, suba de tarifas e impuestos y una recesión que no encuentra techo. Sin embargo, y pese a todos los pronósticos, son muchas las librerías que, tanto en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires como en las provincias, han abierto sus puertas en los últimos meses. ¿Las claves? Emprendedores con dilatada trayectoria en el sector editorial, convertir a los locales en espacios culturales de usos múltiples y, sobre todo, confiar en el oficio del librero. Los involucrados cuentan sus experiencias. Pasen, y lean.

Maridaje. Paulina Cossi y Paola Lucantis –con amplia experiencia en el universo editorial– de Te llamaré viernes (La Pampa 1569); además de presentaciones de libros, se realizan catas de vino en las cuales comparten mesa bodegueros, autores y público. Foto: cedoc

Existen varias patrias. Están las ligadas a los territorios y están las que hay que imaginar. Otras son la infancia. Y cada vez más las que se encuentran en las cuadras de los barrios. Patrias literarias que levantan barreras y pueblan de nuevas voces comunidades de cabezas parlantes. Son nuevas librerías que sorprenden al ciudadano. Laten en pequeños o grandes locales, algunas con más o menos anaqueles o espacios para charlas, talleres, arte, vinilos o catas, y todas hacen patrias. Que era otra manera de llamar a las librerías en las palabras de Natu Poblet y Héctor Yánover, almas de Clásica y Moderna y Norte, dos libreros, dos modelos de librerías de identidad y difusión cultural, hoy revalorizados y continuados en cada libro recomendado por los jóvenes libreros, y que abren la posibilidades de supervivencia y utopía.  

“Estamos caminando con la misma prepotencia con la que comenzamos y listos siempre para esgrimir, cuando sea necesario, un cross a la mandíbula y seguir parados y compartiendo todo lo que encierra el corazón del libro y abrirlo para todo el que se acerca”, asegura Sebastián Quiroga, quien empezó hace una década en Villa Mercedes, San Luis, Los libros del fenicio (Buenos Aires 101), y que sumó un nuevo local en la capital provincial el año pasado, en Junín 741. Y a dos mil kilómetros, en Puerto San Julián, Santa Cruz, Paula Tato Vázquez de La Tonina Obrera (Avenida San Martín 368), redondea, “Era necesaria una librería, es lo que suelen decir nuestros clientes y vecinos. Escuchamos repercusiones muchas veces en medios locales que no esperamos, nos sorprenden, nos alegran mucho y nos dan fuerza para continuar a pesar de los contextos complejos. Estas últimas semanas por ejemplo, en una entrevista radial, un grupo de escritores locales expresaron espontáneamente lo bien que le hacía a San Julián contar con una librería”, enmarca de este flamante emprendimiento cultural y que es la única de la ciudad austral, y casi de la región, ya que hace poco cerraron librerías tradicionales de Río Gallegos y Caleta Olivia. Una negra lista que se suma en Buenos Aires a los cierres de Fray Mocho y Gauderio, ambas de Balvanera. 

“Todos preguntaban lo mismo, “¿A qué locos se les ocurre abrir una librería? A nosotros”, arranca acodado Víctor Malumián en Metonimia (Amenábar 3656),  la nueva librería en el porteño Saavedra que abrió hace unos meses con Hernán López Winne, su socio en la Ediciones Godot, la distribuidora Carbono y la Feria de Editores, “Primero hay que agradecer la generosidad de las editoriales que confiaron su material. Y después, más allá de la peor recesión que yo recuerde, en general, en este país, nunca existe un momento que digas hay que jugársela. Uno piensa que un presidente, te guste o no, puede durar ocho años. Y es una vida. No podés estar tanto tiempo en pausa. Claro, que también, nosotros hacemos los cálculos y por eso abrimos una librería de veinte metros cuadrados, y no un centro cultural, como nos hubiera encantado”, coincide en el realista panorama con la opinión de los demás libreros; que representan en conjunto a más de mil en las cifras oficiales en el país, y que convierte a la Argentina en uno de los países que más librerías por habitante posee en el mundo, encima de Brasil y México, según la Universidad de San Martín. 

