Tradición presente
Resulta evidente que una tradición existe porque se la actualiza y se la reescribe, o incluso porque se la desafía, y no porque se la pretenda preservar en alguna clase de pasado inalterable. En ese sentido, ¿Qué ocurre con la literatura argentina contemporánea?¿ Qué rasgos e influencias estéticas la definen?¿Sobré qué escriben los y las autoras de hoy?¿Hasta qué punto las transformaciones locales contribuyen a la narrativa de un lugar?¿Qué obras definen el panorama actual? Responden editores, escritoras y escritores.
La historia de la tradición literaria argentina se puede abordar desde distintos ángulos, lo cierto es que ya lejos del afán de delimitar el perfil nacional, la producción actual se afianza en la pluralidad de voces y matices que marcan el territorio, sin deseo de circunscribir y definir nuestra identidad a través de rasgos específicos sino de abarcar cuanta multiplicidad prospere.
A propósito del concepto de identidad nacional y literatura, David Viñas en Literatura argentina y realidad política (1964) detalla: “La literatura argentina es la historia de la voluntad nación […]. Los mayores logros se definen por el desplazamiento del miedo hacia la responsabilidad cuando los escritores dejan de ser literatos para convertirse en autores. A partir de ahí puede agregarse que la literatura argentina comenta a través de sus voceros la historia de los sucesivos intentos de una comunidad por convertirse en nación […]”.
Con relación a la definición de nuestra tradición literaria, Martín Kohan explica que hay una tradición dominante, que es la que se va construyendo en el siglo XIX entre la generación del 37 y la literatura gauchesca, en secuencias diferentes, pero combinadas. Y que la clave ahí es lo que el siglo XX fue haciendo con esa doble tradición, cuestión en la que Borges es absolutamente central (central también en eso); aunque se puede rastrear también la reelaboración de ese legado en lo que hace Piglia en Respiración artificial, por ejemplo, o en las reescrituras de Leónidas Lamborghini, entre otras tantas inflexiones e intervenciones. Entonces, resulta evidente que una tradición existe porque se la actualiza y se la reescribe, o incluso porque se la desafía, y no porque se la pretenda preservar en alguna clase de pasado inalterable. “En ese sentido, en la literatura argentina contemporánea, Pablo Katchadjian es uno de los escritores más rupturistas y heterodoxos ya que ha intervenido fuertemente en la tradición, ordenando alfabéticamente Martín Fierro o engordando El aleph de Borges. Ahora bien, a esa tradición dominante habría que adosar también ciertas líneas de tradiciones alternativas o bien las apuestas negativas de una antitradición”.
A esto Elsa Drucaroff agrega que la tradición no puede definirse porque se trata de un recorte del pasado que se hace desde el presente cada vez, en forma constante y siempre conflictiva, el intento por definirla es parte de una discusión política y permanente. Se levanta una obra contra otras, se selecciona algo que se nombra como hito para que otra cosa que era un hito deje de serlo. Como se ve comparando las historias de la literatura argentina que se hicieron de comienzos del siglo XX a hoy, o las obras que fue levantando la crítica desde entonces, algunas obras que se sintieron parte insoslayable de la tradición literaria argentina hoy no se leen o se estudian como piezas muertas, y en cambio otras que no se tuvieron en cuenta, hoy son centrales. “En este momento, existe una pelea por construir una tradición literaria donde figuras como Eduarda Mansilla, Sara Gallardo o Silvina Ocampo tienen una centralidad que nunca se había considerado, por ejemplo”.
Rasgos e influencias de la literatura argentina contemporánea. Son muchos los factores que podemos incluir en el momento de definir la era contemporánea, pero ¿cuáles fueron específicamente los eventos que influenciaron la producción narrativa argentina de los últimos diez años y qué rasgos presenta esta literatura?
