Ayer, a los 93 años

Murió Juan José Sebreli, filósofo, ensayista y “polemista incansable”

Se encontraba internado desde hacía días en el Hospital Italiano. Escribió obras notables como “Buenos Aires, vida cotidiana y alienación”, “Tercer mundo, mito burgués”, “Los deseos imaginarios del peronismo” y “El asedio de la modernidad”, cada uno de los cuales son representativos de diversos períodos, aunados por algo que nunca dejó de ejercer: la irreprimible necesidad de polemizar, con todo y contra todos, sin descanso, siempre en soledad.

Sebreli. El escritor como solía fotografiarse, con su biblioteca. Foto: cedoc

El pasado 23 de octubre, en la Biblioteca Nacional, se presentó el libro El incansable polemista. La trayectoria intelectual de Juan José Sebreli, de Carlos Cámpora, en lo que sería la última aparición pública de ese “incansable polemista”: Sebreli. El título de la obra es quizá inmejorable, porque define tanto un estilo ensayístico, literario, como la figura de un intelectual controvertido, inconformista, contestario a su modo, incómodo (incluso para él mismo), fundamentalmente crítico y, por supuesto, discutible, y no en particular sino en general. 

Porque “el más célebre de los ensayistas argentinos”, a lo largo de su amplia bibliografía ha mutado varias veces respecto de su ideología política, de sus objetos de estudio, de sus adhesiones filosóficas. En ese sentido, se ganó adversarios y contradictores de distintos bandos y sectores, ellos mismos opuestos entre sí, de modo que, en la suma final, permitida por su fallecimiento, el pensamiento de Sebreli despertó el encono y la admiración por doquier y por turnos, de derecha a izquierda, lo que no es poco para un pensador de impronta crítica como él. Más: corona su trayectoria. 

Por lo demás, el mismo Sebreli no lo discutía y, en alguna declaración periodística, arriesgó que el libro que marcaba el momento de transición (uno de ellos, en realidad) era Tercer mundo, mito burgués, publicado en 1975. Con esa transformación hace referencia a un giro respecto de toda su producción anterior, esto es, cuatro libros que lo convirtieron en un ensayista muy leído y reconocido por la izquierda cultural, a la cual pertenecía. Ese constituye el primer período –el “joven Sebreli”– que abarca Martínez Estrada, una rebelión inútil (1960), Buenos Aires, vida cotidiana y alienación (1964), Eva Perón, aventurera o militante (1966) y Mar del Plata, el ocio represivo (1970). Entre esta ensayística de impronta crítica, de marcado aire frankfurtiano, y la que le sigue inmediatamente hay escasos elementos en común. La década de los 60, y a ello se debe gran parte de su ascenso, marca un “momento de verdad” (diría Georg Lukács) de Sebreli, acorde con el Zeitgeist de aquellos años, que comienza a metamorfosearse a mediados de los 70. 

Los deseos imaginarios del peronismo (1983), que apareció antes de las elecciones, continúa y exaspera los planteos y debates de Tercer Mundo, mito burgués, con foco en el peronismo como fenómeno social y cultural, atacado en su posición tercermundista, en sus mitos fundacionales e ideológicos, en su mismo imaginario (ilusorio) de redención de los oprimidos por el sistema capitalista de clases. Con el sintético concepto de “fascismo tercermundista” y un abordaje desmitificador, Sebreli destruye (o poco menos) las interpretaciones de la izquierda nacional del peronismo y cualquier atisbo de reivindicación histórica de la experiencia peronista. También deja en un lugar ambiguo el libro sobre Eva Perón, en el cual se aproxima a un panegírico –aunque en detrimento de Perón– de ésta, considerada, con encomio, como una “militante”, no una “aventurera”, es decir, cuestionando abiertamente uno de los mitos antiperonistas más arraigados. Y no se trata de que, de pronto, Sebreli se vuelve peronista, o dicho de otra manera, deja de ser antiperonista.   

De cualquier manera, todavía en los 80 queda algo de ese viejo izquierdismo en disidencia con la izquierda o sin partido con el que identificarse. Con La saga de los Anchorena (1985), monumental trabajo de sociología histórica, retorna el “joven Sebreli” con su espíritu crítico y un penetrante análisis de la historia de la familia Anchorena, en el que se transparenta, a través de un haz de reflejos, el surgimiento y poderío de la gran burguesía argentina, cuya voluntad gobierna el país a partir de los propios intereses económicos. En términos políticos (difícilmente los enfoques sociológicos pueden evitar las posiciones políticas), es una investigación que bien podría inscribirse en la izquierda nacional o, mejor, en un materialismo histórico –“desarrollista”– que aspira a la modernización de una economía agroexportadora por medio de su superación industrial y capitalista. Pero no hay que engañarse: este libro comporta solo el último destello de un período definitivamente cerrado.

La publicación de El asedio a la modernidad, en 1991, marca una nueva transición de la ensayística de Sebreli, en realidad, una profundización de la tendencia modernista que se inicia un poco antes, una suerte de asunción de las tesis clásicas del liberalismo social y cierta inclinación hacia el republicanismo. Este período, que no culmina claramente, pese a que se registran algunos cambios menores provocados por la situación política, consiste en el abandono final del izquierdismo excéntrico del “joven Sebreli” y su reemplazo por el progresismo liberal del “viejo Sebreli”, ya no tan revulsivo como en antiguas épocas.

A partir de allí, se mantienen algunos de los objetos canónicos de crítica –el peronismo, el populismo, la derecha autoritaria, la religión– y se suman otros nuevos, movimiento que inaugura El asedio de la modernidad con un virulento ataque a la deriva posmoderna, por entonces de creciente influencia. Por momentos, por muchos momentos, la línea argumentativa y conceptual de esta obra remite a El asalto de la razón (1954) de Georg Lukács, salvo que la rebasa en lo que incluye formas de irracionalismo, a saber, Friedrich Nietzsche (claro está), Georges Bataille (desde luego), el existencialismo heideggeriano, el estructuralismo, las tesis críticas de la filosofía de la historia, la antropología culturalista, el funcionalismo, el psicoanálisis junguiano y lacaniano, el posestructuralismo, la reconstrucción, sobre todo el posmodernismo.

De algún modo, finalmente, “el viejo Sebreli” recupera una modernidad racionalista clásica, prenietzscheana y premarxista, una filosofía universalista de la historia de matriz hegeliana y todos sus valores supremos: libertad, democracia, progreso. En una época, dicho a favor de su inconformismo, en que decaen y se hunden en la confusión.