crítica

Los cimientos indestructibles

Las escenas que dan cuenta de la conducta de la madre serían inverosímiles si no hubiesen sido reales. Como se sabe, la realidad supera a la ficción. Lo que en algún momento causa hilaridad, en otros es violencia pura; la que surge cuando los insultos no le bastan a la madre.

Foto: cedoc

Philip Roth escribió: “Cuando nace un escritor en una familia, la familia se termina”. Acaso el escritor, editor, integrante del grupo Oulipo y crítico literario Hervé Le Tellier (París, Francia, 1957) tuvo en cuenta esa frase al decidirse a mirar de frente sus recuerdos y darlos a conocer. No es una idea descabellada si nos atenemos a que confiesa, al final de este libro fruto de la madurez y la distancia emocional: “Mi padre y mi padrastro han muerto, mi madre está loca. No leerán este libro y por fin me he sentido con derecho a escribirlo”.

Esta es la historia de la familia del autor (ganador del Premio Goncourt por la novela La anomalía), disfuncional por donde se la mire: abandonado por su padre, criado durante unos años por sus abuelos, convivió con un padrastro sumiso e insignificante, y muy pronto supo que tendría que lidiar con una madre esquizofrénica. La narración se abre con tres episodios agridulces que se cierran con una misma frase que invoca la culpa que por entonces siente ese niño ingenuo: “Fue entonces cuando supe que era un monstruo”.

Las escenas que dan cuenta de la conducta de la madre serían inverosímiles si no hubiesen sido reales. Como se sabe, la realidad supera a la ficción. Lo que en algún momento causa hilaridad, puesto que el humor opera como tabla de salvación para poder afrontar los hechos, en otros es violencia pura; la que surge cuando los insultos no le bastan a la madre. Pero es quizás en su reacción al suicidio de Piette, la novia de su hijo también acosada por problemas mentales (un capítulo intenso, abrumador), donde su desequilibrio halla el punto culminante.

En la inmensa ternura que no obstante siente Hervé por su progenitora se materializa la emoción que generan estas páginas, hondamente sinceras y escritas con un lenguaje sobrio y delicado: “Sería un escándalo no haber querido a tus padres. (…) Diríase que a los niños no les está permitida la indiferencia. Que serán para siempre prisioneros del amor que sienten espontáneamente hacia sus padres, por mucho que estos sean buenos o malos (…). Los etólogos dan a estas manifestaciones de cariño incontrolable e incondicional el nombre de impronta. Carecer de amor filial no sólo es un insulto a la decencia, sino que hace saltar por los aires el hermoso edificio de las ciencias cognitivas”.

Cuando los años dejan atrás al niño y este es capaz de razonar, confronta a su madre, pero cae vencido ante la certeza de que no puede luchar contra ella. A pesar de todo, a sus veintidós años le envía una carta con la idea de una reconciliación. En vano. Pero es entonces cuando se libera: empieza a escribir.

En definitiva, la construcción de este “héroe” se basa en una arquitectura superada por sus propios materiales, pero con cimientos indestructibles: los que generan la huida de un medio que lo humilla. Es que “a veces un niño no tiene más opción que huir”, concluye Le Tellier, y “gracias a esa evasión, asumiendo su propia fragilidad, podrá amar aún más intensamente la vida”.

 

Todas las familias felices

Autor: Hervé Le Tellier  

Género: memorias

Otra obra del autor: La anomalía; No hablemos más de amor 

Editorial: Seix Barral, $ 35.150

Traducción: Pablo Martín Sánchez