Jorge Consiglio explica que las perspectivas de género como opción política determinan un cambio de estéticas y una alteración en los imaginarios de la narrativa actual. Es decir, si el lenguaje se vio intervenido por este movimiento social; con más razón, lo hizo la literatura. Esta mudanza de paradigmas supone un quiebre radical de hábitos, de modo que las poéticas, inevitablemente, toman nuevos rumbos. ¿Quién escribe igual después de semejante cisma? Estos cambios no son conscientes, ocurren en un sustrato involuntario: se agita el mar de fondo y las olas de la superficie no tardan en reflejarlo. Para el escritor, hay una ansiedad (una urgencia que probablemente derive de la inmediatez que supone el uso de la informática) que atraviesa todas las interacciones sociales. En el tono de la mayoría de los textos contemporáneos argentinos se advierte un encrespamiento de la prosa. Es una acústica –un uso de la puntuación, un trabajo con los hiatos, un empleo de las elipsis– que definitivamente tiene que ver con la estética del parpadeo. Esta ansiedad se relaciona con una nueva percepción del tiempo y con la alternancia frenética –y en algunos casos, superposición– de las imágenes.
Por otro lado, Ana Ojeda revela que le cuesta pensar la “narrativa argentina contemporánea” como un bloque monolítico, porque cree que la literatura que se escribe y circula en Buenos Aires no coincide en problemáticas y estrategias literarias con la que se produce en todo el territorio que no es Buenos Aires. Otra salvedad literaria, extraliteraria, tiene que ver con el acceso y visibilidad de un grupo nutrido de escritoras argentinas que, en este momento, son publicadas, premiadas y celebradas tanto en el país como en el exterior y que, en su opinión, es la novedad más notable de nuestro campo literario en los últimos años.
Maximiliano Papandrea afirma que el auge de la edición independiente con proyectos editoriales pequeños (a veces, muy pequeños) y medianos les dio más oportunidad a los escritores de publicar sus primeros libros y eso volvió más rico y variado el panorama de lo que se puede leer. En principio, este fenómeno es muy saludable, aunque por supuesto no todo lo que se publica es igual de interesante. Para él lo más destacable de lo que sucedió en esta última década es que por fin las mujeres empezaron a tener una presencia mayor en los catálogos de las editoriales. Las mujeres escribieron siempre, por supuesto, pero hoy en día se las publica bastante más. De la mano de las mujeres vino cierto resurgimiento del cuento, un género insoslayable en nuestra tradición. Dos cosas para sentirse agradecido.
Gabriela Cabezón Cámara no cree que haya rasgos dominantes en la narrativa argentina de los últimos diez años, aunque sí puede observar algunas corrientes, por así llamarlas, como por ejemplo: la literatura del yo, gente que sigue a Aira o a Saer, un resurgimiento de géneros liderados por Mariana Enríquez o Kike Ferrari. Sin embargo, esto no es todo, hay muchísima diversidad y está segura de que la va a seguir habiendo en la medida en que sigan existiendo las pequeñas y microeditoriales que, por su gran número y diferencia de criterios, aseguran una bibliodiversidad muy importante. Gabriela también afirma que uno de los principales aspectos que influencia la narrativa de hoy es la crisis casi constante: un pensarse siempre al borde, como si se viviera adentro de una bomba.
Marcelo Damiani tampoco cree que haya una estética dominante, aunque sí piensa que hay un “síntoma” de época en la insistencia por el terror. Los beneficiarios querrán verlo como un triunfo del género. Zizek, en cambio, no tendría problemas en atribuirlo a una total sumisión a los dictámenes del mercado. Damiani cuenta que hoy, al igual que siempre, hay un intento de repensar la tradición. En algunos casos por auténtico interés y en otros de forma bastante forzada; hay quienes aún se disfrazan de unitarios y federales; hay quienes aún atrasan con las vanguardias. También, por supuesto, está el meticuloso trabajo genérico, con mayor o menor suerte; un poco de gótico por acá, un poco de escándalo por allá. Y, por último, aunque tal vez sea lo más importante, lo que él llamaría el “marketing encubierto”. Toda una serie de posturas demasiado “actuales”, como si se quisiera ocultar un miedo a escribir en serio y no en serie y para series.
