CIENCIA FICCION LATINOAMERICANA

Territorio fértil

Oscilante entre un futurrusticismo crítico y la ficción especulativa en obra negra, la historia de la ciencia ficción en América Latina hace tiempo que salió de las catacumbas, para ser practicada con audacia y solidez a lo largo y ancho de la lengua. Un vistazo a una de las tradiciones con más proyección y variedad de nuestros días.

Ciencia ficción latinoamericana. Foto: pablo temes

Atrás quedaron esos años en los que la ciencia ficción (cf) era considerada un género menor, pasatista, relegado a las revistas pulp, los fanzines, los medios especializados o las oscuras cuevas del fandom. En la actualidad la cf finalmente parece haber obtenido el reconocimiento que siempre mereció y, aunque no pueda decirse que goza de prestigio, sin dudas se ha convertido en el género popular por antonomasia. Hoy la cf se estudia en la academia y al mismo tiempo está de moda: se producen cantidades ingentes de series y películas, remakes, reboots y verdaderos blockbusters que reviven sagas literarias clásicas con más de 50 años de antigüedad como Dune de Frank Herbert o la serie de la Fundación de Isaac Asimov, por poner algunos ejemplos recientes. 

Del mismo modo es común ver a escritores ligados al realismo u otros géneros que nada tienen que ver con la cf como Philip Roth (La conjura contra América, 2004), Michel Houellebecq (La posibilidad de una isla, 2005), Kazuo Ishiguro (Klara y el sol, 2021) o Ian McEwan (Máquinas como yo, 2019) tomar elementos clásicos de la cf para crear obras mixtas que no pertenecen ni a un género ni al otro –“lipstream” le llaman algunos- y gracias a ello obtener éxito comercial y de crítica. Pero quizá el mejor ejemplo para ilustrar la popularidad que ha logrado la cf en estos últimos años es el inesperado éxito de una novela china titulada El problema de los tres cuerpos (Cixin Liu, 2008), primer libro de habla no inglesa en ganar un premio Hugo –máximo galardón de la literatura cf-, best seller mundial y próxima adaptación al formato televiso a cargo de Netflix. 

Lejos quedó también aquella época en la que un intelectual de la talla de Elvio Gandolfo proclamaba desde el prólogo de la antología Los universos vislumbrados que la ciencia ficción argentina no existía. El libro en cuestión se publicó en el año 1978, y mientras en Norteamérica e Inglaterra la cf ya había superado sus edades de oro y plata, la Nueva Ola, y estaba a pocos años de entrar en la era del cyberpunk, en nuestro país ni siquiera había eclosionado. En palabras de Gandolfo, en la Argentina de finales de los 70  casi no había escritores dedicados exclusivamente a cultivar el género, ni revistas especializadas “que hayan brindado o brinden un campo regular para los relatos locales, ni una cantidad suficiente de autores buenos, mediocres y malos que en su totalidad conformen la existencia de un género con características propias”. Esas carencias fueron subsanadas con el paso de los años gracias al apoyo y la constancia  de escritores, editores y lectores que apostaron por las revistas y las editoriales especializadas, forjando una ciencia ficción de características propias, tanto locales como regionales. Estamos ante un cambio de paradigma notorio en Latinoamérica, donde ya no es válido llorar porque a la cf no se la valora como debiera. Esa excusa perdió vigencia desde el momento en que editoriales multinacionales no especializadas –conglomerados que venden miles de ejemplares y distribuyen en decenas de países- se animaron a editar con regularidad obras netamente cf nacidas en esta parte del continente. Hoy en Latinoamérica se escribe, se edita y se lee más ciencia ficción que nunca en toda su historia. Prueba de ello son la cantidad de antologías dedicadas al género que se han publicado por aquí en los últimos años: la editorial Ayarmanot dirigida por Laura Ponce -escritora y editora de la revista especializada Próxima- viene publicando desde hace 8 años antologías relacionadas con la cf como Buenos Aires Próxima (2014), Steampunk (2015), Alucinadas. Ciencia ficción escrita por mujeres (2015) y dos anuarios de reciente publicación correspondientes a 2020 y 2021, que reúnen a diferentes exponentes de la nueva cf latinoamericana. Según Laura Ponce, las antologías –que incluyen autores y autoras de Cuba, Chile, Brasil, México, Perú, Colombia y Argentina- nacieron con el propósito de servir como testimonio del poderoso vínculo que se generó en la región en estos últimos dos años, gracias a la publicación de mucha y muy buena cf. Los hechos respaldan sus palabras: en 2021 se publicó en Perú el libro de cuentos Esta realidad no existe -compilado por Alexis Iparraguirre y Francisco Joaquín Marro- que toma como modelo la mítica antología norteamericana Visiones Peligrosas (Harlan Ellison, 1967) y agrupa a 14 de los mejores autores de cf del país andino; también en 2021 los escritores uruguayos Ramiro Sanchiz –La expansión del universo (2018), Las imitaciones (2019)- y Pablo Dobrinin –El mar aéreo (2016), El bosque que crece por las noches (2021)- fundaron en Montevideo la editorial Mig 21, que desde mayo de ese mismo año a la fecha lleva publicados 5 volúmenes –tanto en papel como digital de descarga gratuita en su web- de la serie de antologías Contaminación Futura, un catálogo latino/iberoamericano que es, en palabras de sus editores: “un laboratorio narrativo que combina textos de autores consagrados con ficciones rescatadas de las datacumbas literarias y trabajos de autores primerizos”.

