Leon Black: arte, guerrilla, corrupción y bananas
El coleccionista de arte y presidente del MoMA está involucrado en negocios sucios. Jeffrey Epstein, empresario muerto en prisión acusado de abusos sexuales y tráfico internacional de menores, figura entre sus beneficiados.
Rondaba los 35 años cuando en 1896 el farmacéutico William Sydney Porter, inmortalizado bajo el seudónimo O. Henry, pasó seis meses escondido en un hotel de la ciudad de Trujillo, Honduras. Su suegro había pagado la fianza para que esperara en libertad el juicio federal por estafa que como contable había cometido contra un banco de Texas. Un día antes de enfrentar al tribunal escapó. En ese exilio, donde la producción de bananas se vinculaba tanto a ejércitos privados de corporaciones norteamericanas como a golpes de Estado, escribió una serie de cuentos que conformaron su primer libro publicado en 1904: Cabbages and Kings. De dicha experiencia acuñó la vigente definición “república bananera”, tal vez piedra fundamental del realismo mágico, consagrado en Cien años de soledad de Gabriel García Márquez.
Ocho de la mañana, 3 de febrero de 1975, desde el piso 44 del edificio Pan Am de Manhattan, cae el cuerpo del inmigrante polaco de origen judío Eli M. Black. Comprueba el efecto de la ley de gravedad sobre Park Avenue. Ese acto voluntario no ocurre tanto por la investigación de la Comisión de Valores sobre un soborno millonario que United Brands pagó al presidente de Honduras López Arellano, y así obtener beneficios impositivos en la exportación de bananas, sino al déficit financiero de la compañía de Eli, endeudada por demás. Se le adjudica a Joel Coen la evocación de tal escena suicida en el film de 1994, El gran salto. El empresario dejó dos hijos, fruto de su matrimonio con la artista Shirley Lubell (de la dinastía Bell Oil and Gas Company), Judy y Leon. En el año del salto paterno, Leon, licenciado en filosofía e historia, obtenía en Harvard una maestría en administración de empresas, pase formal a su carrera en Wall Street.
Allí, Leon Black hizo honor al significado del nombre completo, demostró ser un depredador, una verdadera fiera en el manejo de fondos de inversión, destacándose como uno de los artífices en la venta de Nabisco. En síntesis, los bonos basura y la adquisición de empresas decadentes le abrieron un camino que se transformó en la actual Apollo Global Management. Su fortuna se calcula superior a los 8 mil millones de dólares, buena parte invertidos en una colección de arte considerada casi museo internacional. Orgulloso, reconoce que en la noche recorre los ambientes de la residencia admirando las obras, que conforman la Xanadú estética de su poder, como en Citizane Kane de Orson Welles. Entre tantas, se destaca una de las cuatro versiones de El grito de Edvard Munch, que compró a Sotheby’s en 2012 al valor récord de 212 millones de dólares. Y es el dueño de la prestigiosa editorial de arte Phaidon.
El colectivo artístico feminista y antirracista Guerrilla Girls (www.guerrillagirls.com) surge en 1985 después de una performance contra el MoMA (Museum of Modern Art), en Manhattan, Nueva York. La participación anónima, renovada en sus miembros y sostenida hasta hoy, utiliza dos símbolos: una máscara de gorila (por la semejanza fonética inglesa con guerrilla) y las bananas. Pero estas últimas como el premio que al animal, el arte, se le promete como pago simbólico por respetar las reglas de un mercado salvaje, señalando la crueldad tóxica que esto encubre: desigualad y exclusión. La notable parábola es que las Guerrilla Girls, 36 años después, apuntan otra vez al MoMA, más precisamente a miembros de la junta directiva, por caso, piden la renuncia del mismísimo Leon Black, destacado benefactor del museo. Tanto es así que en la cena anual de 2007 del mismo fue agasajado como “benefactor de la cultura” junto a Martin Scorsese, validado por la presencia del alcalde Michael Bloomberg junto a miembros de las familias Rockefeller y Estée Lauder, entre otras.
Pero el bananazo de las Guerrilla Girls no apunta a estas relaciones de Leon Black sino a una en particular, suicidada de manera sospechosa en 2019: Jeffrey Epstein, pedófilo y artífice de una red de prostitución de menores. Es que el escándalo tiene broche de oro, o su equivalente en dinero. Ante las evidencias de una auditoría, Black reconoció esta semana que, durante años, pagó a Epstein 158 millones de dólares por asesoramiento fiscal y otros servicios. A manera de compensación, prometió donaciones por 200 millones para iniciativas que empoderan y protegen a las mujeres. De inmediato, la suba de las acciones de Apollo anticipó el desembolso prometido. Las Guerrilla Girls rechazan que quiera cubrir tal mancha con dinero y piden su cabeza en el célebre museo. Con Kamala Harris vicepresidenta, erradicados los supremacistas blancos del Capitolio –que lo ocuparon como en una república bananera–, el futuro de Leon es oscuro.
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