crítica

Un signo deslumbrante

Foto: cedoc

En general, se afirma que tres artículos publicados entre 1867 y 1869, junto con una reseña sobre la edición de las obras de Berkeley en 1871, dan comienzo a la semiótica por parte de Charles Sanders Peirce, decididamente el filósofo estadounidense de mayor originalidad. Las referencias históricas son más o menos correctas, pero insuficientes, ya que la asombrosa teoría de los signos de Peirce no constituye un análisis del lenguaje (poco tiene que ver con la lingüística) sino una lógica que, a su vez, integra una epistemología y una metafísica “pragmaticista”, para decirlo con sus palabras. La selección de textos publicada por Cactus, organizada cronológicamente, abarca desde 1865 –con una conferencia dictada en Harvard sobre la lógica de la ciencia– hasta 1908 –dos cartas dirigidas a Lady Welby–, en cuyo lapso la concepción peirceana del signo se hace cada vez más compleja y se incrementan las distinciones y las clasificaciones de signos, de un modo tan metódico como abrumador, acaso solo redimido por el estilo ironista de exposición.

Estos escritos funcionan como una sintética introducción a la superficie, no exenta de anfractuosidades, del mundo de los signos de Peirce, con algunas incursiones a la epistemología, la filosofía de la mente y la metafísica religiosa (el mundo como signo de Dios) que, de fondo, ilumina intensamente el fenómeno sígnico con su luz inteligible. De algún modo, ella guía la dilucidación de los signos humanos y no-humanos (sobre todo estos), la distribución en clases y subclases de ellos, y la misma posibilidad de alcanzar una lógica exhaustiva, una ciencia del razonamiento y, a través de ella, descubrir en qué consiste el pensamiento. Como éste, para Peirce, es de naturaleza simbólica y ésta, a su vez, remite a uno de los tres signos fundamentales –el símbolo, junto con el ícono y el índice–, que se encuentran en relación triádica con el objeto y el interpretante mental (también un signo), nada prueba que exista una diferencia de esencia entre el pensamiento y las cosas. Se puede concluir, por lo tanto, en tanto se piensa por y en signos, que el mundo “objetivo”, que ya no lo sería, está dotado a la vez de esa facultad.

Pero, en el sistema de Peirce, ese proceso de representación no tiene nada de sencillo. La relación triádica –nunca diádica entre sus miembros– implica tres categorías llamadas Primeridad (Firstness), Segundidad (Secondness) y Terceridad (Thirdness). Para decirlo de algún modo, la primera corresponde al signo (o representamen) que está en relación triádica con su objeto (real o no), la segunda a éste en función del primero y el tercero, y la tercera al interpretante que está en la misma posición que se encuentra el primero respecto del segundo. O sea, un signo es una representación (una “idea”) con un interpretante mental, pero ello difiere según los signos, los cuales proliferan por doquier en Peirce, convirtiendo la multiplicidad del ser y del no-ser en un gran signo deslumbrante.

 

Claves semióticas

Autor: Charles Sanders Peirce  

Género: ensayo

Otras obras del autor: El pragmatismo; La lógica considerada como semiótica; El hombre, un signo; El amor evolutivo; la ciencia de la semiótica 

Editorial: Cactus, $ 18.300