Apuntes en viaje

Noche

La garita es la cosa más desolada del mundo. Una casilla de chapa con una luz pálida encendida adentro, donde también estará el gendarme.

Foto: MARTA TOLEDO

Una serie de coincidencias. Mis amigas me llevan en auto a la terminal de Concepción del Uruguay, vinieron desde el pueblo para estar un rato conmigo, que vine invitada a la feria del libro, que se llama, más lindamente: de la palabra. Después de mi charla nos vamos a comer pizza y a charlar un rato, tan poco rato que no alcanza para que nos pongamos al día, pero alcanza y sobra para sentirnos cerca, vernos las caras, reírnos un rato. Esas cosas que hacemos con las amigas. Saco la valija del baúl y les digo que se vayan, todavía tienen 70 kilómetros y es casi medianoche. Nos abrazamos. Entro a la terminal arrastrando la valija. Pero cuando estoy comprando una botella de agua en el kiosco, la Maru aparece detrás mío: las chicas quisieron ir al baño, me dice, así que aprovecho y me fumo un pucho mientras te acompaño, tenemos un ratito más juntas.

Vamos al andén. Hay mucha gente esperando, bolsos, valijas, algunos tomarán un micro, otros dirán adiós desde abajo. Gaby y Nan vuelven del baño. El colectivo se atrasa, pero como ya vi en la web muchas quejas sobre la impuntualidad de la empresa, no me preocupo. Mejor, más tiempo para seguir conversando. Pero Nan se inquieta y me dice que va a averiguar en la ventanilla. Vuelve y dice que no pasa ningún micro a Resistencia, que le dé el pasaje para mostrarle al chico de la boletería. Le doy mi teléfono, se va de nuevo. Tarda un poco, hay fila. Regresa con cara de susto, pero aunque hace poco que la conozco (es la novia de mi amiga) ya sé que es muy expresiva, es graciosa también.

Vamos, gurisas, no es acá, dice y manotea mi valija, que quedó por ahí. Nos reímos pensando que bromea. En serio, dice, hay que tomarlo en la ruta, ya me explicaron todo, donde está la garita de los gendarmes. Pero está retrasado así que lo vamos a alcanzar seguro.

Corremos al auto y la Maru, que maneja desde los doce años, sale arando.

Pienso que si lo pierdo, tal vez vuelvan a darme la habitación en el hotel antiguo donde apenas usé el cuarto para cambiarme y dejar el equipaje. Es hermoso el hotel y el conserje me repitió que era una pena que me perdiera el desayuno, cuando entré y cuando salí y aun cuando le prometí que la próxima me quedaría, que es una lástima tener que irme tan pronto: ojalá vuelva, ¡no sabe el desayuno lo que es!

Enseguida Nan hace el mate y lo mezclamos con las cervezas que tomamos antes. La ruta, la noche corriendo sobre nosotras con su velocidad oscura, nos da la ilusión de estar empezando un viaje. Gaby y ella hacen chistes, creo que para distraerme la preocupación. La Maru se concentra en el volante.

La garita es la cosa más desolada del mundo. Una casilla de chapa con una luz pálida encendida adentro, donde también estará el gendarme. La verdad, nadie se asoma. Hay una chica jovencísima que también espera. Dice que sí, que ella también está para tomar el mismo colectivo. Autos, camiones, otros colectivos pasan a menos de un metro de la banquina. Hablamos a los gritos para escucharnos encima del ruido de los motores. El cielo está estrellado, ese brillo alucinante de las noches a campo afuera. Por fin llega y estaciona con un bufido largo. Nos despedimos de nuevo. Sube la chica. Subo también. Por la ventanilla veo a mis amigas cruzar de una carrerita la ruta hasta donde el auto quedó estacionado con las balizas puestas. Todo el pasaje duerme. Espero dormirme también porque el viaje es largo, caer despacio en el sueño, aunque está todo tan hermoso allá afuera…