Pampa roja
Entre los fantasmas del escritor y periodista Carrá aparecen las prostitutas que reventaban a cafishos, alguna célebre como Madame Sapho, o la pistolera británica del novecientos en la Patagonia, Elena Greenhill, para construir una crónica.
En una de las mejores novelas del siglo XX, El arco iris de gravedad, Thomas Pynchon tiene tiempo sideral, y espacio demencial, para imaginar la filmación del Martín Fierro reinterpretado a la borgeana, en la Alemania rematada con muros y torretas. “Aún el más libre de los gauchos termina vendiéndose. Así son las cosas”, sentencia Squalidozzi al protagonista Slothrop. En los términos más acordonados del western pulp y el policial noir, Juan Carrá, en Cuatro caballos negros, irá en cinematográfica marcha de regueros de tinta que vuelven a la ecuación, facón y poncho en mano, del Juan Moreira y Don Segundo Sombra a la Argentina, tierra de amor y venganza.
“Después de este viaje al corazón de la pampa queda instalado en mí un convencimiento: lo único que vale la pena es pelear hasta las últimas consecuencias por aquellos que amamos”, lanza un piadoso periodista en Buenos Aires, 1915, cuando aún las metrallas y el horror de la autollamada Conquista del Desierto, el plan sistemático e injusto de apropiación de tierras, muera quien muera, seguía humeante en los vapores ferroviarios de los obradores, las tolderías, los puteríos y las barracas.
Así se hizo el campo argentino moderno y así se hicieron allí varias de las vidas; entre ellas, muchas mujeres violentadas como estas cuatro “agauchadas” que cruzarán sus destinos en nuestro horizonte de espanto y barro. Entre los fantasmas del escritor y periodista Carrá aparecen las prostitutas que reventaban a cafishos, alguna célebre como Madame Sapho, o la pistolera británica del novecientos en la Patagonia, Elena Greenhill, para construir una crónica que tendrá antiheroínas también a la tehuelche sedienta de venganza, y la negra, con la esclavitud indeleble tatuada en la piel. Todas historias indexadas que traducen civilización en barbarie, “la sangre se confunde con la tierra”, remacha el narrador para dejar constancia de que en estos lares “podía estar también la libertad”. Podría.
Las figuraciones a los clásicos tropos de la gauchesca y la narrativa marginal de Arlt, entre indios Marianos y payadores Vega, hace extenuada recursiva varias de las estrategias y resistencias que enarbola la misma novela. Hacia el final épico, a la Thelma & Louise pero en las inmensidades idílicas a punto de desplumarse entre el alambre y las vías, Carrá irá apuntando sin privarse del fuego purificador, y de cuatro jinetes –mujeres– del Apocalipsis, de la mano, maloneando los fierrazos capitalistas.
Como hacía Sayhueque, uno de los tantos espectros que llama el autor a lo largo de este cuento de muertos que no terminan de clamar por el borroneado pasado, la novela de Juan Carrá pelea contra “Don Gobierno”, ora los terratenientes y los tratantes de personas, ora la mano de la Ley y la violenta sociedad criolla.
Pero esa pelea, en las genealogías políticas de las literaturas, ya estaba batallada, de manera pesimista, “así son las cosas”, en la ecuación del Borges que fue y volvió con el Martín Fierro, rebenqueando fifí los Cruz y Viejo Vizcacha. Estos cuatro caballos de Carrá quieren y no salen del palenque.
Cuatros caballos negros
Autor: Juan Carrá
Género: novela
Otras obras del autor: Agazapado; Ojos al ras; No permitas que mi sangre se derrame; Lógica de la perturbación; Lloran mientras mueren; Lima, un sábado más; Criminis causa
Editorial: Aquilina, $ 17.900
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