Y que desde mediados de la década pasada registró la apertura entusiasta de nuevas librerías en distintas ciudades, por citar, en la capital federal, en los últimas minutos antes de la pandemia, pegaron el grito Suerte Maldita (Serrano 1394) del escritor y librero Luis Mey, junto a la cuentista Ana López y el poeta Silvio Santantonio, y Salvaje Federal, con la escritora Selva Almada entre las gestoras de esta librería. Librerías nuevas, que dependiendo los tamaños y las canales de difusión –las redes son los preferidos de estas nuevas proas culturales–, oscilan en ventas de doscientos a quinientos libros mensuales. “Aunque mayo fue terrorífico”, advierte Nacho Carjuzaa, el librero que convocaron en Metonimia. El panorama es un caída libre de menos títulos nuevos y menos tiradas, retratados duramente en los últimos informes mensuales de la Cámara del Libro, y una Feria del Libro que acusó el golpe ese mismo mes de mayo, con hasta un 25% menos de ventas. Afortunadamente en agosto la Feria de Editores volvió a exhibir guarismos alentadores.    

“De modo tal que un contexto económico como el que tenemos está llevando al cierre a más de un librero, más que a la apertura de nuevas librerías, y si cae la Ley del Libro, esto se va a acrecentar. Al mismo tiempo surgen otros espacios o formas de presentar y vender libros y que se denominan librerías para lo cual habría que repensar qué es una librería hoy, o que quiere imponerse como tal”, redondea Quiroga, quien en tándem a su compañera Natalia empezó en el circuito de anticuarios y ferias independientes de principios de los dos mil, además editando la revista multimedia de poesía y artes, interrup/ciones, y que luego abriendo librerías en su tierra natal, en dos sedes, conquistó a lectores y escritores puntanos, y de otras latitudes, con un sabroso pericón de libros, diseño, chocolates y vinos. 

Platos voladores cargados de libros. Y falló la lotería. Manuel Gleizer no logró vender varios enteros en su negocio en la vieja calle Triunvirato al 500, y en 1921, decidió hacerse librero con La Cultura. La tómbola apuntó a cantar pleno Villa Crespo en el mapa de la cultura argentina. Y en ese barrio proletario alejado del centro congregó a charlas y berretines que cruzaron a Jorge Luis Borges con Roberto Arlt, a Leopoldo Marechal con Macedonio Fernández. Un polo cultural que fue más que una librería, luego la notable editorial, porque construyó puente fecundo entre grupos que alimentaron mentes despiertas. Ignacio Iraola, el editor, corrige Nacho “publicador”, de Planeta en los últimos treinta años, con Naesqui en Villa Ortúzar (Charlone 1400) se puso la camiseta que dejó Don Manuel, inaugurando en junio pasado un espacio cultural más librería y café. Y la empezó a transpirar en un cuadrante que es el nuevo nodo editorial de Buenos Aires, con varias de las independientes arropadas en casas que resisten rascacielos, y acunadas en árboles añosos, que el joven Borges les cantaba enamorado de Norah Lange, y el poeta José Portogalo deseaba incendiar para la revolución. Que era con libros.

“Este proyecto nace con una idea de que sea un centro cultural más una librería. Yo no puedo decir que soy un librero porque libreros son Pablo Braun de Eterna Cadencia (Honduras 5582); o Fernando Pérez Morales de Notanpuan (Chacabuco 459), que lleva cuarenta años en San Isidro”, aclara Irola sentado en un banco pegado a la puerta de esta casona del novecientos, que insumió casi tres años de remodelaciones, con el “beneplácito de los viejos y nuevos vecinos” que defienden este típico barrio porteño. “Es un oficio que respeto muchísimo porque para mí tanto el librero como el editor son los más importantes en la cadena del libro entre el autor y el lector. Por eso para nosotros era importante la impronta librera y nos asociamos con la gente de Eterna Cadencia. La idea de esto es que sea un plato volador cultural en Ortúzar y quiero que en el verano tengamos la vereda, mirando a la plaza enfrente, con actividades gratuitas, y a los mejores escritores argentinos”, se entusiasma Ignacio, que se asoció con el abogado Pablo Slonimsqui, la fotógrafa Paula Salischiker y Alan Kritzer. Además, Naesqui brinda distintas actividades como charlas, hubo una genial con Pedro Saborido y Rep –quien ilustró el frente de Naesqui– sobre Quino y Mafalda, y ya pasaron talleres con Tamara Tenenbaum y Jorge Consiglio. 