Dolores Reyes asevera que, en los últimos años, surgió un fenómeno de apertura de voces, una especie de irrupción muy potente de voces y perspectivas nuevas que no tiene que ver con autores sino con obras: personajes conmovedores que se erigen desde geografías diversas y, en un punto, desacomodan a los lectores que andan tranquilos, aunque también traen algo de calma o compañía a los que andan alterados por las violencias que nos tocan vivir. Dolores confirma que hoy más que nunca la literatura es el lugar para indagarlo todo, pero no solo en cuanto a los temas sino al ¿cómo? de las poéticas vivas, que son todas esas que generan este rebrote de lectura tan maravilloso.
¿Sobre qué escriben los autores hoy?
Si bien los principales temas de la literatura suelen ser universales, los acontecimientos de los últimos meses permiten plantearse si ha habido un auge o surgimiento de alguna materia específica.
Es interesante reflexionar sobre las palabras de Jorge Consiglio quien explica que, la pandemia, sobre todo la cuarentena, no solo produjo nuevos temas sino también modificaciones en la musicalidad de los textos: “la situación de encierro, la clave paranoica, la soledad o la convivencia forzada, las pantallas y los dispositivos de comunicación virtual replantearon por completo las condiciones de producción, y esta mutación se tradujo en una nueva resonancia. Es muy probable que la pandemia –con la tensión de su sistema de fuerzas– haya hecho surgir nuevos tópicos o, mejor, haya reformulado los de siempre. Lo que seguro ocurrió fue una modificación en el ritmo de los textos. En lo que se escribió durante la cuarentena se escucha, más allá de las particularidades estilísticas, cierto tableteo sintáctico, un respingo constante, como si la prosa estuviera constantemente al borde de sí misma para dar cuenta de la incertidumbre”, cuenta Consiglio.
Maximiliano Papandrea da por sentado que la pandemia traerá nuevas preocupaciones a la literatura: “el error está en creer que una novela sobre la pandemia puede ser necesariamente interesante. La literatura es misteriosa: procesa lentamente los acontecimientos (o al contrario, los anticipa), pero muy rara vez encuentra un modo interesante de narrarlos mientras ocurren. Veo dos tendencias muy marcadas: escribir sobre asuntos personales, autobiográficos, y escribir ficción fantástica, sobre todo en su variante distópica. La gran confusión, creo, es pensar que la ficción fantástica reivindica la imaginación y los libros autobiográficos, o que se alimentan de material autobiográfico, no lo hace.
Hace falta imaginación narrativa para escribir un buen libro autobiográfico. El tema no hace interesante a un libro; es un elemento más entre tantos”, puntualiza el editor.
A su vez, Ana Ojeda detalla que algo que aparece de manera recurrente en el grupo de mujeres argentinas son distintos aspectos de la agenda de los feminismos (el trabajo con la amplia gama de violencias de género, en por ejemplo Vidrio, de Gabriela Borrelli Azara y Catedrales de Claudia Piñeiro), pero también temáticas tradicionales del mundo de “lo femenino” (como la maternidad o el rol de la mujer dentro de la pareja) que son revisitadas desde perspectivas que alteran el statu quo (patriarcal). En esta senda de relectura (del canon, en este caso) se podría ubicar Las aventuras de la China Iron, de Gaby Cabezón, por ejemplo, o La sed, de Marina Yuszczuk. Ana también destaca el afianzamiento de una zona de la literatura que trabaja a partir de historias reales, en autoras como Belén López Peiró (Por qué volvías cada verano) o Camila Sosa Villada (Las malas), ambas muy celebradas por crítica y público, acá y en el extranjero.
“La contraparte de esto por ahí sea el auge de la literatura de imaginación (o de “genero”: ciencia ficción, fantástico, terror, policial, etc.) que desarrollan autoras como Mariana Enríquez, Agustina Bazterrica, Samantha Schweblin, etc., que también tienen una excelente recepción. En medio de todo esto, hay, además, autoras como Ariana Harwicz, que trabajan la ficción como laboratorio contrafáctico: es decir, usan la ficción para habilitar una reflexión sobre temas incómodos (tabús, etc.) que por ahí sería difícil afrontar desde otro pacto de lectura.
En resumen, tal vez lo más notable de la narrativa contemporánea sea su enorme variedad y fuerza”, explica Ojeda.
