Filosofía posmo

Krishnamurti: ¿fraude o revelación?

Con frases penetrantes, en las cuales mezclaba teorías neobudistas y libertarias con fuertes críticas encubiertas a su controvertido pasado, Jiddu Krishnamurti se posicionaba como un guía espiritual que sentía aversión por el mote de “gurú”. 

Krishnamurti nació en la ciudad de Madanapalle, actual estado moderno de Andhra Pradesh, el 11 de mayo de 1895; falleció en California, Estados Unidos, el 17 de febrero de 1986). Foto: X @JKCentreHyd

Efectivamente, su obra, a pesar de ser casi inclasificable, puede considerarse como parte de “las escuelas de interiorización”. Empero, fue el promotor de una magnética narrativa que excluía que existiese cualquier sustrato certero prestablecido, animaba a no seguir a ninguna autoridad asombrando a su auditorio con el papel del anti-maestro. 

Para algunos fue un adelantado de la naciente filosofía “posmo” y del relativismo imperante, para otros, un fraude que amasó una inmensa fortuna seduciendo a sus seguidores con ideas inentendibles e inaplicables; sin embargo, para muchas otras personas fue un iluminado que estaba destinado a traer un extraordinario mensaje: “¡No sigas a nadie más allá de ti mismo!”. 

Pero, ¿quién fue verdaderamente Krishnamurti? Es complejo decirlo. La respuesta de un modo u otro parece estar atravesada por un “absurdísimo místico”, donde la profecía de un grupo de ocultistas que lo presentaron como el “Instructor del mundo” de alguna manera se hizo realidad. En otras palabras, asistimos a la construcción intencionada de un mesianismo contemporáneo con todas las características que rodean a un presunto elegido -construcción que el mismo Krishnamurti, hay que decirlo, siempre rechazó-, para descubrir en efecto a un filósofo que no vino a salvar a nadie, sino que trató de que cada uno logre la realización del ser por sí mismo. Pareciera una burla del destino, pero el delirio de una secta allanó el camino para que se conociera a uno de los pensadores más interesantes de nuestros tiempos

Krishnamurti el teósofo

Si bien se tejieron muchas leyendas en torno a su nacimiento (como que era una encarnación divina), el pequeño no parecía ser precisamente lo que se puede decir “un enviado de Dios”. Era débil y enfermizo. Hasta llegaron a pensar que tenía alguna clase de deficiencia cognitiva. Sabemos de hecho que fue el octavo hijo de un matrimonio brahmán de modestos recursos. Su padre era un empleado administrativo en la sucursal de la Sociedad Teosófica en Madrás. 

Todo comenzó, para bien o para mal, recién en 1907, cuando Annie Besant flamante presidenta de la lógica teosófica inglesa poco después llegaría a la India acompañada por su fiel secretario, el clérigo protestante Charles Leadbeater, quien enfrentará luego cargos penales por pedofilia. La idea era reclutar niños indios para iniciarlos en la doctrina esotérica.

Una tarde mientras caminaba por la orilla del río, Leadbeater vio al joven Krishnamurti dándose un baño. Entusiasmado y aduciendo que tenía un “aura prístina” se lo compró literalmente a su padre por una buena suma de dinero a condición de su cuidado. Quería entrenarlo para que fuese el futuro Mesías de la Era de Acuario formando así una nueva sociedad. Para ello pasará días enteros encerrado con su pupilo “recibiendo instrucciones” de seres sobrenaturales. 

Krishnamurti creció bajo traumáticas experiencias de infancia. No es de extrañar que en su adolescencia poco le importaran las cuestiones relacionadas con la religión. Pero no todo fue oscuro. Conoció además una vida de lujo y fue cercano al poder político indio. Los miembros más influyentes le obsequiaron mansiones y autos de carreras como ofrendas al “elegido”. Hasta llegó a ser tentado para trabajar como actor en Hollywood. Todo estaba preparado para presentarlo al mundo como el caudillo de la “Orden de la Estrella de Oriente”, una sección subordinada a la Sociedad Teosófica la cual en el futuro dirigiría como su eminente líder. Mientras tanto se ocuparía en sus viajes dando disertaciones en congresos y convenciones preparando su espectacular aparición. 

El proceso de iluminación

Un episodio poco fiable es el que relató su hermano Nityananda ocurrido en 1922. Durante una estancia vacacional en una villa en Ojai sufrió por tres días una rara enfermedad que afectó su sistema nervioso central cayendo en estados de semiinconsciencia. Sus tutores interpretaron que eran los Maestros ascendidos quienes estaban produciendo “el despertar de la Kundalini”. Algo similar a los mitos en torno a Buda. Crease o no, luego de ese momento todo cambio.

No solo perdió el interés hacia los planes de los teósofos, sino que después de la muerte de su querido hermano abandonó para siempre la secta y decidió seguir una vida solitaria. En una carta dirigida a su padre expresó: “Sí hemos de crear un mundo nuevo, una nueva civilización, ¿no es acaso importante descubrir los obstáculos y las influencias del yo? ¿Es posible generar un estado de la mente libre de las interferencias? Únicamente entonces es viable dar origen a un mundo diferente, a una cultura y a una sociedad distintas donde pueda existir la felicidad”.

Siendo ahora adinerado y con contactos en ámbitos como la política, la cultura y la farándula se arroja al futuro con su mensaje “antisectario”. Perseguido por su fama mesiánica, decide dedicarse a dar conferencias llegando a crear escuelas y fundaciones que sirvieron para esparcir su prédica y seguir recaudando fondos. A pesar de ello, intentó distanciarse tanto como pudo de la jerga teosófica. Tras la figura del anti-gurú y en medio de una época receptiva a las espiritualidades de Oriente no le fue dificultoso posicionarse como un maestro sensible que particularmente investigaba la mente virgen, rechazando así todo liderazgo o dogma sobreimpuesto, predicando la libertad fresca y absoluta del pensamiento. 