El fondo de la botella. Otro punto nuevo en Buenos Aires que ataca el prejuicio de la librería (“Hay librerías que son cementerios de palabras, con nichos hasta el techo”, se lamentaba Héctor Yánover ante el avance de las cadenas en el menemismo), se transformó en una isla de encuentro de escritores, sommelieres y, por supuesto, bebedores y lectores, a metros de Barrancas de Belgrano. Te llamaré viernes (La Pampa 1569), de Paola Lucantis y Paulina Cossi, con amplia experiencia en el mundo editorial; algo que parece denominador común en los responsables de las nuevas librerías, como la escritora Cecilia Fanti con Céspedes,. Con un título “prestado” de Almudena Grandes, de quien Lucantis fue editora en Tusquets, estas “chicas”, como las llaman los vecinos de Belgrano, trastocaron un antiguo lavadero, con un patio “único en la zona”, comentan, en un techo amigo donde cierta lectora “casi se desmaya” cuando entró a conversar Camila Sosa Villada con los dueñas, o un muchacho intercambió opiniones con Martín Kohan, el escritor que había bajado de su infaltable bicicleta. Encuentros casuales que se amplifican con las presentaciones regulares donde ya departieron Claudia Piñeiro, Paula Puebla o Alejandra Kamiya, entre otros escritores y ensayistas, con copa en mano. Esta librería pone moño a la buena literatura y el buen vino.

“Aprendimos a que es importante plantearlo como un lugar para compartir y no como un sitio donde nosotros tratamos de vender un libro o un vino. Más bien es acompañar. Que cada persona descubra sus autores, o qué vinos existen a probar”, enfatiza Paulina Cossi, quien junto a Lucantis empezaron como una actividad veraniega en el Hotel Ostende, para recorrer locales después en la zona norte de la ciudad de Buenos Aires, desde Saavedra –estuvieron a punto de alquilar el local de Metonimia– a Núñez, pero anidaron su lugar en el mundo cercano a las glorietas donde pasearon Manuel Mujica Láinez, Alejandra Pizarnik y Fernando Noy.  “Tenemos muchos amigos en el mundo del vino, y nos dimos cuenta que son mundos e identidades con muchas similitudes con el libro. Otro de los inicios fue que yo había hecho una cata en mi casa donde hay muchos libros. Entonces la gente quedaba encantada de tomar bebidas en un ambiente rebosante de literatura. Aquella fue también semilla y nos dudamos en asociar ambos mundos”, señala Lucantis. Y remarca que no “son las obvias” las asociaciones entre vinos, de una “gama media”, y los libros, “que vamos eligiendo de acuerdo a nuestras preferencias, mucha literatura de mujeres y sellos independientes”, refuerzan. Han hecho catas, en las cuales comparten las mesas bodegueros, autores y públicos, “en las que buscamos qué características tiene la bebida que puedan conducir a un autor y hemos maridamos, por ejemplo, el poder, el vino y la literatura”, grafica Cossi.