Con respecto a los temas específicos tratados en las narrativas locales hoy, Gabriela Cabezón Cámara incluye las relaciones maternofiliales, la dictadura, el amor, la crueldad, la infancia, la soledad, la vida rural, los duelos de toda índole, las desigualdades de toda índole, la literatura argentina, el Conurbano, la ciudad, las relaciones con los animales, todas las literaturas, la pedofilia, el río, la vida alrededor del río, la naturaleza. Sobre lo liminar, este tiempo liminar y otros tiempos liminares. “Todavía no veo nuevos temas, pero tampoco es raro: las publicaciones llevan su tiempo y la pandemia está cumpliendo un año.
En los talleres observo, tal vez, que se representan más situaciones de encierro, pero no puedo estar segura de que se relacione de manera directa y transparente con la pandemia”, puntualiza Cabezón Cámara.
Elsa Drucaroff observa cierta socarronería que en diversos grados avanza hacia el humor, pero que en general busca evitar las entonaciones solemnes. Cierta oscuridad, consciencia de la ausencia de respuestas y de caminos seguros.
Cierto permiso para el disparate y el juego, aunque sea a menudo un juego macabro (por ejemplo, una novela muy reciente es Chabrancán de Pablo Baler). “La literatura actual también sigue marcada por el trauma que ha dejado la masacre durante la dictadura militar y que vuelve como condena ominosa en nuevas violencias policiales, nuevos desaparecidos y desaparecidas, nuevas formas de impunidad. Más recientemente, empiezan a escribirse obras marcadas por la violencia de género, algunas muy potentes. No me interesa mucho la literatura panfletaria que también está escribiéndose, pero sí que la literatura nueva esté incorporando conflictos de género que antes ignoraba. Prefiero que no lo haga para dar respuestas sino para hacer preguntas, hay obras que lo logran con fuerza, como Cometierra, de Dolores Reyes”, declara Drucaroff.
El escritor argentino y la tradición. A propósito del ensayo El escritor argentino y la tradición de Borges, el autor afirma que el patrimonio del escritor argentino es el universo y que no debe concretarse a lo argentino para ser argentino. Ahora bien, ¿hasta qué punto las transformaciones locales contribuyen a la narrativa de un lugar?
Para Martín Kohan, Borges hace, de la debilidad, una forma de potencia: convierte la falta de tradición, o de una tradición sólida y fuerte, en la potencia de disponer de todas las tradiciones, de no quedar sujetos a una en particular.
De esa manera detecta en nuestra condición periférica una posibilidad alternativa de interpelar los centros culturales; él mismo, en definitiva, supo hacer un centro del puro margen, una literatura orillera y central. Ahí se marca la distancia fundamental entre la posible atención a esas transformaciones locales, sin reducirse por eso a la estrechez del localismo.
Con respecto a las ideas de Borges, Drucaroff señala que la tradición cultural rioplatense siempre tendió a plantearse desde una actitud cosmopolita y que esa es una fuerte impronta “local” que Borges representa mucho.
Es completamente imposible que las transformaciones del ámbito en que se vive no contribuyan, no influyan lo que se escribe. “Yo creo que el patrimonio de la escritura argentina es lo que se le dé la gana que sea su patrimonio, el mundo es ancho y los saberes muchos, las estéticas son innumerables y es buenísimo dejarse nutrir por todo lo que nos interpele. Lo local va a aparecer siempre, queramos o no. Por ejemplo, la gran influencia de Carver sobre la narrativa joven argentina de los 90 produjo una obra como la de Martín Rejtman (sobre todo en sus primeros libros) y al mismo tiempo es profundamente argentina, es imposible pensar que un escritor estadounidense podría haber construido esos mundos, esos adolescentes. No podemos pensar a Mariana Enríquez sin Stephen King, pero tampoco la podemos pensar sin su año de nacimiento, sin una infancia durante la dictadura militar, una adolescencia durante la impunidad de los 90, sin el hecho de que vive en un país donde la “maldita policía” está imbricada en todos los delitos, etc.
No habría Samanta Schweblin sin Kafka o Cortázar, pero mucho menos sin la Argentina con desaparecides, con niñes secuestrades, con agrotóxicos, con constante incertidumbre y sorpresas negras”, resume la crítica.
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