crítica

Lectura que ilumina el presente

La niña que lee dice y actúa interrogando a esa que escucha después que perdió toda expectativa en la vida, es decir, abre la entrada mágica a una nueva oportunidad. Entonces, ¿nosotros leemos en el piso? ¿Por qué no?

Foto: cedoc

“Puede que dentro de algún tiempo mi diccionario vaya adelgazando como le ocurrió a mi madre. Puede que entonces no encuentre las palabras para recordarlo, pero nunca, nunca, olvidaré el momento. Los tesoros verdaderos no se pierden, se quedan por ahí, no les importan la exactitud de las palabras que los nombran.” La psicóloga reflexiona mientras escribe en el cuaderno una experiencia vital que dejó de ser práctica terapéutica, porque el objeto de cura invirtió los roles, o los trastocó, al punto de surgir la duda, ¿quién lee sentado en el piso?

Como ocurre al momento de escribir sobre este libro que leí antes que los lectores, guardo un secreto. Todos tenemos uno, acaso el verdadero tesoro de todo lector: esa experiencia intransferible de lectura como suceso emocional que remite a una totalidad. Y lo que guarda el arcón de las páginas se relanza con cada nuevo libro, especie de magia, conjura contra el olvido, infantil oportunidad que se brinda a una nueva obra. Jeanmaire lo logra, sí, crear la expectativa y convertir el tiempo de lectura en un páramo intacto, para que se apropiado. ¿O es el efecto de la publicación por entregas? El suspenso compartido, el truco en la convención cándida: había una vez.

La niña que leía sentada en el piso es un compendio sobre la soledad miniaturizada, bosquejos al borde de página que ilustran esa frase que perdura en el ejemplo inicial: a los tesoros no les importan la exactitud de las palabras. De ahí el rodeo, a buscar la vez en la que ocurre el había. Estamos en un relato circular, un laberinto que evoluciona rotando sobre sí: el efecto centrífugo hace que la madre dejara a la hija conviviendo con la psicóloga, como un regalo, como una cesión por desgano, porque a veces mamá no hay una sola, ni pobre mi madre querida, ni mama mía… Pero se establece un dúo. Una Quijota y su Sancha, aventura de palabras en tiempos difíciles.

Y la imaginación, esa forma en que la fantasía plantea el límite: si la realidad es la ficción de un relato, modificarlo es trastocar el universo para reemplazar ese uno que merece el olvido. El dúo, entonces, también muta hacia una salvación. 

La niña que lee dice y actúa interrogando a esa que escucha después que perdió toda expectativa en la vida, es decir, abre la entrada mágica a una nueva oportunidad. Entonces, ¿nosotros leemos en el piso? ¿Por qué no? Si el fondo de la tierra nos espera para que lleguemos despojados, acaso con un cansancio lúcido, por la lectura, o por viajar a la luna sin salir de los párrafos. El otro aspecto es el diccionario de Jeanmaire, todo un caso de destreza estilística. Elige con precisión hasta las repeticiones, intercala una ficción a pedido que la psicóloga copia y transmuta de otra impresa para que la niña lea a su gusto. 

Esa disciplina de escritor a medida, de copista o falsario por piedad literaria, es también tributo al había una vez, al primer pacto de amor al enunciarnos. ¿Por qué nos leen antes de dormir? ¿Por qué dormimos y al soñar repetimos la estructura dislocada de un cuento que nunca leímos?

 

La niña que leía sentada en el piso

Autor:  Federico Jeanmaire  

Género: novela

Otras obras del autor: Lo que resta de la vida; Más liviano que el aire; La banda de los polacos; Darwin o el origen de la vejez; La creación de Eva; La guerra civil; Fernández mata a Fernández; Una virgen peronista; Las madres no les decimos esas cosas a las hijas.

Editorial: publicado por entregas en PERFIL diario de los sábados.