Cruces y revalorizaciones. Estos encuentros inesperados viajaron a un par de cuadras hacia Las Cañitas. El escritor Alejandro Manara y el artista Marcelo Tealdi tomaban despreocupados un café en la esquina de Ortega y Gasset y Arce, y hablaban sobre libros y artes. Marcelo daba entonces cursos de arte gráfico en una centenaria ex peluquería, a mitad de cuadra, y así, una tardecita del año pasado, tuvieron la visión de Pivot etc. (Ortega y Gasset 1871). “Ofrecer libros de arte, fotografía, diseño y arquitectura, además de libros de literatura. También láminas y grabados antiguos, fotografías, ilustraciones y obra de arte digital, impresos en nuestro taller y enmarcados por nuestros artesanos”, destaca Manara, que además ofrece vinilos, en medio de muebles espacialmente construidos para permitir diferentes posturas, charlas o talleres, diseñados por la artista Cata Sikorski. Y que ya demostraron su funcionalidad en las concurridas presentaciones de libros de Paula Pérez Alonso, Magalí Etchebarne y Carolina Esses. 

Una variable que se destaca en esta nueva librería abierta en junio pasado, al igual que los otros ejemplos citados de Metonomia y Naesqui, es que sus dueños optan por correrse del mostrador, aunque pueden sugerir algún autor o editorial por “caprichos”, y contratan a libreros, en la tendencia global de revalorización del oficio de librero. En Pivot, Fermín Vilela confiesa “que apenas finalizada la Feria del Libro me llamaron Alejandro y Marcelo y no lo pensé mucho. Siento que acá puedo seguir desarrollando mi oficio de librero, en el cual me inicié en la librería Norte de los Yánover”, asegura el también artista visual. Mismo caso con Nacho Carjuzaa de Metonimia, quien trabajaba en una de las grandes cadenas, pero que vivía un problema para él y para la empresa, “que no era cliente de ellos. Intentamos solucionarlo varias veces, ya recomendando autores y editoriales, pero son estructuras muy rígidas, y con nociones de venta muy marketineras. Así que cuando Víctor y Hernán me propusieron esto no lo dudé mucho. Y yo que vengo de lejos todos los días puedo decir que cada vez quiero más a Saavedra”, acota mientras detiene la nota, y atiende un cliente que encargó el último de Mariana Enríquez y pide reservar otro de Agota Kristof, de las infaltables en los top ten en estas librerías. Aunque Nacho se apura en aclarar que si buscás el último de Florencia Bonelli, o de Jorge Fernández Díaz, “lo tenemos porque tenemos que tener de todo para el vecino. Somos Su librería”, subraya.

Buena vecindad. En el barrio de Saavedra, con tanta letra genial en “Adán Buenosayres” de Leopoldo Marechal, “El sueño de los héroes” de Adolfo Bioy Casares y “Siberia Blues” de Néstor Sánchez, más varios cuentos de Aurora Venturini, abrió Metonimia hace unos meses, con el tiempo suficiente de brindar colmados talleres sobre Sara Gallardo. Y ya tiene clientes habituales, que pasan a conversar, a mitad de camino de la compra y la necesidad de diálogo, entre los que Nacho destaca a la madre de Alan Pauls, “una mujer cultísima que me parte la cabeza cada vez que viene”. Carjuzaa explica esta empatía que, como detallan Quiroga o Vázquez, puede derivar en que se aparezcan los clientes con el mate a pasar los horas y las hojas, y en que la gente “necesita hablar, necesita un refugio. Entonces un librero tiene que escuchar antes que nada y, después, si la situación permite, sacarle información de qué es lo que está leyendo. Busco saber algunas cosas más allá de la lectura, cosas que ningún algoritmo puede procesar, y que arranca con un ¿Cómo estás?. Es casi un una mirada periodística que uno hace sobre una persona, pero que es antes una persona, más que un cliente”. 

Dice Vilela: “creo que hay un fenómeno técnico y editor en esta escalada de librerías de barrio e independientes, asociadas al crecimiento de las editoras independientes, pero me parece que también se destaca el humano. Y la necesidad de encontrarse. Hablé con muchos colegas, y por ejemplo La Libre (Chacabuco 917) básicamente funciona como un lugar de encuentro. Me pasa mucho con clientes y clientas del barrio que vienen a buscar conversación. El librero muchas veces hace de psicoanalista. Y hay algo que tiene que ver con eso que decía Débora Yánover, hija del gran poeta Héctor y librera, eso de la presencia del libro. El libro sigue siendo una mercancía de intercambio y una mercancía de tiempo presente. Y que las nuevas librerías estén funcionando es prueba de que el libro resulta el formato para probar que existimos y escuchar otras historias”, menciona al pasar a la señera cooperativa de libros y cultura de San Telmo, La Libre, vital para aquella fundacional Feria del Libro Independiente y Autogestivo, antecedente de la actual Feria de Editores, y de la novísima Cámara Argentina de Librerías Independientes. 