 

Incluso editoriales multinacionales como Planeta han apostado por nuestra cf, y su mayor apuesta en cuanto a la producido en Latinoamérica es El tercer mundo después del sol (2021), una antología publicada por el sello Minotauro –palabras mayores para todo fan latino de la cf- y curada por el colombiano Rodrigo Bastidas, director de la editorial Vestigio –culpable de publicar El gusano (2019) y Parásitos perfectos (2021) de Luis Carlos Barragán, uno de los escritores de cf más interesantes y originales de los últimos tiempos-. En este libro coexisten cuentos cf de corte clásico con otros más cercanos al weird y la experimentación, con topos característicos del género como el poshumanismo, las I.A o los viajes espaciales, y temáticas directamente ligadas a nuestras raíces como el chamanismo, los saberes ancestrales, la cosmovisión de las tribus originarias y la identidad latina. Está claro que somos un continente que no produce tecnología pero se la apropia, la moldea a sus necesidades, la hackea. La literatura cf latinoamericana parece decir que nuestra ciencia originaria es el (ciber)chamanismo y nuestra tecnología para viajar entre universos siempre fueron las plantas sagradas. No es azaroso que la antología abra con La conquista mágica de América (Jorge Baradit) -relato que cuenta una guerra de chamanes contra magos, cabalistas y alquimistas europeos, ante la inminente invasión de América-, ni tampoco es casual que los enteógenos sean una constante en esta nueva cf: los encontramos en los cuentos La sincronía del tacto (Gabriela Damián Miravete) con forma de flor silvestre de cualidades psicotrópicas, en Fractura (Ramiro Sanchiz) como granos y semillas alucinógenas, o en A través del avatar (Laura Ponce) en forma de una consola y un software adictivos que hace que los yonquis pasen horas enchufados, babeándose. Pero las drogas psicoactivas también aparecen en relatos por fuera de El tercer mundo después del sol: en la novela Ornamento (2015) del colombiano Juan Cárdenas existe una droga que solo afecta a las mujeres y se obtiene sintetizando el principio activo de una flor; en Iris (2014) del boliviano Edmundo Paz Soldán una planta alucinógena llamada jün ofrece contacto con deidades autóctonas, y en La mirada de las plantas (Paz Soldán, 2022) una compañía desarrolla juegos de VR que emulan experiencias con alucinógenos y busca recrear el poder psicotrópico de una planta amazónica llamada alita del cielo; en La sombra de las ballenas (Cynthia Matayoshi, 2019) existe una droga llamada deseo puro, que es en realidad un pequeño animal de consistencia gelatinosa que entra al cuerpo humano a través de la garganta; en Trashpunk (2021) del uruguayo Ramiro Sanchiz se trata de un coctel de alucinógenos que permiten la comunicación con una I.A ; Mariana, protagonista de la novela seminal Ygdrasil (2005) del chileno Jorge Baradit, es adicta a una droga sintética que lleva el nombre de una planta mesoamericana: maíz; en La mucama de Omicunlé (2015) de la dominicana Rita Indiana hay una droga llamada rainbow, que permite realizar el cambio de sexo sin necesidad de pasar por el quirófano. 

