había nacido en 1930

Murió la escritora Edna O’Brien, irlandesa, rebelde y feminista

Era una de las mayores escritoras irlandesas contemporáneas, conocida sobre todo por “Las chicas del campo”, la novela de 1960 prohibida porque hablaba del descubrimiento de la sexualidad de dos mujeres jóvenes. Precisamente, fue una de las primeras autoras que les dio una verdadera voz a las experiencias de las mujeres en Irlanda. En 2015 le concedieron el premio Saoi of Aosdána, el más alto galardón que confiere la asociación de artistas irlandeses.

O’Brien. Arriba: La escritora, que a pesar de haber sostenido durante toda su vida una crítica social feminista, no se enroló nunca en colectivos de esa naturaleza. Al lado: algunos de sus libros traducidos al español. Foto: cedoc

Cuando a mediados de los 80 se publicó en nuestra lengua Cuatro dublinenses, de Richard Ellmann, algunos lectores avezados se preguntaban por el corte selectivo del autor, por qué Dublin y no Irlanda, por qué la obra del dublinés Jonathan Swift no formaba parte de semejante vindicación (¿acaso pesaba el estigma religioso por ser anglicano?). Y también, lo más llamativo: ¿las mujeres irlandesas no escriben?

Más aún, el sentido nacionalista de un oído y una lengua atravesada por el dialecto dejó de ser el “eje” de la discusión intelectual. La violencia de la guerrilla urbana, el IRA, idealizó el concepto expresivo en ese símbolo lateral del flower power, la muchacha con minifalda empuñando un FAL en las calles no estaba para escribir, ni para el amor. En Irlanda era difícil pensar en la literatura, padecimiento que siempre indujo a la diáspora de escritores.

El sábado pasado falleció la escritora irlandesa Edna O’Brien a los 93 años. En el contexto de la introducción precedente, fue una precursora. No solo trascendió los cánones críticos de la literatura inglesa, sino que perduró a pura escritura, publicando más de veinte novelas, poesía, teatro y biografías (sobre Joyce y Byron). Sobrevivió a la quema de los ejemplares de su primer libro, Las chicas del campo (1960), como ritual iniciático para la prohibición desde la Iglesia católica irlandesa. Escritora, pecadora, peor que una bruja.

Antes, en su pueblo del interior de Irlanda, Tuamgraney, cruzaba la frontera de la casa familiar –pequeño infierno con padre alcohólico y madre fanática integrista católica–, hacia el bosque cercano para escribir, algo que le estaba prohibido. Su segunda migración fue abandonar el convento al que había ingresado para educarse como monja. La tercera fue hacia Dublin, ciudad en la que estudió para farmacéutica hacia 1950, y en donde conoció a su futuro esposo, el escritor Ernest Gébler, con quien emigró a Londres y del que se separó en 1964 quedando con dos hijos a cargo. De hecho, su reconocimiento como escritora fuera de Irlanda le permitió sobrellevar la responsabilidad de escribir para sobrevivir.

Más allá de la valoración biográfica de O’Brien, resulta interesante la de su obra, donde la opresión machista, en un mundo a medida de los hombres, reclama su descripción oscura, como en House of Splendid Isolation (1994), donde escribió: “Pienso en las peleas, peleas por dinero, mi marido poniéndose la gorra para salir y escapar de mí. Una gorra negra y grasienta que su ira había sudado, tocino y repollo, los perros aullando por las sobras, lluvias torrenciales y, a pesar de todo, había dentro de mí este río, una expectativa de algo maravilloso. ¿Cuándo lo perdí? ¿Cuándo se fue? Quiero volver a ser yo misma antes de morir”.

La cita es de Anthony DePalma en su obituario publicado por el New York Times. Allí también destaca otro aspecto sorprendente de O’Brien: “En 2019, cuando tenía 88 años, O’Brien se aventuró más allá de las costas irlandesas para su libro Girl, un relato estremecedor sobre las adolescentes que fueron secuestradas y abusadas en 2014 por el grupo extremista Boko Haram en Nigeria. O’Brien había viajado a Nigeria para investigar para el libro, habló con las víctimas sobre su terrible experiencia e incorporó algunos de sus crudos detalles a la escritura. Esto se lee en la desgarradora frase inicial: ‘Una vez fui una niña, pero ya no. Huelo. La sangre se secó y se formó una costra sobre mí y mi bata en jirones. Mis entrañas, un lodazal’”.

No faltaron voces que señalaban este libro como “apropiación cultural”, mientras que para la escritora semejante tragedia reflejaba las luchas de las mujeres contra la pobreza, violencia y explotación sexual, algo que excedía tanto los límites geográficos como de lengua y religión. Si bien O’Brien sostuvo una crítica social feminista, no se enroló en colectivos de tal naturaleza.

Su importancia se refleja en las opiniones de los escritores irlandeses que hoy la sobreviven. Para Anne Enright: “La personalidad de O’Brien era una mezcla de determinación férrea y vulnerabilidad femenina a la antigua usanza. Parecía asustada por muchas cosas pequeñas (nunca aprendió a nadar ni a conducir, por ejemplo), pero no tenía miedo a la hora de decir la verdad. Tenía una hermosa voz y la utilizaba maravillosamente bien. Lírica, juguetona y apasionada, su conversación tenía una fluidez que se renovaba por sí sola”.

Según Colm Tóibín: “El logro de O’Brien fue encontrar un estilo que combinara lo íntimo y urgente con lo elusivo y distante. Hay un momento en su novela Time and Tide en el que la protagonista Nell Steadman tiene que ir a la Corte para luchar por la custodia de sus hijos. Si bien O’Brien podría haber extraído un inmenso drama de la audiencia judicial en sí, hizo su gran escena no del día en la Corte sino del día anterior a la audiencia, cuando Nell va sola para hacerse una idea de la atmósfera en el lugar donde pronto se decidirá su destino. Esta fue una estrategia brillante. En lugar del drama de la sala del tribunal, obtenemos la fragilidad de la propia Nell, obtenemos la escena imaginada, predicha, en lugar de explicada”.

Para Eimear McBride: “No tenía en alta estima las sutilezas sociales y ni a las vacas sagradas. Y los lectores amaban a Edna, algo que yo a menudo tuve el placer de presenciar en persona. Para muchas mujeres, esto se debía a la voz que les daba y para muchos hombres, a la visión que compartía”.