Bajo su “aura” hizo giras por varias regiones del globo como los Estados Unidos, América Latina, Europa, India y Australia convertido en una “estrella pop” de la contracultura. En Argentina, a pesar del boicot de la Iglesia dio una presentación en el Teatro Coliseo y se alojó en la casa de la mismísima Victoria Ocampo. Asimismo, visitó y brindó charlas en varias provincias del interior del país.

El “corpus” teórico krishnamurtiano

Es difícil hallar una síntesis en el pensamiento de Krishnamurti. Escribió muy poco. La mayoría de sus obras son transcripciones de sus presentaciones orales. Vemos entonces que su discurso es sumamente ecléctico, con un gran arte de la improvisación producto del diálogo vivo con su auditorio. No obstante, podemos decir al respecto que postulaba una indagación de la “mente” como algo anterior al ejercicio común del pensamiento, un estado base de alerta constante para independizarse de los condicionamientos adquiridos: “La verdad es una tierra sin caminos” fue una de sus frases centrales.

En este sentido se lo puede señalar como un gran investigador de la mente humana. Lo que no quita que preguntemos sobre un oxímoron bastante obvio: ¿cómo es posible indagar sobre la mente antes de los pensamientos cuando esa indagación en sí requiere la estructura del pensar?  La posible respuesta sería que no estaba refiriéndose de las categorías del pensar racional, dogmático o ideológico, sino de un tipo de luz gnóstica. Por consiguiente, nos alejaría del campo filosófico para arrojarnos al campo del saber revelado. 

Esto no parece nuevo, en las filosofías del yoga se habla de un ámbito noético sereno, como una tela de fondo, incondicionado, antes de ser invadido por las “olas” de los pensamientos anárquicos que funcionan como imágenes proyectadas sobre ella, similar a una pantalla de cine, corrientes caóticas que se cristalizan en ideas cerradas a las que hay que tranquilizar y modificar. Para los orientales lograr dicho mar en absoluta calma libre de todo sistema impuesto por la cultura es alcanzar la identificación con la verdad divina. En el caso de su discurso hay reminiscencias claras de estas teorías ancestrales. 

El escucha es invitado a abandonar su pasividad y, por el contrario, es convocado a ser un ente activo, ya que el mensaje lo hace completamente responsable de cómo cada uno decida ubicarse en los diversos estados de la consciencia. Así pues, anima a un tipo de presentificación en la cual el tiempo transcurrido no es lo importante, sino el posicionamiento que se adquiere en un estado intemporal. Lo que conduce indefectiblemente a la libertad primera y última estrechamente relacionada con el amor. Este tipo de amor, según Krishnamurti, no puede surgir del pensamiento desorganizado, sino de la pasividad de la detención del contemplar, donde objeto y sujeto reducen sus distancias y se hacen uno. El mensaje krishnamurtiano entonces es situado, no promete ningún paraíso ni salvación última, sino anima al autoconocimiento como si cada sujeto pudiese recrearse, “nacer a cada momento”.

Conclusiones

Pensar en Krishnamurti y en su obra nos hace caer dentro de misteriosas paradojas, no solo por su agudo discurso, sino por los acontecimientos sincrónicos de su vida y de su legado. Fue criado para ser el redentor del mundo por un grupo sectario de alucinados que fantaseaban con el advenimiento de un Nuevo Orden Mundial. Un hombre que, avasallado en sus derechos fundamentales decide cortar todo vínculo con sus mentores para predicar hasta el hartazgo que no sigan a nadie y, al mismo tiempo, intencionalmente o no, forjó un gran número de adeptos que le sostuvo económicamente durante el resto de su vida. Ante esto, es difícil sacar conclusiones últimas. La Sociedad Teosófica lo concibió como un salvador mesiánico, a pesar del error, parece que algo singular hubo en él: no tuvo una misión trascendente, claro está, simplemente tuvo un mensaje que dar. Quería crear un hombre nuevo, uno emancipado de las cargas anteriores, alguien que se explore a sí mismo y se auto descubra “de instante en instante”.

Debía ser el adalid de una era de Acuario que nunca llegó, no ocurrió nada parecido a un cambio de consciencia cuántico. Sino por el contrario. Los propios acontecimientos presentes muestran en tanto lo opuesto: no es un tiempo donde domina el elemento agua del bienestar espiritual, más bien es la era de la virtualidad, de lo robótico, del algoritmo y de lo artificial e inauténtico, donde la verdad ha muerto y la moral se he vuelto condicional. Y, como si esto fuese poco, es probable que estemos al borde de una catástrofe ambiental, política y bélica de proporciones impensadas. 

¿Tuvo sentido el mensaje de Krishnamurti? ¿Es adecuado para el hombre de la era digital? Cuando reflexionamos en el duro presente y en los escapismos de las distintas sociedades para seguir creyendo en algo, a pesar de todo este desconcierto, uno no puede menos que interrogar qué significado tienen los mensajes ingenuamente esperanzadores. 

Se han escrito cientos de miles de páginas con el propósito de concientizar el mejoramiento humano, un crecimiento interior que, al menos por ahora, no perece haber tenido ningún resultado colectivo. Los desenlaces están a la vista. Pero no por ello las ideas de Krishnamurti deben tornarse vetustas, aún pueden extraerse valores y aplicaciones. Porque nos recuerda que como humanos poseemos una dimensión existencial insoslayable, y que solo podemos lograr algún cambio positivo en la sociedad si mantenemos la mente viva, libre y creando constantemente el presente que soñamos.