Otro de los temas recurrentes en la cf latinoamericana son los escenarios distópicos, catastróficos y/o (post)apocalípticos, pero no causados por invasiones extraterrestres, rebelión de las máquinas o científicos locos, sino atravesados por lo que el filósofo inglés Timothy Morton denomina hiperobjetos, es decir, entidades viscosas que se distribuyen de forma masiva en tiempo y espacio en relación con los humanos, manifestaciones no-locales que involucran una temporalidad distinta a la humana porque tienen la capacidad de sobrevivirnos, objetos –materiales o abstractos- inaprensibles que ocupan una fase espacial de alta dimensionalidad que los vuelve momentáneamente invisibles, pero que siempre tienen un impacto significativo en nuestro espacio psíquico y social. Morton asegura que un agujero negro, el calentamiento global, los materiales nucleares de la Tierra o la suma de “toda la maquinaria chirriante del capitalismo” son hiperobjetos. Podríamos sumar a la lista al Coronavirus, sin miedo a equivocarnos. Los escritores latinoamericanos –conscientes o no- colocan a los hiperobjetos en el centro de sus tramas, e incluso se empeñan bautizarlos: en El año del desierto (2005) de Pedro Mairal existe un hiperobjeto llamado “la intemperie”, una especie de entropía espaciotemporal que hace retroceder el tiempo y la historia Argentina comienza a ir hacia atrás; en el extraño apocalipsis de Los mantras modernos (2017) de Martin Felipe Castagnet –autor de Los cuerpos del verano (2012), novela fundamental de la cf argentina reciente- las personas pueden desaparecer de forma voluntaria, pero corren el riesgo de desaparecer para siempre dentro de esa otra realidad llamada “fosforecencia”, que expulsa una “vida exótica” que amenaza con quebrar la realidad; En Territorios sin cartografiar (Kike Ferrari, 2021) hay algo llamado “el crackle”, un hiperobjeto que provoca rupturas, porosidades y superposiciones espaciotemporales; En Mugre rosa (Fernanda Trías, 2020) se trata de un viento rojo fétido que arrastra una peste que produce los síntomas de la gripe y descama la piel; en Cadaver Exquisito (Agustina Bazterrica, 2017) el hiperobjeto es un virus letal que vuelve incomible la carne animal e impulsa el canibalismo legal industrializado; en el futuro post-apocalíptico de Tejer la oscuridad (Emiliano Monge, 2021) un relámpago de colores y una grieta en el cielo desatan calor extremo, sequía y la duplicación de los seres humanos; en la monumental Big rip (Ricardo Romero, 2021) el fin del mundo es inaprensible: la gente desaparece, los objetos dejar de ser lo que eran, las ciudades se modifican y una crisis extraña desgarra la realidad. 

Cabe destacar asimismo una costumbre de ciertos escritores argentinos de género negro que incursionan ocasionalmente en la cf, un terreno donde también pisan con firmeza: Kike Ferrari dio el salto con la novela Todos nosotros (2019) y luego con un libro de cuentos entre la cf y el weird titulado Territorios sin cartografiar (2021); Juan Mattio se aventuró en terreros del ciberpunk con su novela Materiales para una pesadilla (2021); Gonzalo Santos hizo lo propio con El juez y la nada (2019) y Horacio Convertini se animó a jugar con la cf en El último milagro (2013).   

La calidad de la cf latinoamericana ha despertado también el interés dentro del viejo continente, por lo que entre 2020 y 2022 se han publicado en España ensayos como el interesantísimo y original Recalibrando los circuitos de la máquina. Ciencia ficción e imaginarios tecnológicos en la narrativa en español del siglo XXI (Jonatán Gómez y Patricio Sullivan, 2022), los dos tomos de Historia de la ciencia ficción latinoamericana -Desde los orígenes hasta la modernidad (2020) y Desde la modernidad hasta la posmodernidad (López-Pellisa y Kurlat Ares, 2021)-, y el estudio La ciencia ficción en América Latina: crítica, teoría, historia (De Rosso y Kurlat Ares, 2021). Mientras tanto, en nuestro continente la cf madura y genera una voz propia, sobre todo gracias al esfuerzo de editoriales independientes como Marciana, Letra Sudaca, Indómita luz, Nudista o Dum Dum Editora, y especializadas como Vestigio, Mig 21 o Ayarmanot de Laura Ponce, una editora arriesgada que ha publicado incluso poesía cf: “La ciencia ficción posee herramientas particularmente útiles para cuestionar lo dado como única forma posible de la realidad. En ese sentido, la ciencia ficción latinoamericana, antes que cualquier otra cosa, es oportunidad: de crear universos propios, de salirnos de los modos de representación usuales e imaginar otros futuros posibles pensados desde la periferia, alejados de la idea de progreso difundida desde la centralidad” argumenta Ponce. “La región está atravesada por un pasado común de colonización brutal y mestizaje, un presente complejo y un futuro incierto, sin embargo está lejos de ser el crisol del que suele hablarse. Del mismo modo, tampoco es un territorio literario homogéneo que pueda definirse solo por el ‘sabor local’. En la riqueza que lo compone existe gran diversidad, tensión entre lo viejo y lo nuevo, lo propio y lo ajeno, diferentes formas de apropiación tanto del canon como de la tecnología, y en esa diversidad hay una identidad múltiple en permanente construcción.” Identidad que se construye a través de libros del alto vuelo literario como Nuestro mundo muerto (Liliana Colanzi, 2017), Kentukis (Samanta Schweblin, 2018), El ojo y la flor (Claudia Aboaf, 2019), Paisajes experimentales (VV.AA, 2020), Habana Underguater (Erick Mota, 2021), Brasil del sur (Pablo Plotkin, 2022), y las nuevas y prometedoras voces de escritores como Juan Pisano (El último Falcon sobre la tierra, 2020), Flor Canosa (Pulpa, 2019), Yamila Begné (Los límites del control, 2019), o Michel Nieva con la nouvelle paródica ¿Sueñan los gauchoides con ñandúes eléctricos? (2014) y el imprescindible ensayo sobre monos, virus, bacterias, escritura no-humana y ciencia ficción titulado Tecnología y barbarie (2020). 

