Jugar con fuego
Como sucede muchas veces en la antología, la técnica de la segunda persona que emplea Sifrim, cuyo efecto consiste en crear un espejismo o un doble incierto, evita la singladura confesional y la mera representación, pero deja –adrede o no– la huella de las pasiones.
Con prólogo y selección de la investigadora, ensayista y poeta Valeria Melchiorre, esta antología de poemas, que incorpora más de cuarenta y cinco años de la obra publicada y también inédita, hasta ahora, de una de las voces más intensa de la poesía argentina contemporánea, Mónica Sifrim, juega con fuego.
No solo eso, además, siempre que puede, lo aviva o, ante la imposibilidad, se nutre de cenizas, de brasas aún tibias. Desde cierto punto vista, no del todo focalizado, construye (o reconstruye) una biografía ficticia, una experiencia vital en un territorio de fantasía, la novela descentrada de un yo lírico que pugna con lo irresoluble.
De ahí, se diría, la ironía y hasta el sarcasmo, la celebración del ridículo, la pantomima, el retruécano, las preguntas retóricas (y otras que no lo son y que no tienen respuesta), el humor tragicómico. Pero, a la vez, como una segunda trama, el desvelo, la máscara escéptica, el absurdo, la danza de fantasmas poco amistosos, la orfandad, la angustia del amor, los naufragios indescifrables y magníficos.
El título mismo de la antología, Licor de mandarinas, que remite a uno de los poemas inéditos, es un concentrado de ironía y mala espina, de recelo y confianza, un oxímoron que oculta y muestra a una vez a través de una doble ausencia: la del yo y la del licor.
Como sucede muchas veces en la antología, la técnica de la segunda persona que emplea Sifrim, cuyo efecto consiste en crear un espejismo o un doble incierto, evita la singladura confesional y la mera representación, pero deja –adrede o no– la huella de las pasiones.
Del mismo modo, la presencia de la ausencia, ya sea las sombras de los campos de exterminio o de los muguetes de Luisa May Alcott, de Periquita (el personaje de la historieta) o de merengues añejos, tiene la fuerza de una marca, de una impronta candente, que jalonan el horizonte ambivalente de la mayoría de los poemas seleccionados.
En todo ello, y sobre todo en lo que falta, real o imaginario, soñado o vivido (o soñado y vivido al mismo tiempo), se evoca una travesía –la infancia, una educación sentimental, la maternidad, el erotismo, las cicatrices de haber vivido– que avanza a ciegas, casi siempre descolocada.
Este dislocamiento o fuera de lugar del yo lírico (experto en metamorfosearse) es patente en “Novela familiar” (1990), casi reproducido por completo, el gran poema de Sifrim que baila en la espesura psicoanalítica de la “novela familiar del neurótico”, como su secreto ritornello, anticipando la obra posterior.
Con mucho, como lo sugiere Melchiorre, allí se prefigura el universo poético que vendrá, en esa amalgama veloz e hibrida de yuxtaposiciones y deslizamientos extraños, de vida cotidiana y país de las maravillas, de vestiditos y gatos arteros, de plenilunios mágicos y pollos que se reproducen como locos. La familiaridad y el extrañamiento, para decirlo de una vez, conviven en Sifrim sin fusionarse jamás, como dimensiones paralelas en choque perpetuo y del cual salen chispas, llamas, fuego.
Licor de mandarinas
Autora: Mónica Sifrim
Género: poesía
Otras obras del autor: Novela familiar; El talante de las flores; El mal menor; Un barco propio; Laguna
Editorial: Miño y Dávila, $ 18.600
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