Libros con caras. En consignación es la manera de trabajo con los títulos de estas nuevas librerías, con una inversión “moderada” entonces que se va en alquileres, sueldo del librero en algunos casos y pagos de sistemas de gestión, “la parte pesada que nadie te dice, la gente piensa que la pasamos leyendo, je, a veces son horas llenando planillas de devoluciones o realizando arqueos”, ríen los libreros; aunque a veces son las grandes editoriales las que imponen “pesadas” condiciones de compra para las pequeñas librerías, por lo que prefieren trabajar con las editoriales independientes. Dificultades sin contar con otros rubros como los aumentos de servicios, “para un emprendimiento nuevo se hace muy difícil prever un aumento del 1500%. Principalmente en nuestra zona es muy difícil el tema del gas, porque es algo que no podemos ahorrar. Uno puede prender alguna luz menos, pero no podés bajar la estufa ni apagarla cuando de te vas del negocio porque al otro día con temperaturas de –10 grados por la noche, no se puede entrar. Debería haber políticas de fomento y protección a la actividad librera”, aporta desde la Patagonia Paula Tato Vázquez, quien organizó una de las más completas bibliotecas sobre Malvinas de la zona. 

Sin embargo los consultados pronostican un futuro promisorio a las nuevas librerías. “Las razones de la sobrevida de las que fueron surgiendo, éste es nuestro segundo invierno, y la aparición de nuevas librerías, es que trabajamos con el lector. Y en fomentar el hábito de lectura que los argentinos no perdemos”, sostienen Lucantis y Cossi, y agregan otra traba: “las dificultades son más que nada con las cuestiones financieras ya que a nosotros nos cuesta ofrecer las promociones bancarias que explotan las cadenas. Entonces la manera de diferenciarnos es a través del trabajo personalizado y no correr por la novedad. Es un trabajo mucho más humano con los que entran en nuestras librerías y eso queda patente en la vidriera y en las mesas”, señala otro diferencial de las librerías barriales, y es aquella curaduría maravillosa que pone hermanos las memorias de Nikola Tesla con “El niño resentido” de César González.

Para Iraola es el triunfo del librero, “que no jodamos, en los peores momentos de la pandemia, y en tiempos que se revitalizó la cuestión barrial y el disfrute moderno de la ciudad, siguió laburando, y casi sostuvo a las editoriales cuando las grandes cadenas languidecían en los shopping. Otro dato importantes es que las librerías venden mercancías que, si comparás, están debajo de un almuerzo familiar”, subraya. De acuerdo Vázquez las librerías renacen porque “son lugares donde uno se encuentra con un objeto familiar y conocido, el libro. Por eso se siguen abriendo nuevos espacios a pesar de que muchas veces, como en la actualidad, los contextos económicos no son los más propicios para emprender, ¿pero alguna vez lo fueron para este rubro? Siempre los contextos son complejos por diferentes motivos, en distintas circunstancias, pero los libros y las librerías subsisten y resisten”. Y su colega puntano Quiroga define eso de ser librero, en la Argentina de siempre, que es “quedar en el borde más de una vez pero creyendo firmemente en eso que hacés”. Porque, eso lo decían Yánover y Poblet: “Hay éstas en las que dan ganas de entrar y aquéllas de las que sólo dan ganas de salir si es posible, sin haber entrado nunca. ¿Sabés dónde está la diferencia? En los dueños. Detrás de cada librería hay un hombre o mujer responsable de su cara”. Y de sus libros.