El presente nunca fue tan prometedor para la cf latinoamericana.

 

Preguntas y respuestas

Rodrigo Bastidas Pérez*

La ciencia ficción latinoamericana siempre ha ido de la mano de los procesos de modernidad que hemos vivido en el continente. Desde mediados del siglo XIX (con el desarrollo de un discurso científico que fue moldeando la geografía y la política de los países), hasta la actualidad (con una posmodernidad de sentido global que la mercantiliza en lo corporativo); la ficción plantea preguntas para configurar una identidad en la cual la ciencia tiene un papel preponderante. 

Así, siempre hemos tenido que moldear, hackear e hibridizar ideologías en las cuales se entremezclan los pulcros futuros prometidos en los países extranjeros, con nuestras realidades de tradición religiosa o ancestral, con dificultades económicas, con represión social, y con una tecnología propia que parece nacer de las entrañas mismas de la tierra. Así, esa modernidad latinoamericana mutante, ha producido preguntas que se resuelven o se amplían por medio de una literatura que no responde, sino que ahonda y crea rizomas. Lejos de ser una literatura escapista, la ciencia ficción en Latinoamérica ha servido para construir formas de comunidad que se configuran desde la imaginación. Abrazamos los mundos posibles y los futuros del porvenir, para soñar desde lo propio. No de otra forma se entiende la sincronicidad en todo el continente de momentos en los que la ciencia ficción ha producido sus textos más significativos. Las preguntas de una primera modernidad sobre las máquinas fantásticas que se enfrentaban con una cosmogonía católica están desde Amado Nervo en México y Horacio Quiroga en Uruguay, hasta en Leopoldo Lugones en Argentina, recorriendo todo el continente. La misma sincronicidad sucederá a mediados de siglo XX con la aparición de los fuertes procesos de industrialización que coincidieron con una apertura a nuevas formas de pensamiento contracultural; ideas que están por igual en textos de René Rebetez en Colombia, de Elena Aldunate en Chile o de José B. Adolph en Perú. Esta ampliación del campo literario también coincide en varios países a inicios del siglo XXI, con el desborde de una economía neoliberal y una ciencia convertida en discurso biopolítico de control social; momento en que obras de Erick Mota en Cuba o de Edmundo Paz Soldán en Bolivia señalan este tipo de dinámicas entre Estado e individuo. En la segunda década del siglo XXI, la ciencia ficción latinoamericana sigue creando estas preguntas y continúa señalando las particularidades de una ciencia que aún estamos por entender. Actualmente, está en hervor una nueva posibilidad de crítica del porvenir: una literatura potente ubicada en medio de una modernidad que plantea una identidad cada vez más difusa. En el punto de enfoque de nuestra visión está nuestra relación con la naturaleza y en la creación de comunidades revolucionarias que defienden las selvas y los ríos. Textos de Fernanda Trías, Kike Ferrari, Luis Carlos Barragán, Alberto Chimal o Jorge Baradit, presentan los nuevos retos que reforman y construyen esa nueva Latinoamérica que invocamos al escribir, y que soñamos habitar.

 

*(Colombia). PhD en Literatura. 

Publicó con Planeta Lector Relojes que no marcan la misma hora (2017), Cronómetros para el fin de los tiempos (2017), con Editorial Minotauro El tercer mundo después del sol (2021), y con FilomenaEdita Cuerpos luminares y de otras dimensiones. 

Es editor general de Ediciones Vestigio.